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EL BUEN DOLOR

Por Antonio Dal Masetto

t.gif (862 bytes) De tantas buenas cosas que ofrece la amistad, una realmente buena es recibir de manos de un amigo el nuevo libro que acaba de publicar. Nos citamos con Guillermo Saccomanno en un bar céntrico, en el tumulto de la ciudad del mediodía, y me entregó un ejemplar de su última novela El buen dolor (Editorial Emecé). Ahora es noche tarde y acabo de concluir la lectura.

Tratándose de un amigo, uno ha visto de cerca la evolución del trabajo, las marchas yna24fo01.jpg (9028 bytes) contramarchas y las dudas profundas, como ocurre con todo proyecto masticado en la soledad y en la obstinación de los días y las noches. En fin, uno ha conocido y reconocido el comportamiento de ese animal familiar y temible que anida en el corazón de la escritura, la víbora que se muerde la cola, que se estanca girando en un círculo cerrado, que se resiste, y que en algunos momentos afortunados estalla en puntos de fuga, y entonces el círculo se ensancha y luego se ensancha un poco más y luego otro poco, y así hasta que allá lejos, en el correr de los meses, encuentra la dimensión y la calidad que le corresponde. El buen dolor de Saccomanno pasó por todas esas fases, se le nota en el rigor, en la prosa burilada.

Y ahí está el libro terminado. Es el momento en que el autor se toma su respiro, quizá un poco asombrado de haberlo hecho una vez más, aceptando que la culminación del esfuerzo no trae grandes recompensas, sino apenas una recóndita satisfacción por el trabajo realizado y esa vieja y benéfica distensión en los nervios y en la sangre. Todo eso, la historia de la escritura, la culminación, la afanosa búsqueda del título que nunca aparece, la elección de la tapa, están presentes en el momento en que, en el tumulto del mediodía de la ciudad, el amigo entrega el ejemplar recién salido del horno. Y ese gesto sin palabras tiene el peso de un ritual. Aquello que durante muchos meses fue dudas y negaciones y obcecación, ahora es algo vivo, destinado a seguir viviendo y que comienza a hablar su propio lenguaje.

Saccomanno se ha puesto a sí mismo en este libro como no lo había hecho en ningún otro. La novela, como lo anticipa el título, alude al dolor. Y uno puede concordar con el autor cuando manifiesta que se escribe buscando explicaciones y sólo se encuentran incógnitas, que el texto no alcanza, que la palabra, la sutileza de un estilo son poca cosa frente a la pena. Pero a medida que se avanza en la lectura, a medida que el libro crece en uno, ahí está justamente la palabra que se impone para revertir el fatalismo de esos conceptos. No en cuanto posibilidad de anulación del dolor, lo cual sería impensable ya que el dolor forma parte de nuestra condición, sino como un valor que furiosamente se le opone. La palabra que se levanta sobre sí misma y, en el punto más alto de su lucidez y desesperación e indignación y belleza, grita que sí, que de alguna manera alcanza, que existe todavía un camino que permite aceptar el desafío contra el dolor y las miserias humanas. El libro de Saccomanno es también una reflexión sobre la dignidad.

Como toda escritura que cala hondo, la de esta noche, con El buen dolor, enriqueció mi visión del mundo y tal vez inclusive la visión que tengo de mí mismo. En fin, el libro suelta amarras y emprende su propia y solitaria aventura. Y éste es mi saludo, unas pocas frases nacidas al impulso de un texto que sacudió y sigue sacudiendo largamente el silencio de una fría madrugada de junio de mil novecientos noventa y nueve.

REP

 

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