Trece
imputados por abuso de autoridad y violación a la Ley de Defensa Nacional por la Justicia
federal, unos pocos pases a disponibilidad, algún traslado y un par de mudanzas
constituye el saldo hasta ahora de la situación en la que se encuentra parte del Tercer
Cuerpo de Ejército por los episodios de espionaje interno realizado por militares sin el
aparente conocimiento de los jefes del área y del Estado Mayor. Mientras estos hechos
enfrentaron abiertamente al jefe de inteligencia del Ejército con el titular del Tercer
Cuerpo, el jefe del Estado Mayor, Martín Balza, busca su propia salida.La
reciente decisión de mudar la cuestionada Central de Reunión de Informaciones (CRI), que
tenía su sede en dependencias del parque Sarmiento en Córdoba, es el último recurso al
que apeló el general Juan Manuel Llavar, con el fin de controlar más de cerca la
actividad de los hombres de esa unidad militar. El ex batallón de Inteligencia 141, que
ahora será instalado en los cuarteles del camino a la Calera, cumplió un temible papel
en los años de dictadura militar, ya que era el centro de operaciones de las sedes
clandestinas de detención y tortura. La noticia de que las tareas de inteligencia se
siguen realizando aun después de la apertura de la causa judicial reavivó la necesidad
de tomar medidas fuertes. Los militares que trabajan en la CRI demostraron su molestia con
la decisión de Llavar, y recurrieron a la Jefatura II de Inteligencia, a cargo del
general Jorge Miná, de donde dependen logísticamente. El contrapunto entre Llavar y
Miná tuvo su máxima expresión en esta medida, que igual comenzó a concretarse el
viernes pasado.
Llavar sigue sosteniendo a rajatabla que las tareas de espionaje se
realizaron a sus espaldas, aunque hombres de su entorno dejaron trascender que ya no
sostiene que se trató de "marginales", como dijo Balza en alguna oportunidad.
Ahora en realidad sospecha que los hombres a su cargo en inteligencia lo
"puentearon" y cumplieron órdenes directas de la Jefatura II, con sede en
Buenos Aires. Y allí es donde sólo Miná puede tener las respuestas.
Balza, por su parte, salió a denunciar intervenciones de sus
teléfonos y de las líneas del Estado Mayor del Ejército, en un evidente paso tendiente
a ponerse del lado de los damnificados. ¿Qué denuncia en realidad el jefe del Ejército?
¿Es que Balza desconoce que la Justicia de Córdoba debió intervenir líneas del
Ejército y así se pudo descubrir que los agentes de inteligencia espían a toda la
sociedad? A partir de esas intervenciones se supo que parte de las llamadas y los faxes se
reciben en líneas del Estado Mayor del Ejército argentino.
Las revelaciones que se suman día tras día demuestran que las
motivaciones de los espías no corren por un solo carril. La variedad de contenidos en las
tareas de inteligencia, de personas y ámbitos seguidos de cerca implicaría que hay una
gimnasia en estos menesteres.
Ciertas informaciones son muy valoradas en algunos ámbitos y suelen
ser bien pagadas: los ascensos, los favores políticos y las demostraciones de fuerza en
el ámbito castrense se miden por la cantidad y calidad de información de que se dispone.
"Los derechos humanos nos interesan porque es una forma de atacar
al Ejército", señaló Abel Guillamondegui -ex jefe de inteligencia del Tercer
Cuerpo-- en su declaración ante la Justicia, y lo dijo todo.
El fantasma de Luciano Benjamín Menéndez nunca abandonó las filas
del Ejército con sede en Córdoba y aunque su presencia ya no se asoma públicamente
sigue teniendo predicamento. "A veces tomamos un café", dijo hace unos días el
general Llavar.
Miná sigue en su cargo y los civiles imputados, en sus
correspondientes puestos de trabajo. Prueba de que las consecuencias del escándalo de
espionaje desatado en Córdoba son hasta ahora escasos, excepto porque logró interrumpir
y prácticamente paralizar la búsqueda de la "verdad histórica" y la
investigación del destino que corrieron los niños que nacieron en cautiverio durante los
años de dictadura.
Situación de los acusados
Jorge Miná, el general defendido expresamente por Balza ante la
Justicia de Córdoba, quedó finamente imputado. Quienes trabajan en la investigación que
lleva adelante Cristina Garzón de Lascano descuentan que Miná conocía el trabajo de
inteligencia y aún más, señalan que impartió órdenes precisas en ese sentido. Miná
aún sigue en funciones.
José Luis Bo, ex jefe de Contrainteligencia de la Jefatura II
fue pasado a disponibilidad porque Juan Manuel Llavar le remitió directamente a Balza los
elementos que lo incriminaban. Está suspendido.
Abel José Guillamondegui, ex jefe de la Central de Reunión de
Informaciones del Tercer Cuerpo, corrió la misma suerte que Bo y es el militar más
comprometido en la causa. De familia militar, su padre fue contemporáneo de Luciano
Benjamín Menéndez en su paso por el Ejército; contrató a los abogados Gustavo Franco y
Eduardo Rodríguez Aramburu para su defensa en la causa y los puso también a disposición
de sus dos subordinados que trabajaron de espías bajo sus órdenes.
Néstor Baudano: con el grado de mayor, fue trasladado a la
unidad militar de Mendoza pero no por este hecho. Además del espionaje, quedó implicado
en una causa por ser propietario junto a dos "colegas" de la agencia cordobesa
de seguridad MBM, negocio incompatible con su cargo militar.
Roberto Quiroga: suboficial mayor, fue el único detenido por
unos días en la causa, por el delito de falso testimonio después de declarar ante la
jueza. Rápidamente el fiscal federal Carlos Torres, del juzgado de Ricardo Bustos Fierro,
pidió su sobreseimiento. También está suspendido.
Edmundo Orsolini: sargento ayudante, trabajaba bajo las órdenes
de Guillamondegui y fue acusado por partida doble, tanto en el seguimiento de la causa
Menéndez como en las tareas de inteligencia realizadas a políticos, periodistas y otros
sectores sociales. Fue pasado a disponibilidad por Llavar.
Alfredo Silva: abogado, personal civil de inteligencia, era
adscripto docente en la misma cátedra de la Facultad de Derecho que el abogado de Abuelas
en Córdoba, Elvio Zanotti. Silva se presentó ante los periodistas como el abogado de los
acusados en un primer momento, sin develar su condición de agente de inteligencia, y
días después resultó imputado. No fue separado de su cargo en el Ejército.
Santiago Houston: funcionario de la Administración Nacional de
Aduanas, región Centro, cumple funciones desde hace un año en el juzgado federal Nº 1 a
pedido del juez Ricardo Bustos Fierro. Nunca fue relevado de su puesto y sigue caminando
los pasillos de Tribunales Federales.
Hay algunos personajes que falta identificar en esta historia. Son los
agentes que trabajaban bajo seudónimos o claves: "Guastavino" y
"Mara" y los que se identifican con códigos numéricos en las escuchas, como
"S17" y "A44". |
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