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UNA MUDANZA DESDE EL III REICH A LA “CAPITAL DEL FUTURO”
Cómo Berlín vuelve a ser Berlín

Ayer, el Ministerio de Vivienda y Transportes fue el primero en mudarse de Bonn a Berlín, antigua y nueva capital de Alemania. En esta nota, un vívido reportaje de la mudanza de un gobierno a través de las paradojas de la historia.

Lugares: El Ministerio de Finanzas estará en el Ministerio de Aviación del III Reich; Hacienda, en un banco de Hitler que luego fue sede del PC de la ex RDA.

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La Puerta de Brandemburgo, símbolo de una nueva unidad que a veces no parece tal.
Muchos funcionarios optarán por dejar a sus familias en Bonn y vivir en Berlín de lunes a viernes.

Página/12 en Alemania
Por Sonia Jalfin Desde Berlín

t.gif (862 bytes) Ya nadie puede decir que vuelve a casa cuando llega a Berlín. Ni los berlineses más orgullosos reconocen hoy su ciudad y en cambio circulan por las calles a la defensiva, con la velocidad que impone la puntualidad alemana de siempre, pero consternados por el tumulto y los ruidos de la construcción. Con la excusa de la mudanza de la sede del Gobierno Federal Alemán y el Parlamento de Bonn a Berlín –decidida por escasa mayoría legislativa en 1991– se están levantando por estos días 12 mil obras edilicias destinadas a convertir a Berlín en la capital de Europa del siglo que viene. En el 2000, entonces, cuando todo esté listo y los cientos de grúas se retiren, poco quedará de la antigua ciudad del muro. Para fin de año, los nueve principales ministerios del gobierno deberán estar trabajando en esta ciudad que ya parece de ciencia ficción. Seguirán la ruta del canciller Gerhard Schröder, que se muda desde Bonn en agosto, y del Parlamento, que inauguró su nueva sede en mayo. Todas las embajadas, los diarios y las principales empresas, en consecuencia, cambiarán también de lugar para mantenerse en el epicentro del poder. Los datos oficiales indican que se moverán 27.000 puestos de trabajo de Bonn a Berlín, 120.000 piezas de mobiliario como sillas o escritorios, y una cantidad de libros que ocuparían 36.000 mil metros de estantes en una biblioteca.
La mudanza de una ciudad es tan caótica como la de una casa: una oportunidad para decidir qué conservar y qué desechar; sólo que los alemanes parecen querer descartar toda referencia al pasado. Han montado, por caso, un mirador turístico desde donde observar las nuevas zonas de construcciones justo en el lugar que solía llamarse “zona de la muerte”, el espacio donde estaba el muro que dividió la ciudad hasta 1989. De los 200 kilómetros de muro que existieron, hoy sólo queda uno y medio. Hay, en cambio, 280 kilómetros de líneas de metro que surcan los barrios como si jamás hubiera habido escollos para comunicarse.
Los principales cambios en Berlín, sin embargo, no se vinculan con la infraestructura sino con la gente. Así como muchos funcionarios argentinos se sintieron alguna vez consternados ante la posibilidad de irse a vivir a Viedma, los políticos de Bonn sufren la imposición de hacer las valijas.
Quien se niegue deberá presentar sus argumentos al gobierno y aceptar pasar a un puesto de menor jerarquía. Pero aun con esas dificultades, los 6 millones de toneladas de concreto que están requiriendo las obras en Berlín no entusiasman mayormente a los funcionarios de Bonn, quienes disfrutan de la placidez provinciana de sus calles y detestan la idea de trasladarse al bullicio. Muchos de ellos optarán por dejar a sus familias en casa y vivir en Berlín de lunes a viernes. Tan generalizada es la tendencia, que las autoridades debieron disponer trenes especiales para funcionarios, que recorren los 650 kilómetros entre las dos ciudades en sólo 5 horas. Otra opción para los políticos reacios al cambio es mudarse a los suburbios de Berlín, una zona en pleno crecimiento luego de años vedada por el muro perimetral.
Berlín está siendo renombrada y ya nada se llama como antes. La nueva nomenclatura empezó a gestarse cuando cayó el muro. Hoy, 10 años después, poco queda de los antiguos carteles. En la ciudad se dice, en broma pero con gran poder descriptivo, que lo único que los occidentales tomaron de la RDA fue un tipo de semáforo que permiten doblar a la derecha aun cuando hay luz roja. Por supuesto, poco quedó de la iconografía comunista. La estatua de Lenin que dominaba la calle Karl Marx –que aún conserva su nombre– está desarmada en piezas sueltas en una bóveda del Deutsche Bank. Una de las mayores curiosidades de esta ciudad en obra es que tampoco los obreros están de parabienes. Aunque hay 250 mil trabajadores levantando la nueva Berlín en dos turnos de 8 horas diarias, las estadísticas del Ministerio de Trabajo reconocen que 37 mil obreros alemanes están desocupados. Es que la nueva metrópoli está en manos de polacos, turcos, rusos y otros inmigrantes de Europa oriental, que llegaron, muchos de manera ilegal, anhelando los salarios que los alemanes desprecian.
Otra de las paradojas de la nueva Berlín es que, más que levantarse, se está hundiendo. En efecto, en la zona histórica del antiguo centro oriental sólo está permitido construir hasta una altura de 30 metros, por lo cual pueden verse gigantescos pozos de subsuelo en construcción, que requieren esfuerzos adicionales para controlar el agua de las napas subterráneas que se encuentran a sólo dos metros de la superficie. La mayoría de las obras, en consecuencia, exige el trabajo de buzos profesionales que se sumergen para colocar los primeros cimientos y unas enormes bombas de succión que retiran el agua y la conducen por cañerías hacia afuera. Lo que más se ve hoy en Berlín son grúas y cañerías que surcan el aire sobre las calles. En las charlas de bar se explica en sorna que por algún lado tenían que evacuarse las cantidades industriales de cerveza que consumen los alemanes.
Pero sin duda los más curiosos juegos de la historia se vinculan con las dificultades para terminar las obras de la mudanza en el 2000, como está previsto. Extremadamente respetuosos de los tiempos, los funcionarios alemanes deberán trasladarse aunque los edificios no hayan podido ser completados en término. Así es como Schroeder se mudará en agosto, pero como sus nuevas oficinas junto al remozado Parlamento no estarán listas deberá trabajar provisoriamente en la antigua sede del gobierno de la RDA, que solía habitar Honecker. El Ministerio de Finanzas funcionará, también de manera transitoria, en el edificio que ocupaba el Ministerio de Aviación del III Reich. Hacienda pasará unos meses en los despachos de un banco que fue construido por Hitler y que luego ofició como Comité Central del Partido Unificado de la Alemania Oriental. La cartera de Trabajo, por su parte, pasará una estadía en el lugar que supo ser el Ministerio de Propaganda de Goebbels.
Por los resquicios, la historia de Berlín sigue irrumpiendo. Ni los 2 millones de metros cuadrados de oficinas vacías que esperan llenarse en los próximos meses, ni la inversión oficial de 20 mil millones de marcos, ni los proyectos privados por 200 mil millones, nada al fin opone suficiente resistencia al pasado de la ciudad. Desde el mirador de Postdam, sin embargo, parece que las grúas pudieran tomar a Berlín pieza por pieza y reacomodarla de acuerdo con las ambiciones del gobierno. En las publicidades oficiales ya se habla de la capital del futuro, situada estratégicamente en el corazón de Europa. Y Berlín, plagada de edificios remozados y torres ultramodernas a medio construir se deja llamar así, capital del futuro, como si no hubiera sido tantas otras cosas en el pasado.

 

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