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Por Cecilia Bembibre ![]() Los dibujos detallistas del francés Gustave Doré, en una versión para jóvenes del Don Quijote, comparten la vitrina con el humor negro del alemán Heinrich Hoffmann y sus ilustraciones en Pedrito el grañoso. Al lado, una edición de Alicia en el país de las maravillas dibujada por el inglés John Tenniel se presenta junto a otro dibujo, separado del volumen. Es el trabajo del mismo Lewis Carroll quien, disconforme con la labor de Tenniel, se ocupó personalmente de ponerle imágenes (que luego obsequió a la verdadera Alicia) a su fantástica novela. Todos los libros provienen de la biblioteca del Cedimeco (Centro de Documentación e Información sobre Medios de Comunicación), una asociación civil que suma más de 50.000 volúmenes en sus estantes, y cuyos integrantes aguzan el ojo para descubrir la documentación que, por curiosa, infrecuente o valiosa, merezca ser conservada para los lectores del futuro. Pablo Medina, miembro de la entidad y curador de la muestra (auspiciada por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural), se ocupa de la visita guiada por la exposición (a las 16; las escuelas pueden pedir turno al 4323-9796). El paseo culmina con la apertura de una valija antigua en la que el público puede hojear libros que, por falta de espacio, no están expuestos en las vitrinas. Como, por ejemplo, La caja de Pandora. La diversidad de los volúmenes pasa también por el tamaño: hay en la sala una edición de Los argonautas que se despliega cuatro metros (imitando un papiro griego), una aventura de Flash Gordon que se extiende un metro, y una sección de miniaturas que incluye la mínima edición de Funes, el memorioso, de apenas cinco centímetros. Con el título de Zoom, se pueden recorrer las páginas desplegadas de un libro pegadas en la pared, y experimentar el mismo efecto óptico que cuando la cámara se acerca paso a paso. ![]()
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