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“El público está como apretado y
temeroso, como con mucho miedo”

En “Hugo Varela en Desconcierto”, el músico y humorista intenta que la gente se relaje sin estar pendiente de los chistes veloces,

Varela define su show como “el primer unipersonal con elenco”.
Lo suyo, dice, se trata de “equilibrios, tensión y sorpresas”.

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Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) Hay humoristas que cargan con la presión íntima de hacer reír en pocos segundos a su interlocutor de turno. Como si fuera un oficio de tiempo completo, como si un artista del rubro tuviera que provocar sí o sí risa, como si no existiese Woody Allen. Hugo Varela, cultor del humor de “sutilezas y desarrollos”, no siente el compromiso del contador de chistes que si no le devuelven carcajadas empieza a sudar frío. Por eso habla de lo que hace como un arte de “equilibrios, tensión y sorpresas” y, sin pretender convertirse en un teórico, explica que en estilo, el humor “aparece en lo inesperado”. “Hay que ir armando falsas estructuras lógicas”, revela, “y romperlas”. Esa idea del equilibrio aparente, de la lógica del caos, es la que despliega en Hugo Varela en Desconcierto, el “primer unipersonal con elenco” que puede verse desde hoy, de jueves a domingo, en el Paseo La Plaza.
Después de haber encarnado a Inodoro Pereyra, de Roberto Fontanarrosa, el cordobés concibió un espectáculo musical. Coescribió los temas con Gustavo Calabrese (uno de los actores que lo acompañan, junto a Claudio Armesto, Rossana Bonetto y Hernán Jiménez), se ocupó de las luces, la dirección, el vestuario, las pelucas y confeccionó los muñecos que aparecen en escena junto a Leonora Bonetto y Silvia Bustos. “Suelen pedirse explicaciones de las cosas humorísticas, que en general están bastante separadas de la lógica”, dice Varela. “De todos modos, cuando elegimos el nombre de este espectáculo, tuvo que ver con mi situación de desconcierto: uno va modificando cosas todo el tiempo, sale de un proyecto y se mete en otro. La cosa artística es estar caminando sobre el desconcierto. Y además del juego de palabras (tratándose de un concierto), tiene que ver con el lugar donde está parado el país, a esta altura de la época preelectoral.”
–¿Y cómo cree que responde el humor argentino en estos casos?
–Tradicionalmente somos un pueblo con un alto sentido del humor. Hablo como provinciano, y el humor provinciano se basa fundamentalmente en la carencia: el pueblito chico, el tipo que no tiene nada y se hace el importante. Tenemos toda la herencia de cuentos, canciones pícaras, que viene un poco de los españoles. En los pocos viajes que he hecho, me di cuenta de que el mejor público para hacer humor es el nuestro. Es el que tiene mayor capacidad de captar cositas, de bancar sutilezas, desarrollos explicativos. En otros lugares son más impacientes. En Colombia, Miami, Puerto Rico, el humor se tiene que resolver rápido, no se le permite buscar otras cosas. Cuesta que funcionen relatos landriscinescos en esos lugares.
–¿Qué cambió en el humor del público, en los veinte años que lleva dedicándose a esto?
–Así como el argentino es un pueblo con una gran capacidad de humor, hay que decir que ha sufrido muchísimo. Cuando empecé con café concert, el clima de los bolichitos donde trabajaba era muy distinto: el público llegaba mucho más suelto, más abierto. El humorista era un tipo más, entre el mago, el levantador de pesas, lo que sea. Ahora el público está como apretado y temeroso, como con mucho miedo por lo que pasa con el país, con el futuro, con las cosas que cambian. En ese estado, ir a ver un espectáculo humorístico se transforma en algo como “necesito que me hagan reír”. El humorista empieza a cobrar cierto relieve, alguien medio místico, un iluminado que los toca con la mano ... pasa a ser como un Pastor Giménez. Y en realidad uno es un laburante. Pero eso me genera una responsabilidad de querer que en el tiempo de mi espectáculo el público no solamente se ría –que es el objetivo número uno–, sino que aparte se afloje, se conecte con los otros, un vínculo distinto al clima de violencia de la calle. Esto, que yo me lo propongo secretamente, es algo que la gente lo nota después, cuando sale. Para mí lo importante es eso. –¿Qué recuerdos tiene de sus años de rockero en San Francisco de Córdoba, con los Teen Dover’s?
–¡Los Teen Dover’s! Eran los comienzos del rock argentino, con Sandro y Los de Fuego, los Pick-Up, Wonderful. Yo tenía 16 años en esa época, me había comprado una guitarra eléctrica, de ésas de cajón. Eramos un grupo de rock muy cuadrado, de puro entretenimiento. Actuábamos en los bailes, hacíamos las clásicas coreografías con las guitarras, la rodilla en el piso, las cosas que se usaban en ese momento. Fueron épocas de bastante esplendor del país, comparando con ahora. Teníamos mucho trabajo, ganábamos nuestro dinero. Eramos los pollos de San Francisco de Córdoba. Después nos separamos y me vine a Buenos Aires a estudiar arquitectura. Teóricamente iba a llevar una vida seria, pero entonces me metí en teatro y se pudrió todo. Cuando, hace veinte años, me definí como humorista, no sabía cómo se aprendía. Bueno, así se aprende: no se sabe cómo.

 


 

"EL CINEAMBULANTE", UNA IDEA JUGADA
Las otras road movies

t.gif (862 bytes) Con la intención de llevar films de producción nacional e internacional a zonas del país que no poseen salas de cine, un grupo de jóvenes realizadores y estudiantes creó El cineambulante, una muestra itinerante que a partir de agosto recorrerá pueblos de Santa Fe, Chaco, Santiago del Estero, Formosa, Salta, Catamarca, Tucumán y Córdoba. “Nuestro proyecto consiste en ir a pasar films a pueblos del interior del país que tengan menos de cinco mil habitantes y que no posean salas de cine. La idea es darles la posibilidad de tener acceso a un tipo de cine que quizás no puedan tener por otros medios”, explican dos de los organizadores. Pablo Pintor e Ignacio Mallorens, realizadores surgidos de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires, son dos de los miembros de la asociación Deambulantes, que también está compuesta por alumnos y ex alumnos de la Escuela de Cine de Avellaneda.
“Vamos a partir el 15 de agosto próximo en un `motorhome’ y va a ser un viaje de tres meses y medio que terminará en noviembre, en el Festival de Cine de Mar del Plata. En esta primera etapa vamos a recorrer todo el norte del país, con un promedio de entre uno y tres pueblos por provincia”, dijo Pintor. Las localidades a visitar son Bigand, Barrancas, Marcelino Escalada y Las Toscas, en Santa Fe; Santa Sylvina y La Clotilde, en El Chaco; Laguna Blanca y Laguna Yema, en Formosa; Pluma del Pato, La Caldera y Animaná en Salta; Caimancito, en Jujuy; Andalgalá, en Catamarca; Villa Quinteros y Ranchillos, en Tucumán; Garza y Villa Ojo de Agua, en Santiago del Estero; y Corralito y General Levalle, en Córdoba. El proyecto nació en enero pasado y cuenta con el apoyo de Panta-Rhei, otro grupo de cine ambulante que aportará los equipos de proyección.

 

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