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EL FIN DE LA VUELTA OLIMPICA EN EL BUENOS AIRES
Una prohibición sin vueltas

El rector del Buenos Aires está decidido a terminar con las tradicionales “vueltas olímpicas” en el colegio: según anunció a Página/12, dejará libres a quienes participen de ellas. Polémica entre alumnos, padres y egresados.

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LA UBA estudia prohibirlas también en los otros dos colegios que están bajo su dependencia.
Para los estudiantes, la resolución que pone fin al festejo de los egresados es
irracional.

Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) Prohibida. Esa es la forma que tendrá a partir de ahora la vuelta olímpica que todos los años hacen los alumnos del Nacional Buenos Aires. El rector del colegio, Horacio Sanguinetti, reveló a Página/12 que acaba de aprobar una reglamentación que “establece que la vuelta olímpica queda prohibida”. La resolución impone 24 amonestaciones sólo por participar, promover o simular ese rito. Y con esas “24 amonestaciones quedan libres, no importa los antecedentes”, arremetió Sanguinetti, en defensa de la fórmula que considera disuasiva. Además, se tipifican agravantes que pueden generar medidas disciplinarias que afectarían futuros estudios universitarios, ya que el colegio depende de la UBA. Por otro lado, el Consejo Superior de la Universidad discute un proyecto del rector Oscar Shuberoff con idéntico objetivo. De aprobarse, las vueltas de los dos secundarios dependientes de la UBA quedarían prohibidas. Para los estudiantes, la medida es irracional. Y preguntan: “¿Y ahora, si la bajan del Consejo, a quién vas a apelar... a Dios?” (ver aparte).
La “vuelta olímpica” es un rito para los alumnos del último año: en forma sorpresiva, los chicos recorren la escuela tirando, en el mejor de los casos, barro, huevos y petardos. El año pasado, hubo dos heridos.
Aunque aún el Consejo Superior discute la modalidad de la prohibición que incidirá en el otro secundario de la UBA –el Carlos Pellegrini–, la resolución saldrá “más vale antes que tarde”, especuló Alicia Camillioni, secretaria académica de la universidad. Pero Sanguinetti no esperó. “Con la venia de la universidad saqué la resolución porque el Consejo no sé cuándo finalmente tomará la decisión y los chicos pueden llegar a dar la vuelta en agosto”, dijo a este diario. Por eso, la resolución 664/99 establece en el primer artículo que “se sancionará con veinticuatro amonestaciones –es decir, la expulsión– la mera promoción, el simulacro o la participación en la denominada vuelta olímpica”.
De acuerdo con la resolución, los responsables de eventuales daños serán sometidos al régimen disciplinario de la UBA, con penas que podrían deparar suspensiones de por lo menos un año, es decir que no podrían ingresar a esa universidad. Serán considerados agravantes los episodios de violencia, los daños patrimoniales, lesiones u ofensas a personas. Prohibidos quedaron también los clásicos petardos.
La decisión fue tomada a raíz de lo ocurrido en la vuelta del ‘98, en la que dos chicas se lastimaron. “De ninguna manera vamos a esperar un muerto”, dice ahora Sanguinetti. Desde hace años, el rector intenta frenar esa vuelta que llama “nazi y fascista”. Por eso ha batallado con sanciones cada vez más graves. Hasta ahora nunca había sido prohibida. “Yo tenía reglamentos que imponían –sigue Sanguinetti– sanciones severas.” Siempre algún alumno retrucaba:
–¿Entonces no está prohibida?
Frente a esto, Sanguinetti ahora responde:
–Ahora, si lo quieren así, digo: está prohibida y sancionada, además. La vuelta olímpica está prohibida y el que participe queda libre.
El paso dado tiene que ver con que no consiguió “sacarles el sentido de heroicidad con que los chicos la manejan”. Tampoco pudo con los padres. El rector se reunió con ellos buscando reemplazar la vuelta con opciones livianas: fiestas, actos académicos, asados de campo. “Fue bastante problemático –admite–, porque están divididos: muchos dieron la vuelta en los ‘70 y la consideran derecho y tradición”.
El rector tuvo el espaldarazo de las autoridades de la UBA para firmar la prohibición. “Un pie roto y un ojo lastimado generan una responsabilidad civil para la universidad”, argumenta, y por eso aspira a ganar consenso en torno de la disposición que estudia el Consejo Superior: se trata de un proyecto girado directamente por el rector de la UBA, Oscar Shuberoff. Sobre el tono de esa medida, Camillioni indica que “la norma, como la sanción, serán pedagógicas”. En el Consejo hay acuerdo sobre elrechazo a los desmanes originados por las vueltas, aunque se discute la forma de limitarlas. “Esto que los chicos llaman vuelta olímpica no es ni divertida, ni linda –opinó Camillioni–: hay falta de respeto hacia la escuela, riesgo, desmanes y daños.”
Otro escenario clásico para las vueltas es el colegio Carlos Pellegrini. Allí el rector, Abraham Gak, intenta desalentarlas pero asegura que no está de acuerdo con la prohibición. Entiende que la censura alienta la vuelta y con su método logró, el año pasado, que dos de los tres turnos desistieran. Unos días atrás un alumno le preguntó:
–¿Qué diferencia hay entre sancionar y prohibir?
Gak respondió:
–Si está prohibida, la sola participación es una transgresión.
Por eso allí sólo se sancionan ataques a bienes y personas. Si bien reconoce “cierto riesgo”, para Gak hablar de muertes es exagerado. El riesgo para los estudiantes no está limitado a la vuelta: “Es permanente”, dice. De todos modos, el rector del Pellegrini anticipa que si la resolución baja de la Universidad, será acatada en la escuela.
A varias cuadras de allí, Sanguine- tti no deja de enumerar destrozos, aulas trancadas con pastillas de gamexane y gases lacrimógenos y los enmarca en prácticas cuasifascistas: “La vuelta tiene connotaciones jerárquicas porque es un acto de salvajismo contra los más chicos, propio de institutos militares, donde el mayor tiene autoridad sobre el menor”. Pero el rector sabe que entre los chicos la vuelta reúne hasta al Partido Obrero con los liberales: “Los diálogos –insiste– van al fracaso total”.

 

 

Los alumnos al poder

Cada fin de año los estudiantes de quinto preparan la vuelta olímpica. El origen estuvo ligado a enfrentamientos entre bandos ideológicos opuestos. Aunque ese espíritu mutó, existen métodos que no han variado y se volvieron símbolos. Uno de ellos es lo clandestino: nadie sabe el día exacto en el que se concretará la vuelta. La noche anterior, la comisión organizadora, a través de una cadena de llamados, convoca a la escuela para los preparativos de la fiesta: porque para muchos la vuelta es eso. Una fiesta de un día. Un día donde el poder pasa de manos de las autoridades a la de los pibes. Y como toda toma de poder, se preparan: hay bombas de estruendo, harina, témperas. Años atrás se sumaban animales y bombardeos con comida.
La vuelta la prepara quinto año y las víctimas son los de cuarto. “Hay que dejar claro –dice Luciana, una alumna de quinto– que en la vuelta participa el que quiere.” La premisa se defiende por dos motivos: participar implica soportar sanciones o manchones de tinta, témpera o huevo. Pero además, la premisa refuerza la idea de libertad y no de imposición con la que los estudiantes defienden la vuelta.
Al final del día, los excesos se resuelven con sanciones y los destrozos, pagando. “Pero no porque se pague –dice ahora Sanguinetti– uno adquiere derechos a romper las cosas de la escuela.” Para el rector, hay huellas que “no se van más”. Por eso repasa parte de esa historia: “Hay excesos, esto reconocido incluso por los chicos. En una oportunidad habían encerrado a un curso en el aula con gamexane. Para escapar, los chicos salieron por la ventana y caminaron por una cornisa a 15 metros de altura.” Después de aquello, en el Buenos Aires enrejaron las ventanas.


Lo que pasó en 1998

El año pasado el rector del Buenos Aires, Horacio Sanguinetti, intentó durante todo el año persuadir a los tres turnos para que desistieran de la vuelta. Al final, sobre noviembre, los quintos de la mañana y la tarde la llevaron a cabo. Participaron 250 alumnos que recibieron entre 20 y 22 amonestaciones. Del total quedaron libres unos veinte alumnos. Y la fiesta olímpica concluyó con dos heridos graves, pivote de la resolución que ahora toma el rector.
Las heridas fueron dos chicas de primer año. Una de ellas recibió un “sifonazo” a veinte centímetros de distancia. El golpe le lastimó una córnea y tuvo diez días de hospital. Otra de sus compañeras fue aplastada por la corrida de estudiantes y uno de sus pies quedó sin sensibilidad. Estuvo hasta marzo en tratamiento. Por este tipo de riesgos, Sanguinetti dice que no quiere esperar “algún muerto”. Para resolver la situación de los sancionados se intentó una probation, que incluyó un estudio sobre la vuelta olímpica.


 

OPINAN LOS CHICOS DE QUINTO AÑO DEL COLEGIO
“Esta sanción no es justa”

Por A.D.

t.gif (862 bytes) La cita es una esquina del colegio. La reunión, en un bar. Es un grupo de estudiantes del quinto año. Ante Página/12 se dieron cita miembros de la comisión de la vuelta olímpica y otros que intentan discutir la postura del rectorado. Dicen que “en la escuela no se puede hablar de este tema”. Por esto sólo tres de los doce dan su nombre. El resto tiene amonestaciones acumuladas y temen que defender la vuelta pueda, simplemente, volvérseles en contra. Quieren la vuelta. Y tienen miedo a las suspensiones para estudiar, y a los padres. Lo dice Cecilia: “Si yo le digo a mi viejo que por un día de fiesta, después no puedo estudiar, me cagan a palos”.
Lo discuten y buscan que también ese temor quede escrito. Al momento de hablar con este diario, todavía no conocen oficialmente la decisión del rectorado, pero la sospechan. “Sanguinetti se reunió con los padres y les dijo que se estaba estudiando la prohibición”, admite uno. Están enojados pero saben que encontrar consenso para rebatir la prohibición será difícil. “En total somos 100 –dice Luciana– si todos nos ponemos de acuerdo la vuelta se hace igual, porque no pueden suspender a todos”. Pero ella misma duda de lograrlo: “Tendríamos que firmar todos que vamos a participar de la fiesta, pero quién va a firmar un papel, ni siquiera yo misma”. En frente Cecilia piensa en los años de suspensión que “no puedo pensar en pagar para estudiar”. Otro, desde el otro extremo, está seguro de que “con o sin comunicado la doy igual, total me voy a estudiar afuera”. La mesa disiente. Y Federico no entiende que “por una falta de disciplina te prohíban la educación”. Se pronuncian a favor de un límite. Todos. Los doce. Uno habla: “aceptamos que la vuelta sea sancionada pero esto nos parece exagerado”.
Al lado de Luciana uno está molesto por el nivel de la discusión: “Este no es un tema grave como para que se debata en el Consejo Superior cuando deberían ocuparse de temas más graves”. Para ellos la prohibición es “irracional”. El motivo: “Este tipo de sanción para una vuelta que es cada vez más light no es justa”, dice uno y sigue: “es porque los medios lo sacan y Sanguinetti no quiere dejar mal parado al Nacional frente a la sociedad”. Los chicos piensan en la vuelta que –admiten– hace años era grave: “ahora es más una fiesta que una revancha”. Federico explica que antes “se llegó incluso a tirar un chancho, pero ahora hay música, ya no se cierran más las aulas y sólo se tira témpera, harina y huevos”. Tampoco hay aceite, dicen, ni gamexane ni caños rotos. No hay insultos a profesores. Al revés: “Los respetamos y es más –se apura uno–: si en la vuelta vemos alguno le decimos por dónde puede salir, lo acompañamos”.

 

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