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OPINION

Colapso sistemático

Por James Neilson


t.gif (862 bytes)  Puesto que la Argentina es un país de fuertísimos instintos caudillistas, el sistema político existente, que fue copiado del modelo estadounidense en el siglo XIX y después, a pesar de los deseos de los radicales, reforzado por la Asamblea Constituyente en 1994, es acaso el más inapropiado que se podría concebir. Lo es porque da al presidente de turno demasiado poder en los buenos tiempos para entonces dejarlo impotente en los malos, los cuales empiezan cuando ya no le queda más que medio año de gestión. Así, pues, luego de soportar nueve años de “hegemonía” de Carlos Menem, con todas las muchas tentaciones supuestas por la falta de límites evidentes, el país se ha encontrado de súbito frente a un “vacío de poder” que es todavía más peligroso. Esfumado el riesgo de que Menem tratara de seguir el camino indicado por Fujimori, ha asomado otro, el de que termine como Isabel, gritando órdenes tremendas a voz en cuello que sólo provoquen carcajadas.
Aunque la situación de Menem se ha visto complicada por su temor comprensible a las investigaciones judiciales que le esperan, el embrollo actual se debe menos a sus errores que a un sistema político que al potenciar tanto al presidente estimula la irresponsabilidad de los demás, de ahí la decisión colectiva de los “oficialistas” de ayer de encolumnarse tras el personaje que creen podría ser el jefe de mañana, asegurando así que el 95 por ciento de los políticos militaran competitivamente en la oposición, lo cual es un disparate. De contar el país con un sistema parlamentario en el que los representantes del pueblo fueran claramente responsables de gobernarlo, la proximidad del fin del reinado de Menem no hubiera producido una reacción tan insensata.
Además de manejarse con un esquema que potencia los vicios de los políticos pero los priva de la necesidad de familiarizarse con algunas virtudes, el país tiene que convivir con el hecho de que una de las dos coaliciones dominantes es aún más caudillista que la Constitución. Por ser el peronismo un movimiento “verticalista” para el cual la “lealtad” personal es el único adhesivo, a menos que el líder tenga la decencia de morir con las botas puestas y sólo haya un delfín aceptable, las transiciones siempre supondrán un acto de parricidio: presas de una cultura política primitiva, Menem tuvo que intentar la re-reelección y estuvo escrito que Eduardo Duhalde lo traicionaría. Mientras tanto, el país se ha visto obligado a participar en un drama sin sentido en el que su papel se limita a proveer los cuerpos que irán cubriendo el escenario al representarse el alocado acto final.

 

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