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OPINION

A río revuelto

Por Eduardo Aliverti


t.gif (862 bytes)  En términos estructurales, ¿pasó algo o no pasó nada con la crisis desatada por los camioneros? Las dos cosas, según quiera verse lo ocurrido desde una perspectiva político-institucional o bien a partir de una lectura basada en la estabilidad del modelo.
Si se aplica el primer enfoque, el menemismo muestra su momento de mayor flaqueza en (sus) diez años. Más allá de compartir o no la metodología de lucha de los transportistas de carga, una inmensa mayoría social -reflejada en cuanta encuesta quiera tomarse– adhirió a los motivos de la protesta y señala al Gobierno como principal responsable del conjunto de los problemas. Hastiada de impuestos que no retornan en mejor calidad de vida y sumida en un proceso recesivo galopante, que los propios funcionarios admiten, la población encuentra que ningún esfuerzo tiene sentido porque todo fuga por el agujero de la corrupción y la deuda externa. Salvadas las excepciones, ni la leche derramada ni los pollitos muertos fueron cargados en la cuenta de docentes y camioneros. La justicia de los reclamos de ambos sectores está fuera de toda duda. Como ayer los pescadores y como siempre los jubilados, entre tantos. Si encima aparece todo el gabinete nacional con gesto adusto, amenazando con el estado de sitio y la ley de abastecimiento, queda completada una obra maestra de debilidad. Además, se trata de una gestión que acabará en pocos meses, y la sospecha general es que ya nada le preocupa demasiado. Abandonan el barco presurosamente y no hay equipo de producción, tanto de la prensa oral como escrita, que no pueda dar fe de lo ímprobo que es encontrar hoy algún soldado menemista (relativamente serio) dispuesto a dar la cara en los medios.
El Gobierno se cae a pedazos, entonces, pero está lejos de caerse solo. Está arrastrando el Congreso, entero, por el penoso papel legislativo ante el impuesto automotor. Se arrastra la oposición, que al decir “ni” desnuda su especulación electoralista. Y se arrastran las franjas sectoriales –es decir, la suma de los más perjudicados en la distribución del ingreso– porque aunque declamatoriamente identifiquen al modelo como responsable, operan diluyéndose en pujas de alcoba: “Yo pagué y éste no”; “¿por qué los docentes y no los camioneros?”; “¿por qué los camioneros y no los médicos?”. El negocio sistémico es redondo y no hace falta lumbrera alguna para advertirlo. El culpable está identificado pero no agredido, porque los agredidos se agreden entre sí. Una ecuación más vieja que Matusalén, abonada por un conjunto de supuestos opositores a los que ni siquiera se les escucha –así se tratare de mera demagogia– que debe comenzar a pensarse en que paguen más quienes más tienen. La síntesis es que la crisis avanza y el modelo se consolida. Parece una contradicción pero es una fórmula efectiva.

 

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