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PROBATION PARA EL PASTOR GIMENEZ: LIMPIARA BAÑOS Y VESTUARIOS DE UN CENTRO
Del púlpito al trapo con jabón

El que fuera un poderoso y rico evangelista deberá asear un centro comunitario. Está denunciado por estafa y lesiones menores.

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Por Cristian Alarcón
t.gif (862 bytes)  El hombre que durante los últimos diez años no tuvo otra ocupación que agitar las palmas, elevarlas al cielo, imponerlas sobre miles de fieles y contar luego suculentos diezmos, deberá desde la próxima semana lavar los baños y los vestuarios del centro comunitario “Los humildes primero”. Vinculado desde siempre con los “más desposeídos” –desde que como ladrón abatido por la policía descubrió la Biblia, y luego la prédica, y por fin la riqueza y la fama– el pastor Aníbal Héctor Giménez, sufre aún las consecuencias de lo que califica como “el espíritu del diablo”. En su aspecto material, el mal que azota la vida del evangelista, son una serie de causas judiciales en su contra. En esta oportunidad el Tribunal Oral Nº 15 –donde se habían acumulado varias denuncias– decidió concederle la “probation”, o sea la posibilidad de realizar un trabajo comunitario para suspender el juicio oral que le esperaba por dos acusaciones: una estafa a una feligresa y las lesiones leves que según su ex mujer, la Pastora Irma, le habría provocado a una hija del matrimonio.
Quien llegó a ufanarse de ser el líder de la “Iglesia más numerosa del mundo después de las del Pastor Cho, en Corea” y de haber roto todos los récords de hacinamiento de fieles cuando predicaba en el Luna Park, hace cinco años que no para de tener inconvenientes legales. El diablo del que más se queja, y que más procesos le ha iniciado, es su propia ex esposa, la rubísima Pastora Irma López de Giménez (ver aparte). Es ella quien asegura que el predicador mediático agarró de los pelos, le pisó un pie, y le provocó magullones al zarandear a la niña, que hoy tiene 13 años. Según fuentes judiciales le dijeron a Página/12, en los siete cuerpos de la causa que revisaron los jueces, según el relato de la pastora, el hecho ocurrió en el templo Ondas de Amor y Paz de la calle Rivadavia, cuando ante una pelea entre la nena y otra feligresa, el pastor las separó agarrando de los pelos a su hija. La reprimenda habría incluido un zarandeo que le dejó marcas en un brazo a la chica.
Esa causa por lesiones leves agravadas por el vínculo, acarreaba para Giménez la posibilidad de una pena excarcelable. La que significaba una posible detención era su supuesta participación en una estafa a una fiel ofendida: María Morales. La mujer lo fustigó judicialmente por haberle vendido una casa en un plan de viviendas que nunca existió. En rigor, los directamente acusados por el negocio inmobiliario trucho son el hermano de Giménez, Eduardo. Y un seguidor, José Oriolo. Ambos aparecen como socios en el emprendimiento de la inmobiliaria Jeremías, al que se había suscrito con el pago de cuatro cuotas de 277 pesos, la cándida Morales. El complejo habitacional de casas prefabricadas en el que había creído la mujer se promocionaba en las misas sui generis del pastor como un lugar ideal para el creyente. El prototipo de tal paraíso se exhibía en lo que habían bautizado como “el Patio de Jesús”.
El derrotero de Giménez tiene su propia génesis. El pastor, como buena alma redimida, vivió sumergido en la marginalidad y lo sórdido. Su vida ha sido narrada por él mismo con ese modelo de historia que se repite entre los que buscan en él –aún hoy en un templo medio vacío del Once– el perdón de los pecados y la vida eterna. Hasta los 18 años ejercía el choreo violento y jalaba cocaína sin control. Así fue que en un tiroteo una bala casi le llega al corazón. La enfermera que sus compinches consiguieron llevar al aguantadero donde él se desangraba le mostró “la palabra”: Corintios 5:17. En resumen, el mensaje bíblico le proponía una nueva vida. Entonces se produjo el primer milagro: sanó. La bala todavía está incrustada en su cuerpo. Pero faltaban dos: cuando sus padres, trabajadores que lo querían encauzar, lo llevaron a una iglesia. Y tres: cuando al caer en el último robo que se había propuesto, una jueza le dio la libertad. Después guitarra en mano el joven salió a predicar.
“Se formó la iglesia con drogadictos, prostitutas, lesbianas, homosexuales conversos”, contó cuando estaba en la cima y Moria Casán bautizaba a su hija Sofía en la Iglesia que funcionaba en el viejo cine Roca, de la Avenida Rivadavia. Su iglesia llegó a tener 107 sedes en el interior, Chile, Paraguay, Bolivia y Miami, donde desde una cabaña de Key Biscaine, transmitía para el mundo hispanoparlante. Afectado por la recesión y la pérdida de imagen que le significaron las trifulcas con la pastora Irma, Giménez ha declarado que declinó hasta dejarlo en la quiebra la recaudación de diezmos. Ahora, para colmo de males, le suma un trabajo ad honórem en plena Villa Lugano, donde cada semana, y durante ocho horas, deberá hacer tareas de limpieza en vestuarios, pisos y baños del centro comunitario, casi profético, “Los humildes primero”.

 

SU MUJER, IRMA, CENTRO DEL CONFLICTO
Las denuncias de la pastora

Por C.A.
T.gif (862 bytes) El Pastor Giménez tuvo una infancia dura y una adolescencia peor. Pero según él mismo, no le había conocido la cara al diablo hasta que su ex mujer, la nuevamente rolliza pero siempre blonda pastora Irma, comenzó a acorralarlo con denuncias judiciales. Ella, que no se ha cansado desde el divorcio de la pareja, allá por 1994, de acusarlo ante jueces y cámaras televisivas, lo demandó por primera vez en agosto de aquel año por daños y amenazas. Dijo que lo seguía en su auto después de encontrarlo con otra mujer en la costanera y que él, para escapar, le tiró el suyo encima, la chocó a propósito y después la llamó a su celular para maldecirla y advertirle que si no la cortaba la iba a matar. Esos hechos no fueron probados. Como tampoco prosperó la denuncia penal que le inició Irma por no darle todo el dinero de alimentos que solicita: algo así como diez mil pesos mensuales.
La crónica de este amor tremendo comenzó cuando él era un lumpen que no podía vivir sin la cocaína y ella una trabajadora textil. El dejó las márgenes después de la revelación que tuvo al escuchar a una enfermera leerle la Biblia, a los 18 años. Y, como debe ser, su etapa evangelista comenzó con una esposa que lo sostenía. Ella nunca fue una figura en las sombras de su prédica. Más bien se convirtió con el tiempo, en la que completaba el ideal cristiano que ofrecía Giménez en su templo. Y así la producción en sus ropas y la vehemencia discursiva con que inflaban los ánimos de la feligresía, comenzó a ser patrimonio de ambos.
El viajaba solo a Miami para grabar sus transmisiones televisivas. Después ella lo acompañó. El se ponía unas camisas bailanteras de temer. Ella se fue inflando el jopo y aminorando el peso hasta quedar hecha una Barbie evangélica. Después vino lo de la persecución y la amenaza. Ya no pudieron parar. La guerra de los pastores se había desatado. Ella terminó dejando su lugar de predicadora. El insiste desde un nuevo templo, esta vez enclavado en un shopping de la calle Lavalle, en pleno Once, donde se sigue cayendo la gente de espaldas cuando el mal se ve derrotado por él.

 

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