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SUEÑOS
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

UNO El sueño (el sueño de volar y el sueño de caer en picada) se llama John Fitzgerald Kennedy, Jr. Sí, otro Junior que se cae de un cielo sin luna y el último eslabón de una saga siempre inconclusa: su padre y su tío fueron asesinados antes de probar gran cosa (salvo que tuvieron contactos con la mafia, que les gustaban las chicas veloces y que, por lo menos, fueron piezas instrumentales en el suicidio de Marilyn Monroe cuando no de su asesinato); otro de sus tíos murió en la guerra y otro murió (políticamente) al abandonar a su suerte a una amante bajo las aguas. Y para qué te voy a hablar de los primos: el que no se pasa de drogas viola a una baby sitter o se estrella contra un árbol con la discutible elegancia de un coyote persiguiendo a un correcaminos. No importa: para algo están los espejismos disfrazados de oasis y el caso J.F.K.J. y todo un país soñando, ahora, en una grandeza que no fue y no tenía por qué haber sido. Por lo que se sabe, la revista de Jr. era un fracaso, no había sido un buen estudiante, Madonna (a quien, espero, no se le ocurrirá lanzar su “Candle in the Wind”) nunca fue especialmente entusiasta en cuanto a sus performances en la cama y, atención, por su imprudencia (dicen que no era un buen piloto) murieron su mujer y su cuñada de las que nadie se acuerda demasiado. Aun así, los norteamericanos sueñan en estas noches boca arriba que J.F.K.J. encendía los motores, carreteaba y subía y subía más y era presidente y reparaba la grieta y borraba el estigma de aquella mañana en Dallas cuando todo empezó a venirse abajo. De ahí a las ya clásicas fotos de Bill, Hillary y Chelsea caminando cabizbajos por lo que venga (guerras, atentados, niños asesinos, sexo oral) hay menos distancia que de aquí a la Luna. En estos días se discute si será enterrado con el ceremonial de un alto mandatario o algo por el estilo. Así, los norteamericanos piensan que lloran por una cosa cuando en realidad están llorando por otra muy diferente. No lloran por J.F.K.J., lloran por ellos y por la muerte de un –otro– sueño colectivo. Falta menos para que alguien proponga nueva teoría demencial y a nadie se le ocurra que a J.F.K.J. lo mató el exceso de equipaje: no hay avioneta que aguante el peso de una leyenda falsa.

DOS John Fitzgerald Kennedy era el presidente que quería “llegar” a la Luna. No pudo ser. La caída de J.F.K.J. hace unos días ha ensombrecido el recuerdo de la auténtica leyenda de un hombre humilde llamado Neil Armstrong y su épica caminata, hace treinta años, sobre la superficie de la Luna. “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad”, dijo entonces Armstrong. Y juro que esto es verdad, escuchen las grabaciones: Armstrong dice sus célebres palabras y, más tarde, casi en un susurro, agrega: “Buena suerte, Mr. Gorsky”. Semejante frase puso frenética a la CIA, al FBI, a la NASA, a todas las iniciales de entonces. ¿Quién era Gorsky? ¿Era acaso un mensaje cifrado para los rusos? Al volver a la Tierra y ser interrogado sobre el punto, Armstrong no dijo nada y, a lo largo de los años, cambiaba de tema cada vez que el asunto surgía en alguna entrevista. Hace poco –”ahora que Mr. Gorsky ha muerto”, explicó– Armstrong contó la verdad: ocurre que un día, cuando era chico, su pelota se fue al jardín del vecino, un tal Mr. Gorsky. Al ir a buscarla, escuchó claramente la voz de la señora Gorsky saliendo por una ventana que decía: “¿Sexo oral? Ni lo sueñes, Gorsky. Tendrás sexo oral el día que el chico de los Armstrong pise la Luna”.
Esa noche, el chico de los Armstrong –quien nunca le había dado importancia a esa esfera de luz prestada flotando en el cielo– soñó que caminaba sobre la superficie polvorienta de la Luna y, tiempo después,hace treinta años, todos nosotros nos despertamos descubriendo que los sueños de unos muchas veces se convierten en la realidad de los otros. A veces –las menos, cuando hay buena suerte– la cosa sale bien. Es entonces cuando tal vez nos parecemos más a esos dioses que, de vez en cuando, sueñan con nosotros y se despiertan diciendo “¿a que no sabés la pesadilla que tuve anoche?”.

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