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LOS ESTRENOS DE LA SEMANA

En una cartelera nacional repleta de films para los niños y jóvenes en vacaciones de invierno –entre ellos "Tarzan", "Episodio 1. La amenaza fantasma", "Rugrats" y "Manuelita"– sólo hay para hoy dos novedades. La principal es una notable película japonesa llena de premios internacionales, la otra un producto industrial súper hollywoodense.

“Virus”, el festival de los efectos especiales

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El “Virus” del título es un virus informático, que habita un buque ruso a la deriva, al que llegan las víctimas estadounidenses de un naufragio.
El experto John Bruno hace lucir una parafernalia de efectos especiales para intentar dotar de alma a un film industrial en exceso.


Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) El carguero a duras penas si sobrevive al tifón. Lejos de toda ruta comercial, y remolcando una fortuna no declarada en madera y acero, al “Sea Star” no le queda mucha vida. Eso es lo que piensan todos sus tripulantes, si es que tienen tiempo para pensar –claro– mientras hacen todo lo posible por seguir a flote. “Esto está mal”, dice uno de ellos. “Definí: mal”, lo urge el otro. “Nos estamos hundiendo” es el diagnóstico. Mientras ve cómo su carga se pierde en el mar, el desequilibrado capitán Everton (Donald Sutherland) decide suicidarse. Se encierra en su camarote, se despide de la foto de su hijo y se mete el caño de una pistola en la boca. Es entonces cuando golpean a su puerta. “Estoy ocupado”, se queja Everton. Pero igual se acerca al puente. Hundiéndose y sin su carga, el “Sea Star” ha alcanzado el calmo mar del ojo de la tormenta. Una calma que comparten con un inmenso barco fantasma, cuya silueta promete tantas emociones Clase B como todo el trágico prólogo con las desventuras del capitán Everton y su “Sea Star”.
Desprejuiciado producto gore, sin otras ambiciones que desarrollar su historia antes de que se le acabe la energía para contarla, Virus es la ópera prima del especialista en efectos especiales John Bruno. Y se nota. Porque con el correr de su metraje, queda claro que semejante despliegue de monstruos, ideas y actores bien merecía una mano algo más firme detrás. Y más teniendo en cuenta que inmediatamente después de la codicia de los casi náufragos del “Sea Star” ocupando el buque fantasma ruso “Vladislav Volkov” pensando en una futura recompensa, descansa un Encuentro Cercano del Tercer Tipo como nunca hubiera imaginado Steven Spielberg.
El Virus al que se refiere el nombre del film de Bruno es un virus informático, que llega del espacio para instalarse en el buque ruso abandonado, descubierto por los marineros del “Sea Star”. Una forma de vida totalmente distinta de las conocidas, que apenas vuelva a ser enchufada por la tropa del capitán Everton luchará por su supervivencia, tratando de sacarse de encima ese otro virus humano que infecta “su” barco. Luciendo los efectos especiales más asquerosos –y efectivos– de los últimos años, Virus es apenas un par de ideas, unos monstruos y Jamie Lee Curtis que vuelve a gritar, esta vez amenazada por un peligro espacial y no de Noche de brujas. La película luce llena de diálogos previsibles, terribles explosiones y un despliegue de bricolage humano más que interesante, que bien podría haber tenido otro destino si detrás de su andamiaje hubiera habido un John Carpenter, por ejemplo. En lugar, hay apenas un experto en efectos especiales.

 


 

“AFTER LIFE”, DEL JAPONES HIROKAZU KORE-EDA
La realidad de la irrealidad

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“After life, la vida después de la muerte” es una revelación.
El film ganó el Festival Internacional de Cine Independiente.

Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) El año pasado fue La anguila, del veterano maestro Shohei Imamura. Hace un par de meses, esa obra maestra llamada Flores de fuego, del gran Takeshi Kitano. A comienzos de agosto, en la sala Lugones, será el turno de una colosal retrospectiva dedicada al propio Imamura, en la que desfilará su obra casi completa. Ahora, al público local le llegó la hora de descubrir el cine de Hirokazu Kore-Eda, con After Life, que se estrena con el subtítulo de La vida después de la muerte. Y que viene precedida de premios en varios festivales internacionales, incluido el de Mejor Película y Mejor Guión en el reciente Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. El cine japonés está demostrando que hay vida después de Kurosawa. Por suerte, los distribuidores locales parecen haberse dado por enterados.
Cuatro años atrás, Kore-Eda (n. 1932) había dado el primer aviso sobre la emergencia de una nueva generación de grandes cineastas japoneses, cuando presentó al mundo su ópera prima, Maborosi. Allí, la protagonista vivía atormentada por la idea de que su sola presencia traía la muerte a los seres queridos, y el film fue toda una revelación para Occidente. La muerte vuelve a ser el tema de After Life, pero ahora Kore-Eda da un paso más y la observa desde un más allá que no tiene nada de esotérico. El guión del propio Hirokazu (quien también se hizo cargo del montaje) presupone la existencia de una instancia inmediatamente posterior a la muerte, donde a aquellos que acaban de perder la vida se les ofrece la posibilidad de retener un único, preciado recuerdo, que los acompañará por el resto de la eternidad. Atendidos por un equipo de anfitriones que los ayudan a hurgar en la memoria, son los propios huéspedes quienes elegirán el mejor de sus recuerdos. Todo parecería servido para una verdadera melaza New Age, llena de ángeles, redenciones y falsas sabidurías de bolsillo, y no extraña que Hollywood ya le haya echado el ojo a este guión, con ganas de meterle las manos encima. Allá ellos. After Life, la película de Hirokazu Kore-Eda, va por caminos bien distintos.
Ese sitio al que van a parar los muertos no se emplaza entre nubes rosadas, iluminado con fuertes luces de fondo y filtros flou, ni atendido por seres sabios y angelicales. Muy por el contrario, Kore-Eda lo muestra como el perfecto equivalente de una oficina pública, con empleados que se quejan por la falta de calefacción y trabajan esforzadamente, no siempre a gusto. En una única escena (After Life es una de esas películas en la que un solo momento basta para pintar lo esencial) se ve lo que rodea el edificio: la más terrenal de las ciudades, puras luces de neón y videogames. Además, el realizador descarta de plano cualquier connotación místico-berreta para esa instancia más allá de la muerte. “Entonces, aquí no es cuestión de bien y mal, de cielo o infierno”, dice uno de los recién llegados, como para que la cosa quede bien clara. El tiempo corre allí de la más terrenal de las maneras, y Kore-Eda hace del tiempo su materia, señalando la sucesión de los días mediante carteles que se superponen a la imagen. Como en todo trabajo, la cíclica rutina de estos servidores públicos empieza un lunes, y para el viernes siguiente deberá estar resuelta, cuando un nuevo piquete de recién llegados esté arribando. El realizador le da a esta premisa propia del cine fantástico el más realista de los tratamientos. Su cámara se muestra atenta a los más pequeños detalles y particularidades de cada uno de los recién venidos, filmándolos de frente, como en un típico “documental de entrevista”. Algo que no debe extrañar: el documental es el género en el que Kore-Eda se formó. Muchos de los actores no son siquiera profesionales, y eso le da al film una espontaneidad, una sensación de realidad, que sólo los mejores documentales saben alcanzar. A esos no-actores, la cámara de Hirokazu los observa sin apuros ni urgencias, siempre desde una respetuosa distancia, con lo que podría denominarse una “cálida contención”. Y que no excluye la más genuina y empática emoción, producto de esos íntimos recuerdos. Que van cayendo de a uno, lentos, queridos y profundos. Ciertos olores y perfumes, la brisa de verano a través de una ventana, el roce con un regazo, un momento junto a la persona amada, son los momentos que los protagonistas de After Life eligen para siempre. Y que finalmente serán reconstruidos y filmados. En última instancia, la de Hirokazu Kore-Eda es una película que sigue creyendo en el cine como terreno privilegiado de las emociones. Y demuestra en los hechos que el cine puede seguir siendo eso.

 

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