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OPINION
Fujimorismo a la argentina
Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

La situación de Pinochet se complica. El proceso en Roma por la muerte de ciudadanos italianos daría lugar a un pedido de extradición más incuestionable que el español. Sólo le queda la esperanza de que lo beneficien razones humanitarias, es decir, las que él nunca conoció. Desde Londres llega el claro mensaje de que las dictaduras de seguridad nacional son un capítulo histórico. Sin duda, se trata de una magnífica noticia.
Esas dictaduras fueron modelos institucionales regresivos empleados para desbaratar toda oposición orgánica al desmantelamiento de nuestros precarios estados de bienestar. Prepararon la llegada del pensamiento único, pero, una vez instalado y producidos sus devastadores efectos sociales, ya no son útiles.
No obstante, sería muy ingenuo ignorar que hoy se perfilan otros modelos institucionales regresivos. El siglo se cierra con una tendencia a los modelos enmarcados en constituciones, pero no como vehículos de la democracia, sino como fachada de un poder que garantice la continuidad de una pirámide social que ensancha su base y eleva su vértice. La fachada constitucional es una vieja práctica latinoamericana: las repúblicas oligárquicas de comienzos del siglo eran disfraces republicanos de estados feudales.
Las actuales tendencias regresivas pueden polarizarse en dos modelos puros de autoritarismo: el personal (cuyo más claro ejemplo es Fujimori) y el impersonal (que es el caso del PRI mexicano).
a) El modelo Fujimori combina mayores elementos tradicionales: personalismo, cerrado apoyo militar, persecución de la prensa opositora, manipulación judicial, tribunales militares y desconocimiento de los derechos humanos, incluyendo el propio sistema interamericano.
b) La prohibición total de la reelección en cualquier cargo público fue impuesta en México en 1917, como reacción contra la perpetuación de Porfirio Díaz. Cerrada así la posibilidad del autoritarismo personalista, el PRI montó un autoritarismo de partido, desbaratando la oposición y controlando los resortes del poder, mediante todos los procedimientos violentos y corruptos conocidos e imaginados.
Aquí fracasó el fujimorismo vernáculo intentado por Menem, pero la última propuesta de Duhalde sobre el tema –la idea de una nueva reforma que modifique la duración del mandato presidencial– puede ser tanto una ocurrencia circunstancial, como también indicar una incipiente preferencia por el modelo del PRI. La rápida respuesta de De la Rúa es incuestionablemente razonable: sería absurdo toquetear nuevamente la Constitución –con los consabidos doctos debates jurídicos–, cuando es prioritario saber cómo hacemos para levantar lo que queda del país.
Pero no caer en propuestas ridículas en la coyuntura, no importa renunciar a la reflexión ni al debate sobre un modelo institucional futuro, que nos evite caer en alguno de los nuevos modelos regresivos.
La cuestión no se resuelve con consignas. La no reelección es un sabio principio, no sólo en lo federal, sino también en lo provincial, para evitar feudalismos de tipo puntano. Sin embargo, en México, que lo consagra en todos los niveles de gobierno, sirve sólo para evitar que los privilegios personales por más de un sexenio resulten disfuncionales a la hegemonía de la máquina de poder. De este modo consigue la renovación periódica de los equipos de un aparato eterno, que incluso supo cambiar hasta las corporaciones dominantes (primero los generales, luego los abogados, ahora los economistas).
Pero no basta con esta advertencia, pues quedan abiertos otros muchos interrogantes. Así, cabe preguntarse si los dos modelos agotan la gama regresiva, o si no se perfila una tercera variable más dúctil, que sería la brasileña, donde el establishment echa mano (o fabrica) al candidato con mayores chances y le pone sitio con gente de confianza. Aunque hasta ahora ofrece el inconveniente de que los personajes elegidos se gastan antes de lo previsto, el modelo puede perfeccionarse. Encarar el posmenemismo no será una tarea puramente económica, sino también institucional. No estamos seguros de que el actual modelo sea suficientemente preventivo de las amenazas deteriorantes que pululan por la región. Prueba de ello es que el fujimorismo vernáculo fracasó por falta de apoyo popular, pero no por barreras institucionales. Se impone meditar seriamente. Nada es definitivo a este respecto; ni siquiera que el presidencialismo sea el mejor sistema, aunque, pese a sus magros resultados, en toda la región se insista en sostenerlo.

* Legislador Alianza-Frepaso.

 

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