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PROVOCABAN INCENDIOS Y LUEGO IBAN A APAGARLOS
Bomberos con tarea asegurada

Para demostrar su eficiencia como aspirantes al cuerpo de voluntarios, tres adolescentes misioneros provocaron siete incendios en un año. Luego se sumaban a la dotación.

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El último incendio fue el jueves último a la noche, cuando quemaron el aula de una escuela.
Varios testigos los vieron momentos antes de producirse en fuego rondando el lugar en un auto.

Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Pocos presentían algo raro: en el pueblo misionero de San Pedro, en lugar de llover, se sucedían los incendios. En lo que va de un año a esta parte, se habían desatado siete con las mismas características: en casas abandonadas y galpones madereros. Sólo en dos ocasiones, las llamas se habían producido en viviendas habitadas pero, en el momento del siniestro, sus dueños estaban ausentes. Los pocos que sospechaban eran los propios bomberos voluntarios del pueblo. Y fueron ellos los que finalmente comprobaron que tres de sus cadetes a prueba, dos de 16 y uno de 17 años, prendían fuego para después ser los primeros en responder a la sirena de alarma. Los tres adolescentes fueron descubiertos en su último acto de piromanía, cuando se los vio rondando el aula satélite de una escuela, poco antes de que se incinerara, el jueves pasado. Además de confesar tras ser detenidos, los tres fueron inmediatamente apartados del cuerpo de bomberos.
El año pasado, Alan, Fernando y Pablo ingresaron a la Asociación de Bomberos Voluntarios de San Pedro, una localidad de 20 mil habitantes, a 300 kilómetros de Posadas y próxima a Puerto Iguazú. Lo hicieron como lo dicta la norma, como cadetes a prueba. Apenas cumplidos sus 18 rendirían un examen que les permitiría ingresar al cuerpo. Entretanto, su aprendizaje se remitía a clases teóricas, observación de los bomberos ya efectivos y, virtualmente, apoyo externo en caso de necesidad. “Se ocupaban de la asistencia en línea”, explicó a Página/12 el aspirante Miguel Báez, uno de los 15 ya integrantes del cuerpo. Se llama “línea” a la manguera: los seis cadetes externos –entre ellos el trío en cuestión– se dedicaban a que no se anudara durante un incendio, que no se pinchara o nadie la pisara, y a que los bomberos tuvieran sus implementos listos. Una suerte de apoyo logístico que, al parecer, no era suficiente para que los tres jóvenes demostraran sus destrezas.
La principal actividad de San Pedro es la industria maderera. En la ciudad hay numerosos galpones donde se depositan los troncos para ser vendidos a los aserraderos. Por eso, hubo alarma ante la seguidilla de incendios: un galpón y cinco casas abandonadas ardieron, desde agosto del año pasado, en una racha sin precedentes en la ciudad. Todos ocurrieron dentro del casco urbano, que a lo sumo cuenta con 4 mil habitantes. Después de declarado el fuego, se seguían los pasos habituales: una sirena larga para convocar a los bomberos y luego una carrera hasta el lugar del hecho, a bordo de la “chancha”, una camioneta Dodge de los ‘60, con un tanque de agua de 2 mil litros que sólo se puede llenar hasta la mitad porque, de lo contrario, no arranca. “Ellos llegaban siempre entre los primeros. Eso nos llamaba la atención –aseguró Báez–, pero como cadetes no podían subir a la ‘chancha’ y tenían que ir en otros autos.”
El último incendio tuvo lugar el jueves pasado, en un aula de la escuela 678, del barrio Irrazábal. El caso respondía a las mismas características que los anteriores: aunque el aula estaba en uso, el incendio se produjo durante la noche, cuando sus puertas ya estaban cerradas.
Piromaníacos inexpertos, los jóvenes al fin cometieron un error. Uno de ellos, Pablo, cuidaba por esos días la casa de la bióloga Alicia Pujato, que había viajado a Entre Ríos. Sin pedir permiso, el chico tomó prestado el auto de la mujer, un Fiat Uno blanco, con el que los vecinos lo vieron dando vueltas por el barrio, con sus amigos.
El miércoles pasado, los tres se reunieron en casa de la bióloga y decidieron demostrar una vez más sus destrezas. Salieron una vez más con el Fiat, hasta que dieron con el nuevo foco de incendio: el aula de una escuela del barrio Irrazábal. Varios testigos aseguraron a la policía que habían visto a alguien merodeando la zona instantes antes de que se declarara el fuego. Y que iban sobre un Fiat Uno blanco. Un día después, la doctora Pujato denunció que su auto había sido utilizado.
No hizo falta más para desanudar las sospechas del cuerpo de bomberos. La policía ató cabos y fue en busca de los tres jóvenes que quedarondetenidos. El viernes, después de confesar, Alan y Fernando fueron entregados a sus padres, pero Pablo quedó detenido a disposición del juez de menores de Eldorado, sospechado de ser el ideólogo de los siete incendios.
“Nosotros nos jugamos la vida y ahora se nos viene encima esto”, se quejó, muy amargado, el aspirante Báez. “Lo que hay que recalcar es que ellos no pertenecían al cuerpo, no eran bomberos”, aclaró el hombre, para dejar a salvo el honor del cuerpo.

 

 

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