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SUBRAYADO
Riesgoso pero inevitable
Por Claudio Uriarte

Venezuela está por embarcarse en una aventura tan excitante como peligrosa, tan riesgosa como inevitable: la instauración de una Asamblea Constituyente de atribuciones cuasirrevolucionarias, ya que se trata de rehacer la legalidad nacional de pies a cabeza, incluyendo el establecimiento de principios tan controvertidos como la politización de las Fuerzas Armadas, la práctica del plebiscito permanente y la revocabilidad por referéndum del mandato de los funcionarios públicos. Lo que va a ensayarse es una Carta Magna cortada a las medidas del ex golpista, actual presidente populista y probable futuro líder nacional bonapartista Hugo Chávez Frías. Y son unas medidas abrumadoras, desproporcionadas en relación con el resto.
La aventura es inevitable, porque la vieja clase política emblematizada en el ex presidente Carlos Andrés Pérez cometió un verdadero suicidio de legitimidad a través de la hipercorrupción, delirios de omnipotencia, desigualdades de distribución social y falta de previsiones económicas para el futuro que signaron los años dorados de la “Venezuela saudita”. Sin embargo, la aventura que empieza hoy también es peligrosa, porque Chávez va a condensar un corporativismo político-militar que ningún otro poder parece en condiciones de contrapesar. La disolución del Congreso que se busca a través de la Constituyente equivale ni más ni menos que a la liquidación de lo que queda de los viejos partidos políticos tradicionales –los “adecos” socialdemócratas y los “copeyanos” democristianos– sin que por el momento aparezcan formaciones alternativas ante la aplanadora electoral-militar del Movimiento V República.
Por el momento, el festival populista del “huracán Hugo” ha sido administrado por el interesado con una notable sangre fría, serenidad y claridad de objetivos, que contrastaron con las floridas y festivas hipérboles del lenguaje del líder y la escala épica de la movilización de masas que constituyó su permanente, estruendoso cortejo. Chávez ha sido hábil para tranquilizar a la clase empresaria y a Wall Street del hecho de que él es un “hombre del Estado” –es decir, del establishment en su sentido más esencial y recóndito–. Sus coqueteos verbales con la “Tercera Vía” mandan la señal de que no va a tratar de replegar a Venezuela hacia un proteccionismo populista. Pero su estilo de gobierno es una cantidad a examinar, mientras no es claro que no vaya a quedar preso de las inmensas demandas que lo propulsaron, y que él mismo incentivó.

 

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