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El que no, no
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) En estricto castellano, “tabicar” –dice María Moliner– es “cerrar con un tabique una puerta o ventana”. En dúctil porteño, la palabra padeció otras acepciones bajo la dictadura militar. En los centros clandestinos de detención “tabicaban” a los prisioneros con capuchas o vendándoles los ojos, a veces con cinta aisladora, para que no vieran la cara de sus victimarios ni reconocieran los lugares de encierro. Afuera, los militares desde luego, y –con raras excepciones– los partidos políticos, la Justicia, la Iglesia, los medios, la dirigencia sindical procuraban aplicar a la sociedad argentina otro matiz del verbo “tabicar”: impedir que se sepa lo que ocurre. En esos años imperó la voluntad de “tabicar” al país entero. Y es curioso reencontrar esa palabra en las actas del Superior Tribunal de Honor del Ejército ante el cual depuso el general Cabanillas.
Se halla, por ejemplo, en el testimonio que prestó el hoy coronel (R) Rubén Víctor Visuara, ex jefe de la OT1, organismo de la SIDE del que en 1976 dependía la OT18 (Automotores Orletti, primer polo de la Operación Cóndor en la Argentina) a cargo entonces de los capitanes Calmon y Cabanillas. En apoyo a la ignorancia declarada por el general Cabanillas acerca de la existencia de Orletti, su ex jefe superior afirmó que ambos oficiales subalternos “estaban inmersos en un medio muy específico que se desenvolvía con extremas medidas de confidencialidad y ‘terriblemente tabicados’”. Es decir, no sabían nada de lo que estaba sucediendo allí. El general (R) Isaías José García Enciso, vocal secretario del Tribunal de Honor, repite textualmente la aseveración del coronel Visuara entre los descargos que fundamentaron la absolución sin más trámite del general Cabanillas (“Análisis y juicio sobre la conducta del general de división Eduardo Cabanillas, al tenor de lo normado por el Reglamento de los Tribunales de Honor de las Fuerzas Armadas (PC-28-01), en su artículo 4.12”).
Y hete aquí que Estados Unidos empieza a desclasificar documentos secretos en razón del caso Pinochet. En uno de ellos (Comments on Operation Condor, informe de la CIA del 18-4-77) se indica que “representantes de todos los países miembros de la organización Cóndor se reunieron en Buenos Aires del 13 al 16 de diciembre de 1976 para analizar las actividades pasadas y examinar planes futuros”. Un participante seguramente argentino –su nombre está tachado con un trazo de tinta negra– explica que “la seguridad se ha reforzado en el centro operativo de Buenos Aires y se incrementó la compartimentación después de que los representantes del Cóndor se encontraron, en setiembre de 1976, con que los servicios de inteligencia franceses conocían la existencia y algunos objetivos de la Operación Cóndor”. Pero el general Cabanillas reiteró ante el Tribunal de Honor que la OT18, de la que era segundo jefe, no tenía relación alguna con un centro de detención. El, por ejemplo, era correo de documentos “cuyo contenido no conocía porque estaba en sobres cerrados” y cumplía tareas “burocráticas y administrativas”. Es decir, ubicado en el centro neurálgico argentino de la Operación Cóndor, el capitán Cabanillas nunca supo de la existencia de Orletti.
El informe de la CIA registra que el hablante anonimizado añadió que “la reacción ante esta ruptura de seguridad particular (la filtración a los servicios franceses) fue extremadamente dura en la Argentina y llevó al despido (sic) del entonces director (sic) de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y su reemplazo por el general Carlos Enrique Laidlaw”. El “despedido” era el general Otto Carlos Paladino. Videla firmó el 3 de diciembre de 1976 el decreto que nombró nuevo secretario de la SIDE al general Laidlaw. El general Cabanillas compartió los cuatro meses finales de la gestión Paladino, que es caracterizada así en otro informe desclasificado de la CIA (Nº 6 804 0334 76) fechado el 28-9-76: “Cada vez se oye hablar más de la ‘Operación Cóndor’ en el Cono Sur. Los militares que hasta ahora habían guardado silencio sobre el tema han comenzado a hablarlo abiertamente. Una observación favorita es que ‘uno de sus colegas se encuentra fuera del país porque está volando como... un cóndor’”. Pero el capitán Cabanillas nunca supo de la existencia de Orletti.
En el sumario militar de 1977 que, se supone, los miembros del Tribunal de Honor leyeron cabalmente, el capitán Cabanillas declara “que por comentarios del señor Eduardo Ruffo, empleado orgánico de la SIDE” se había enterado de la detención de varios miembros de la banda de Gordon, incluso orgánicos involucrados en el secuestro extorsivo que dio origen al sumario. Fojas más adelante lo confirma el mismo Ruffo, señala que conoce al capitán Cabanillas “por haber sido segundo jefe de un grupo al cual pertenece el declarante” y que mantiene con él “una vinculación amistosa”. El agente civil de la SIDE Eduardo Ruffo había firmado el contrato de locación de Automotores Orletti en calidad de fiador, fue visto “trabajando” con la picana en ese campo y allí se apropió de dos niños, Carla Rutila Arlés, rescatada por su abuela Sacha, y un varón. Era amigo del capitán Cabanillas. Pero el capitán Cabanillas nunca supo de la existencia de Orletti.
Y el que no, no.

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