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OPINION

EL VOTO-PUM

Por J. M. Pasquini Durán

Primero fue la imagen de Fernando de la Rúa rodeado de un comando tipo SWAT. Después,na02fo02.jpg (7940 bytes) Graciela Fernández Meijide, presentada como “madre coraje”, desafió a los que no creen que una mujer pueda garantizar la seguridad urbana. Ambos mensajes tuvieron buena acogida en el Gran Buenos Aires, según las encuestas de la Alianza. Otras mediciones simultáneas otorgaron a Luis Patti entre el cinco y el once por ciento de las intenciones de voto, más que Domingo Cavallo, por su campaña en favor de la “policía brava” y de la formación de brigadas parapoliciales. En ese punto, preocupado por la ventaja estadística de sus rivales, el candidato bonaerense Carlos Ruckauf decidió desenfundar más rápido que los demás, en una versión oral del agente 007 (+ IVA), el más duro de todos.
Eduardo Duhalde no lo desautorizó, atribulado también por la caída en las encuestas (ayer aceptó que va segundo con ocho o nueve puntos de diferencia en todo el país), aunque para su gestión de gobernador era como escupir contra el viento porque implicaba renegar de la reforma policial iniciada después del brutal asesinato de José Luis Cabezas, todavía impune. El arquitecto de esa reforma, León Arslanian, en el trámite pudo pecar de ingenuidad o voluntarismo y disimuló más de una vez la falta de recursos suficientes y de voluntad política para hincar el diente hasta el hueso, pero esta ocasión sobrepasó el aguante. Renunció y se fue, a diferencia de tantos otros funcionarios que recibieron chubascos peores sin despegar el trasero de la poltrona oficial. Este quiebre, lo mismo que la autorización para disparar primero y anunciarse después, son alicientes para que vuelvan tiempos peores. Una cosa es la “tolerancia cero” y otra la máxima discrecionalidad.
na02fo01.jpg (8981 bytes)La seguridad es un grave problema de los centros urbanos en todo el mundo, pero no hay un solo ejemplo, tampoco en Nueva York, donde la pura represión haya sido una medicina mejor que la enfermedad. Además de una policía entrenada y bien mantenida, requiere de un cierto grado de bienestar general en la población. No se puede, por ejemplo, combatir la circulación de drogas ilegales, cuando el tráfico y el consumo son percibidos como astucias de supervivencia por jóvenes sin ninguna oportunidad de empleo ni otros alicientes de vida. Lo que pasa es que los candidatos, ensimismados en la captura masiva de votos, olvidan la tarea del gobernante, que consiste en planificar la evolución del desarrollo humano, en lugar de seguir los vaivenes temporales de la opinión pública.
¿Tienen miedo? Pum-pum contra los malos. ¿No tienen empleos? En un año los tendrán. ¿Se encomiendan a los santos? No al aborto. ¿Mercosur en crisis? La culpa es de Menem y no de la política económica, a la que juran respetar. ¿La droga? No pasará, mientras el alcoholismo hace estragos sin que lo nombren. Acumulan diagnósticos y promesas fáciles, para quejarse al final de cada jornada por la incredulidad popular. Los que pasan por sofisticados, confunden la incertidumbre y la inseguridad con ideas conservadoras, como si la clase media arruinada pudiera pensar igual que un “tory” británico o un norteamericano satisfecho. El miedo fabrica conservadores; la felicidad es intrépida.
Convencidos de que lo principal es darle la razón al cliente aunque no la tenga, un día se visten de sheriff, al siguiente de cura y después de banquero. El mameluco ya no se usa. Lo mismo pasa con las ideas y creencias, cada vez más complicadas para diferenciar las opiniones de unos y otros. A sabiendas de que los políticos son más presionables en campaña, el Vaticano, lo mismo que los banqueros, decidió clonar a Menem, usando a sus posibles sucesores. Con buen resultado: De la Rúa y Duhalde condenaron el aborto, como si fueran talibanes o ayatolas. Asumieron así un discurso religioso que no puede expresarse en políticas de Estado sin ofender o discriminar a sectores de la población. Vaya a saber cómo quedaron esos discursos en latín, lengua obligada para los documentos en el Vaticano, tan poco apto para las palabras actuales. “Autogol”, según el Lexicon Recentis Latinitatis, editado por la Librería Editorial Vaticana en dos volúmenes, se dice “in propriam portam ingestio”.
Hay numerosos motivos para respetar y aun admirar la acción de las iglesias, la católica en primer lugar, en la solidaridad social y en “la opción por los pobres”, pero eso no supone imponer deberes de conciencia a toda la ciudadanía sobre asuntos que corresponden a la esfera del derecho privado, como son el sexo, el matrimonio y la familia. Al margen de las opiniones personales del presidente de turno, el Estado argentino tiene la obligación de asegurar a todos los ciudadanos, creyentes o no, la libertad de elegir, dotando a la sociedad entera de los recursos necesarios para ejercer en plenitud los derechos y deberes establecidos en la Constitución. Por otra parte, sería bueno que no se engañen con los trucos del marketing electoral: ¿acaso Menem es más popular porque inaugura estatuas de Juan Pablo II?
Ni Menem, amigo fiel del episcopado más conservador, confía su destino sólo a la voluntad de Dios. Ayer se presentó en la Rural para echar aceite sobre las aguas embravecidas antes de su última visita como presidente: prometió una dádiva crediticia de 800 millones de dólares, que no muchos podrán recibir antes del final de su mandato, dentro de cuatro meses. Para peor, las negociaciones bilaterales con Brasil no llegaron todavía a ningún lado, con los consiguientes perjuicios para la industria nacional de la ciudad y del campo. Cuando el país tiene tantos problemas reales, los estrategas de campaña tendrían que abandonar las polémicas de ficción, típicas de la política–espectáculo, para dedicarse a encontrar respuestas y posibilidades.
No se puede canjear el miedo al ladrón por el miedo al policía, sobre todo en un país donde suele encontrarse tan a menudo a la misma persona en las dos actividades. Tampoco son intercambiables el rechazo de la hiperinflación por la resignación al hiperdesempleo. No es bueno para nadie obligar a la elección del menos malo en lugar del mejor. No son opciones perdurables y lo mismo que el agua la ciudadanía termina por encontrar otro camino, cuando todos los normales están cerrados. En México setenta años de monocolor partidario gestaron una alianza de la oposición mucho más impensable que la argentina. En Venezuela, la democracia impotente sustentada por dos partidos tradicionales parió a un caudillo militar que cuenta con el noventa por ciento de respaldo popular. En Perú, el candidato civil surgido de las bases, sin antecedentes de partido, se convirtió en autócrata, sentado sobre las bayonetas, pero sigue primero en los sondeos de intención de voto. En Ecuador una revuelta de indios y transportistas hizo anular un aumento de precios en los combustibles. Colombia, asolada por violencias de todo tipo, revive antiguos reflejos intervencionistas en Estados Unidos. La nómina podría seguir viaje hasta agotar la geografía.
Ese paisaje revuelto, confuso, demuestra que el pensamiento hegemónico del último cuarto de siglo hace agua por debajo de la línea de flotación y que cada país y cada pueblo buscan su destino debajo de las piedras. Aquí también los votantes sin disciplinas de partido, que inclinan la balanza hacia un lado o hacia otro, también tratan de encontrar algo diferente. No hay líneas directas ni modelos absolutos. Menem está en su nivel más bajo de popularidad, pero en Córdoba y a lo mejor mañana en Santa Fe ganaron dos menemistas como De la Sota y Reutemann. Los políticos obsesionados por las fórmulas seguras de gobernabilidad, ya deberían saber que los alquimistas tampoco pudieron fabricar oro en los laboratorios.
Cuando la magia ni las matemáticas alcanzan, quizás es tiempo de volver a las fuentes. Honestidad y trabajo, educación y justicia, por nombrarasuntos elementales. Si en lugar de contratar ingeniería de campaña en Estados Unidos, pusieran el oído contra el piso los rumores serían diferentes, también los discursos, tantas veces contaminados por el ruido hueco de la retórica insulsa y de los pronósticos improbables.

 

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