Atuendos, perfumes y el vacío dejado por Moneta

Por Susana Viau
El hombre filmaba con deleite al animal echado. El atavío –del hombre– era por demás llamativo: sombrero alón, blanco, un saco también blancuzco y botas puntudas, de diseño texano, confeccionadas en un precioso, manchado y peludo cuero de vaca, estremecedoramente idéntico al de la bestia que estaba inmortalizando con su handy-cam. El tipo resultaba imponente en su mal gusto, impropio de estas latitudes y sobre todo del predio ubicado en el cruce de las avenidas Sarmiento y Santa Fe. “Un farmer” era la conclusión que se imponía. Sin embargo, la hipótesis fue reducida a escombros por su acompañante que, absorta con la Hereford, le sugirió: “Coco, ¿no te parece mejor tomarla de este lado?”. Era casi la una del mediodía. Coco insistía con su Sony y al otro lado del pabellón la dueña de un stand preguntaba: “¿Ese es Corach, no?”, cuando Alberto Kohan, sonriente y rodeado de guardaespaldas que sobreactuaban el rol, abandonó a paso vivo la Sociedad Rural, ese santuario de la nacionalidad donde un rato antes Carlos Menem, “un hombre de campo” más, se había despedido de la gran burguesía agraria arrancando aplausos y algunos vítores a las tribunas de socios.
Aunque, en realidad, las exclamaciones de “¡Viva Menem! ¡Viva Menem!” habían sonado más entusiastas en la garganta de una señora rubia química que capitaneaba a un grupo de mujeres no socias y que, por lo tanto, participaban del acto atrás de las rejas que separan la élite ganadera y sus invitados especiales del resto del mundo. En las gradas, los hombres de campo, en rigurosas camperas de gamuza, cuero de chancho o algún subrepticio pecarí, escucharon con atención a Enrique Crotto. Sus consortes, también rubias, aprovechaban el día diáfano y ponían la cara al sol y las manos en los bolsillos de los rompevientos Oxford –verde oliva con cuello de corderoy– que han sido, junto a los Loden auténticamente austríacos y auténticamente caros, el éxito de la muestra. Eso y los sombreros de ala ancha, como el del falso farmer. “El gobierno dice que no tiene plata. Nosotros tampoco”, enfatizó Crotto y sus representados rozaron el delirio. Para poner las cosas en sus justos términos, en una de las varias talabarterías que proliferan en la exposición, un ganadero aceptó con absoluta naturalidad la cuenta final de 5 mil pesos pasada por un cuadro de motivo campero que lo había maravillado y unos complementos de cuero que habían maravillado a su mujer.
La fiesta, con los anuncios presidenciales, iba a terminar en paz. “No es hora de pasar facturas”, había adelantado Crotto, quien volvió más de una vez sobre la seguridad jurídica. En el pabellón 9, los caballos se ponían nerviosos y pateaban los tablones de sus cubículos. El sudor, el calor y el aroma a Kenzo y a Dior hacían denso el ambiente. “Chico, huele que alimenta”, murmuró por lo bajo y con cara de asco una turista española. Al fondo, el local de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos estaba desierto y con signos de abandono. Es que este año, la Exposición Rural no ha encontrado a la agrupación en el mejor momento: su presidente, el banquero Raúl Juan Pedro Moneta, se encuentra aún prófugo, víctima de la labilidad de la Justicia.