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UN REGISTRO CIVIL DONDE LAS CEREMONIAS SE VUELVEN INSOLITAS
Cuando casarse es un show

Lo primero es la sorpresa: el oficial público que lleva adelante la ceremonia de pronto pregunta cómo cocina la suegra. O cómo se conocieron. Es una estrategia para quitar formalidad a los casamientos. En general, la gente reacciona bien.

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En el Registro Civil de Córdoba y Bonpland las ceremonias terminan pareciéndose a un talk show.


Por Horacio Cecchi
t.gif (862 bytes)  –Contame, Gustavo, ¿fuiste muchas veces de visita a lo de Caro antes de este día? –preguntó el oficial público Angel Riverol.
–Sssí, muchas... –respondió Gustavo, sorprendido, todavía nervioso y sin soltar la mano de Carolina, sentada a su derecha.
–¿Y qué tal cocina Haydée (la mamá de Caro)?
–Muy bien –respondió Gustavo, nervioso pero de reflejos desentumecidos, mientras la muchedumbre de amigos y toda la parentela presente, incluyendo a mamá Haydée, papá Carlos y su hija Carolina, se daban vuelta de risa. En quince segundos, Riverol se había despojado del[FrontPage Image Map Component] articulado de rigor, y dado vuelta como una media la formalidad del matrimonio civil para transformarla en una suerte de talk show con las más desopilantes preguntas, matizadas con confesiones de padres, testigos y celestinos. Nada fue casual: Riverol, a cargo del Registro Civil circunscripción 14ª, empezó a desacartonar casamientos desde hace más de una década. No es el único: la instrucción de la Dirección General del Registro Civil es “que la ceremonia llegue a los contrayentes”. A la salida de la 14ª, en la puerta de Bonpland 1271 y Córdoba, la ceremonia del arroz era un jolgorio.
Riverol se acomodó en su sillón en el estrado de la sala. Sobre el escritorio estaba abierto el Libro de Actas de Matrimonio en la página correspondiente. Eran las doce del mediodía. El sol y la estufa estaban encendidos. Unas cincuenta personas, o más, se agolpaban en la sala. Juan José, un inmenso novio de traje gris y colita, se había sentado en primera fila junto a la novia, Natalia, también de gris pero pequeñita y con una orquídea en la mano. Al fondo de la sala, contra la puerta cerrada, dos motociclistas gigantes y dos bajitos, de la Policía Federal, con sus uniformes y cascos en mano, se mantenían de pie. Minutos antes se habían confundido en un abrazo con el novio. “¿Es policía?”, preguntó Página/12 a una anciana que participaba de la ceremonia. “Son amigos”, respondió con la emoción a punto de derramarse de sus ojos. El calor, el número, la estrechez de la sala, y los uniformes no auguraban otra cosa que un acto formal y rápido.
Pero Riverol se las compuso para sacar de tono el azul y mezclarlo con el rojo que subió por las mejillas del novio. “Juan José, estás muy serio, vas a salir mal en la foto”, empezó. Algunas risas, todavía nerviosas, festejaron la ocurrencia. “¿Me podés decir cómo se conocieron?”. El novio no articuló nada y Riverol contraatacó: “Ahhh, te agarré de sorpresa”. El truco logró su efecto, porque todos los presentes incluyendo a los cuatro de uniforme desataron una carcajada general y aflojaron los nervios. J.J. se largó entonces a relatar que se conocieron un año atrás, mientras Riverol le decía a la novia: “Vos, Natalia, controlá que diga la verdad”.
–¿Y cuándo tomaron la decisión de casarse? ¿Podés contestar, Juan José, o estás presionado? –preguntó el oficial público, mientras miraba a los cuatro cascos-en-mano.
–Los trajimos para que no se escape –acotó uno de los amigos de J.J., también motociclista, pero sin uniforme, que no perdía ni una escena con su filmadora. La ceremonia continuó, del mismo modo, hasta el final.
“Quiero que me case él”, rogaba después una joven a sus amigas. “Estuvo joya”, respondió otra, mientras apretaba un puñado de arroz en su mano.
En el ‘90, Riverol empezó a dar forma a lo que ya se perfilaba como un “estilo propio” dentro de la bajada de línea informal desde las alturas. “Tenía un jefe, Martín Zambrano, que ya era de la idea de desacartonar la ceremonia del civil. En mis primeras prácticas estaba aterrado. El nivel de la gente que se casaba en esa jurisdicción era muy alto. Venían agregados diplomáticos, casé creo que a la sobrina de Amalita Fortabat, a muchos Bunge –recordó, también sentado en su despacho pero ahora metiendo tijera a las fotocopias de las partidas de nacimiento–. Venían más decien personas. Estaba aterrado y me había hecho un machete, que me aprendí de memoria, con lo que tenía que decir, los artículos. Más formal y frío que eso, imposible.”
Pero tanta formalidad empezó a dar paso a lo que ahora es una ceremonia sin cartón. No sólo ayudó el ex jefe. También tuvo que ver la personalidad de Riverol y el aporte, fortuito si se lo puede llamar de esa forma, de Maxi, un sobrino suyo que en el ‘90 tenía dos años.
–Maxi, vos ponete acá abajo porque ya tengo que empezar a trabajar. Quedate quietito mientras el tío habla y después vamos a jugar –le dijo Riverol a Maxi, una mañana de 1990, señalándole debajo del estrado donde en segundos volvería a recitar “¿acepta por esposa?” y demás. El chiquito accedió muy divertido a las ocurrencias del tío y a verle los zapatos en secreto. La ceremonia empezó. Estaban los novios, los testigos, los padres y una multitud de amigos. Habrían pasado no más de tres minutos y Maxi ya no soportaba más la perspectiva subterránea.
–¡Tííííííío! –gritó con su voz finita, mientras los novios miraban a derecha e izquierda, el padre de ella no entendía nada y la madre de él se coloreaba como la corbata de Riverol, que miraba de reojo hacia abajo.
El “¡tííííío!” se habrá repetido unas dos veces, no más, hasta que Maxi decidió emerger por entre las piernas de tío Angel, en ese momento tío oficial público. Riverol sonrió, dijo “les presento a mi sobrinito Maxi”, se lo puso a upa y siguió con la ceremonia como si nada. “Y qué iba a hacer”, preguntó a este diario, años más tarde, ya en su despacho de la 14ª, mientras sellaba partidas de nacimiento a cuatro manos. A todo esto, en el edificio de Uruguay al 700, las risas del centenar de presentes habían agregado decenas de curiosos, poco acostumbrados a tanta hilaridad en una ceremonia tan seria. A partir de aquel día, el estilo Riverol quedó improntado en las fotos de los novios, incluido Maxi, que apareció en el 50 por ciento de las tomas del álbum de recuerdo.
Sin celulares
“Lo primero que hago es leer los artículos de la ley, y cuando está cubierta la parte legal me fijo en los novios, que son los protagonistas”, explicó Riverol a este diario. “Nunca menciono la edad, me fijo si fallecieron los padres para no provocar un trance incómodo, lo importante es que no se olviden más de la ceremonia”.
Estaba por comenzar la última ceremonia del día. Por supuesto, Riverol no paraba de firmar partidas. “Yo despliego lo informal si percibo que va a haber aceptación. Este es un Registro muy especial, toma zonas de alto nivel y otras bajas. Por lo general, el nivel cultural alto responde bien. En cambio, los niveles más bajos están superconcentrados en esa ceremonia, que va a ser única y donde pusieron todo su esfuerzo. Es muy difícil sacarlos de eso. O, por ahí, tienen otros problemas, uno de ellos es inmigrante y busca documentarse de esa forma.”
Después de Gustavo-Carolina siguió el matrimonio Sebastián-María Victoria. En la entrada de la Sala de Matrimonios, y por las paredes de prácticamente todo el Registro Civil, se desplegaban carteles que decían: “Prohibido ingresar a la Sala con el celular encendido”. Si hay algo que corta en seco el desarrollo del talk show matrimonial de Riverol es escuchar el beep-beep de un celular durante la ceremonia. “Me corto y no puedo seguir”, asegura él. En la boda Sebastián-María Victoria nadie traía celular encendido, pero la novia llevaba en brazos un Ignacio muy chiquito, de la edad del sobrino de Riverol, que hizo beep-beep hasta lograr desacomodar al oficial público. Riverol optó por no estirar la ceremonia, “para no hacer sufrir más a Ignacio”.
Una hora después, llamaban a la sala a Marcelo y Claudia. La ceremonia fue mucho más íntima que las anteriores: los acompañaban apenas siete personas, y un Nicolás y una Paula, de 4 y 3 años, hijos de la pareja.
–¿Van a seguir teniendo chiquitos? –preguntó curioso Riverol.
–No, suficiente –respondió sonriente pero segura Claudia. Al final, ya entregadas las libretas, la pareja se dio el beso de cierre. “A ver, a ver, otro piquito para la foto”, les pidió Riverol mientras la madre de uno de ellos fotografiaba el broche de oro.

 

“Se busca distender”

“Hay un mínimo legal establecido que el oficial público debe señalar”, explicó el director general del Registro Civil porteño, Esteban Centanaro. “Después viene la parte creativa que va con el estilo de cada uno. Hoy en día la instrucción que impartimos a todos los jefes de circunscripción es que el oficial público hable, que se explique, para que la ceremonia no sea sólo la lectura de un artículo. En la ceremonia es natural que la gente cargue mucha emoción y lo que se busca es distenderla.”
“Lo importante –agregó Centanaro– no es que sólo los contrayentes estén bien, sino el resto de la gente. Muchas veces hay personas mayores que se emocionan mucho, se ha dado el caso de ancianos que sufrieron infartos. Hay gente que no puede parar de llorar. Entonces buscamos desolemnizar la ceremonia para que se tranquilicen.”

MENOS CASAMIENTOS, MAS PAREJAS CON CAMA AFUERA
Las alianzas pueden esperar

t.gif (862 bytes) ”¿Casarse? ¿Para qué?”, se preguntan hoy los jóvenes. Mientras baja la cantidad de casamientos, aumenta la proporción de familias con un solo progenitor y la cantidad de personas que viven solas. Las mujeres esperan más para casarse y lo hacen con hombres de su misma edad o menores. Después, cuando se separan, si forman nueva pareja suelen preferirla con “cama afuera”. La tendencia general va hacia el achicamiento de las familias pero con diferencias importantes según los sectores sociales: el 22,5 de los hogares de bajos ingresos albergan “familias ampliadas” -donde conviven más de dos generaciones–, contra sólo el 5,4 de los de mayor nivel económico; a la inversa, en los niveles más altos 27 de cada 100 hogares son unipersonales, y sólo el 2,9 por ciento de los hogares con menos ingresos son de gente sola.
En la Ciudad de Buenos Aires la cantidad de casamientos bajó de casi 25.000 a 16.500 en los últimos diez años, “y la tendencia a la baja continúa”, dijo a este diario el director general del Registro Civil, Esteban Centanaro, y comentó que “en épocas de grandes crisis los casamientos tienden a disminuir, y aumentan en tiempos de expectativa: cuando cayó la dictadura militar aumentaron, y también cuando fue elegido el presidente Carlos Menem; pero cuando fue reelegido no aumentaron”.
La edad en que se contrae matrimonio subió para las mujeres: “La mayoría se casa entre los 25 y los 35, luego de ubicarse en la vida laboral”, dijo Centanaro, y agregó que “tiende a haber paridad de edades entre hombres y mujeres, y en muchos casos la edad de la mujer supera a la del hombre”.
Otros aceptan casarse pero no en el Registro Civil: 600 parejas eligieron la entrega de la libreta a domicilio, en acto ceremonial, vigente desde hace un año por un arancel de 400 pesos. Estos matrimonios son invariablemente felices, por lo menos para los empleados del Registro, ya que lo recaudado pasa a suplementar sus decaídos sueldos.
Las nuevas maneras de formar familia, o de no formarla, crecen, pero no del mismo modo en los distintos sectores sociales. En todo el país, el 13,5 por ciento de los hogares son unipersonales: tomando el 20 por ciento de la población con más ingreso familiar per cápita, nada menos que el 27,3 por ciento de los hogares son de una sola persona; en el sector de menos ingresos, sólo 2,9 por ciento; en el sector medio, el 14,1 por ciento.
Esos datos provienen del Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (Siempro, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social), cuyo gerente de información social, Pablo Perelman, explicó que “la gran cantidad de hogares unipersonales de altos ingresos corresponde a personas de edad avanzada, en su mayoría mujeres viudas”. Entre la clase media, el vivir solo “se consolida, y creció muchísimo la cantidad de mujeres de 30 a 40 años en esta situación”, entre ellas “muchas que mantienen parejas ‘cama afuera’, sobre todo en las grandes ciudades”.
8,9 de cada cien familias argentinas son monoparentales, y su distribución por sectores sociales es llamativa: pertenecen a esta categoría el 10,4 por ciento de las familias con menos ingresos; la proporción cae entre el 7,4 y el 8,6 por ciento para los sectores medios y vuelve a subir hasta el 9,3 por ciento en el grupo más acomodado. “En los hogares de menores ingresos, suele tratarse de mujeres jóvenes con hijos. En los de mayor nivel, a menudo son personas con hijos grandes que trabajan, lo cual eleva el ingreso per cápita familiar”, precisó Perelman, y observó que “en prácticamente en todos los sectores, en los últimos diez años los hijos tienden a convivir más tiempo con la familia de origen”.
Casi uno de cada cuatro hogares –el 24,6 por ciento– es comandado por mujeres: desde el 22 por ciento en los sectores más bajos hasta el 30,4 por ciento en los más altos. “Pero sólo la mitad de estas mujeres tienen hijos. Especialmente las de mayores ingresos tienen más edad y viven solas”, señaló Perelman. En los últimos años también crecieron los hogares monoparentales dirigidos por hombres, que luego del divorcio quedan a cargo de los hijos. Lo que cada vez hay menos es familia con nona incluida: “La familia ampliada cayó en los últimos diez años; se mantiene en los sectores bajos, por el problema de la vivienda, y donde hay redes familiares que den cabida a los ancianos. Pero se da también la inversa: padres que reciben a los hijos que regresan, con su propia familia, por no poder mantener un hogar”, enumeró el investigador de Siempro. El 15,6 de los hogares son de familia ampliada: desde el 22,2 en los sectores de menor ingreso hasta sólo el 5,4 en el mayor nivel económico.
El 55,6 por ciento de los hogares argentinos se atiene a la familia nuclear típica, con los dos padres e hijos; pero la proporción cae desde el 60,1 por ciento en los sectores bajos hasta el 51 por ciento en los de mayores ingresos. “La tendencia es al achicamiento”, destacó Perelman.

 

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