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MURIERON 11 PERSONAS AL INCENDIARSE UN MICRO. FUE CARATULADO DE INTENCIONAL
El viaje al infierno fue en ómnibus

El micro estaba detenido en una parada cuando se inició el fuego: dos testigos vieron entrar a un hombre con un bolso y salir sin él. La causa fue caratulada como “daño intencional”. Una mujer salvó a su bebé y saltó por la ventana.

El fuego devoró al micro en escasos minutos: los pasajeros en el piso superior no lograron huir.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) La mayoría de los pasajeros del micro de la empresa Almirante Brown había bajado a cenar en el parador Fighiera, unos 35 kilómetros antes de Rosario. Quedaban muchas horas de viaje: habían salido de La Plata, e iban a pueblos de Santiago del Estero, Tucumán, Salta o Jujuy. Dos de ellos vieron que un hombre gordo de unos 50 años subía al micro, dejaba un bolso en el baño y salía con las manos vacías. Apenas desapareció el sospechoso comenzó el fuego. Un chofer alcanzó a ver un bolso en llamas. El incendio tardó apenas cinco minutos en reducir el micro a chatarra. Once personas –entre ellas tres chicos de uno, cuatro y cinco años– murieron carbonizadas, atrapadas en el primer piso del colectivo. La jueza a cargo de la causa caratulada como “daño intencional” reconoció que investiga “la hipótesis de un atentado”. Los dueños de la empresa no descartan que se trate de la obra de una “mafia” del transporte en medio de una competencia feroz por las rutas al norte del país.
Eran alrededor de las 23.45 del miércoles. Los pasajeros que habían bajado todavía no comenzaban la cena, algunos desenvolvían sandwiches caseros o preparaban mate. El chico encargado de limpiar el ómnibus cuando se detiene en el parador vio humo saliendo del baño. Avisó a los choferes. Rubén Romero, el que estaba más cerca de la puerta del micro, corrió. Pudo entrar cuando todavía las llamas no llenaban la escalera que unía el primer piso con el segundo. Alcanzó a abrir la puerta del baño y ver un bolso en llamas. Romero regresó sobre sus pasos hacia un matafuegos. Pero cuando quiso usarlo el incendio ya era incontrolable. “Era como una bola de fuego que corría, nosotros no pudimos hacer nada”, se lamentaba ayer. Los sobrevivientes coinciden: el fuego tardó segundos en propagarse.
Las llamaradas se extendieron del baño al pasillo. Antes de que Romero pudiese volver a entrar la escalera estaba bloqueada por el fuego. Emanuel Valenzuela, un chico de 20 años que viajaba a La Banda, Santiago del Estero, alcanzó a subir. “Yo iba sentado arriba y me acordé de que había visto un matafuegos”, le contó ayer a Página/12. Como el humo negro que produce la combustión del poliuretano expandido –el material con el que están forrados la mayoría de los micros de larga distancia– “tardó menos de diez segundos en llenar toda la parte de adelante”, Emanuel terminó usándolo para romper las ventanas selladas, por donde pudieron escapar dos personas y luego saltó él mismo. Se cortó las manos. Es uno de los cinco heridos de la tragedia. “Yo no alcancé a ver ventanillas señalizadas ni los martillos para romperlas”, dijo.
Al tiempo que Emanuel desesperaba y el colectivo se convertía en una enorme fogata, una madre de 25 años pasó por sobre los que no querían dejarla subir, y alcanzó a rescatar a su beba de siete meses del asiento donde la había dejado dormida. Cuando el chico destrozó las ventanillas ella saltó de casi 3 metros de altura (ver aparte). Mientras, Norberto, el gomero de la estación EG3 del parador Fighiera, con una barreta quebró más vidrios, los de la parte superior trasera, al costado derecho. “Por ahí saltaron otras personas”, le contó a este diario. Pero según coincidieron los testigos, la mayoría de los que se había quedado arriba estaba durmiendo. “Fue todo rápido, vi a varios quietos en sus lugares, como si no se despertaran”, contó Valenzuela. Sólo cinco personas habrían logrado escapar del piso superior.
En cinco minutos el fuego no dejó más que ceniza y hierro retorcido. Anoche aún no terminaban de reconocer los once cuerpos calcinados (ver aparte). El patólogo del Instituto Médico Legal de Rosario Víctor Figuelli explicó a este diario que los ocho adultos y los tres nenes de uno, cuatro y cinco años que quedaron atrapados “tuvieron una muerte inmediata por carbonización porque ni siquiera hubo tiempo para la asfixia. El reconocimiento no se puede realizar más que por relojes o cadenas”. El forense puso el acento en el tipo de combustible utilizado por el presuntoincendiario. “Se quemaron demasiado rápido para ser una combustión habitual. En ninguno de ellos había olor a nafta”.
El micro Mercedes Benz de la empresa Almirante Brown, modelo 99, había salido de La Plata a las 16.20 del miércoles con sólo dos pasajeros. Los restantes –eran 49 en total– fueron subiendo en las paradas de Avellaneda y Buenos Aires. El último destino era Aguas Blancas, un pequeño pueblo casi en el límite con Bolivia. Dos de los sobrevivientes declararon ayer ante la jueza Alejandra Rodenas lo que se convirtió en la base de la investigación de la magistrada: vieron a un hombre que no pertenecía al pasaje irse del colectivo después de deshacerse de un bolso en el baño.
Anoche el identikit de esa persona circulaba por pedido de la jueza y la policía buscaba a un hombre obeso, morocho, de pelo corto, de 1.75 de altura y de unos cincuenta años. Lo que ayer no cerraba para los investigadores era el móvil de semejante atentado. La jueza Rodenas reconoció que “hay conflictos que tienen que ver con la empresa”. Pero no descartó que puedan ser “de índole personal o pasional con alguna persona del pasaje” o “la maniobra de una persona desequilibrada”. Por si no había confusión suficiente ayer la Policía Federal avaló off the record la hipótesis de la “ruta de la droga” que por lo pronto no encontraba más asidero que la obvia cercanía del destino de los pasajeros a Bolivia.
Informe: José Maggi

 

Los cuerpos sin nombre

Los muertos fueron once. No hubo olor a nafta sobre esos cuerpos con brazos y piernas arrancadas por la explosión. Llegaron sin ropas, “carbonizados y desfigurados”, dice despacio Víctor Friguelli, perito del Instituto Médico Legal. Desde ahí se peleaba anoche contra ese juego mortal que intentaba, todavía, convertirlos en pasajeros anónimos de un viaje del que tampoco existen listados ni nombres. Un hombre de nombre Fermín entró a la tarde al Instituto para reconocer el cuerpo de su esposa. Una prótesis dental y un reloj fueron los indicios del cuerpo de María Belén Campos. Ella y su hijo fueron los dos muertos reconocidos.
–Me quedo con dos hijos, ¿qué voy a hacer con mi vida?
La mujer de Fermín viajaba con su hijo de cinco hasta Orán. El destino era un velorio, el de una abuela. Su esposo no pudo reconocer el cuerpo, hasta que los médicos acercaron prótesis y reloj. La desintegración fue completa. La recuperación de la identidad se intentó con autopsias, fichas odontológicas y extracción de muestras que permitan estudios de ADN.
“Hay cuerpos a los que les faltan las extremidades porque han sido desintegrados por el fuego y eso se logra sólo por elevada temperatura”, explica el médico. Llegaron sin ropa, también por la combustión. El informe habla de carbonización pareja: “Fue un calor constante, muy elevado y muy rápido –explica el perito–, porque no hay señales de intoxicación por monóxido de carbono”.


Las hipótesis de la jueza
Desde Rosario

La jueza de Instrucción Alejandra Rodenas, una vez recopilados los primeros testimonios relacionados con el incendio del colectivo, caratuló el siniestro como “daño intencional”. Aunque no descartó totalmente aún la hipótesis de un accidente, ratificó “la existencia de dos testimonios que son bastante coincidentes en cuanto a sus características y respecto de la incriminación que hacen de una persona que habría ingresado al colectivo portando un bolso dejado en el baño cercano a la puerta de acceso al micro”.
La jueza Rodenas señaló que por el momento esos testimonios “son muy importantes, pero para poder verificar la existencia de ese bolso se constituyó esta tarde personal de bomberos y explosivos. Hemos pedido también la colaboración de especialistas de Gendarmería y ahora resta establecer si en los restos de ese bolso había una sustancia que habría impulsado la expansión del fuego de una manera mayor a lo normal”.
Con el relato de estas mismas personas –un joven de 25 años y una mujer– se ha hecho un fotofit, “pero hasta el momento no hemos tenido mayor información”, reconoció la jueza. En relación con ese retrato, Rodenas explicó que “hay que tener en cuenta que si bien los testigos dieron las características del hombre que habría subido al colectivo, todo transcurrió en medio de gran tensión, con mucho fuego y humo, por lo que los datos no tienen una gran precisión”.


 

LA MUJER EMBARAZADA QUE ENTRO AL MICRO EN LLAMAS
“Abracé a mi hija y salté”

t.gif (862 bytes) “No pensé en nada. Sólo quería salvar a mi hija que estaba arriba.” A Lidia Salas todavía le tiembla la voz cuando cuenta la historia en la habitación del sanatorio Laprida, horas después de que concluyera la pesadilla. María Marlene, de sólo 8 meses, juega a su lado, sin saber que su mamá de 25 años y con un embarazo de cuatro meses entró en el micro que se incendiaba para salvarla y saltó por la ventana.
“Todo estaba lleno de humo. No se podía respirar. Cuando quise volver todo era fuego. Alguien rompió el vidrio con el matafuegos, tapé a mi hija con una camperita, la abracé y salté de espaldas para protegerla.” Tres metros separaban a la ventanilla del interno 40 que se consumía en llamas de la tierra y el asfalto que representaban la vida. En medio del infierno “algunos ni siquiera pudieron despertar, a otros los paralizó el miedo”, cuenta esta sobreviviente de la tragedia junto a su esposo, René Yáñez, y su hija.
La familia Yáñez había subido al micro, la tarde del miércoles último, en la ciudad de La Plata. Se dirigían hacia el Departamento de Humahuaca, en la provincia de Jujuy. Allí planeaban asistir al entierro de un familiar. El destino no les permitió llegar, pero les concedió a los Yáñez, esta vez, una oportunidad.
“Bajamos un ratito con mi esposa a cenar. La nena quedó en el segundo piso del micro, dormida –cuenta ahora René–. Cuando el muchacho que estaba limpiando avisó que salía humo del baño corrí hacia el micro y el chofer no me dejó subir. En la confusión ingresó Lidia, mi mujer. Había mucho humo. Ella se tiró con la beba a upa”.
“No podíamos respirar –cuenta ahora Lidia, sin llegar a recordar todos los detalles de esos minutos que la convirtieron en un personaje célebre–. Quería salvar a mi bebé... el fuego subía... y salté”.
Según los partes médicos Lidia ingresó al sanatorio con quemaduras menores, heridas cortantes en brazos y piernas y traumatismo pelviano y abdominal. Permanecerá internada en reposo, al menos, 24 horas más. Su embarazo, dijeron los médicos, estaría fuera de peligro. Pañales y batitas donadas por enfermeras y vecinos abrigan a esa beba de ocho meses que no lo sabe, pero nació de nuevo.

 


 

LA EMPRESA PIENSA QUE FUE UN ATENTADO
La sombra de la competencia

Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) “Existe una altísima posibilidad de que se haya tratado de un atentado. Partiendo de esta base no se puede descartar nada.” Para Horacio Serdano, uno de los dueños de la empresa de trasportes Almirante Brown, aquello que no se puede descartar es la presencia de mafias ligadas al trasporte entre los responsables de un eventual atentado. A pocos metros del micro de su compañía en ruinas, Serdano habló con Página/12 sobre las hipótesis manejadas por la empresa. Si fue un atentado, no fue la primera señal. Existieron piedrazos contra sus ómnibus y roturas de vidrios a lo largo del año y medio de funcionamiento. Ninguno de los ejecutivos se animó a poner nombre a un posible responsable. Reconocieron en cambio conflictos tarifarios con otras compañías y que a “alguien le puede molestar que nosotros en ese recorrido llevábamos 60 pasajeros por ómnibus mientras los otros llevan 15”. También hablaron de “llamadas telefónicas entre colegas para acordar precios de pasaje”. Entre cuatro empresas consultadas por este medio, el precio del pasaje Retiro–Orán de Almirante Brown es el más bajo.
Hasta el parador santafesino llegaron ayer los máximos directivos de la empresa que entró al mercado de trasporte de larga distancia un año y medio atrás. “Somos una empresa chica, tenemos poco más de 20 flotas”, da cuenta el gerente general, Guillermo Neto, desde el parador Fighiera. El dato sirve de marco: “Como somos chicos nos es más fácil, que a las compañías grandes, responder rápidamente a las necesidades del cliente. A ellas les cuesta, por su estructura, seguir este ritmo”. Esa empresa equipada con micros modelos ‘99 y ‘98 consiguió morder buena porción del mercado de pasajeros. “Es lógico suponer –dice Note– que si en nuestra área existían 30 empresas y llega una más, y encima viene a llevarse buena cantidad del mercado, que molesta”. Note pone un límite: “Pero de ahí a que la reacción pueda llegar a estos niveles parece absurdo”.
La guerra de precios existió. Cuando se le pregunta a Note si puede adjudicar el atentado a empresas de la competencia, responde: “Podría haber sido meses atrás cuando la diferencia de tarifas era notable”. Desde el 7 de julio, explica ahora Serdano, la compañía adhirió al acuerdo suscripto entre trasportistas de larga distancia ante la Secretaría de Trasporte para nivelar los precios.
El jefe de Tránsito de su empresa, Eduardo Boto, está en Pablo Nogués, casa central de la compañía. Desde allí mencionó tres competidoras: Flecha Bus, La Veloz del Norte y La Internacional. Página/12 las consultó sobre el precio de viajes desde Retiro hasta la localidad de Orán. En los tres casos el boleto se ofrece a 60 pesos en micros comunes, y La Veloz del Norte ofrece como alternativa un pasaje a 67 en coche cama. Almirante Brown cobra 54 en pulman y 62 semicama.
La pelea en términos de precios fue admitida por el gerente que reconoció la existencia de “conversaciones tácitas o telefónicas con colegas que pidieron un acuerdo sobre el tema de precios”. En ese marco, la Secretaría de Trasportes convocó a los empresarios a establecer precios similares: Note habla de “bandas de precios donde moverse”.
El trayecto que cubre La Plata–Aguas Blancas es repetido todos los días por la compañía. “Nunca hemos sido objeto de amenazas –indica Serdano y aclara–: salvo piedrazos en el parabrisas y ventanillas, pero supongo que estos antecedentes los tuvieron otras empresas”. Después de intentar pensar lógicas razonables, el ejecutivo repite que “existe una altísima posibilidad de que se haya tratado de un atentado” y no entiende que “un conflicto con alguien pudiera dar lugar a semejante locura”. Aun así abre una opción: “A lo mejor nosotros no estamos preparados, no entra en nuestro lenguaje hacer este tipo de cosas, estamos acostumbrados a trabajar”.

 


 

LAS HUELLAS DE LAS “MAFIAS DEL TRANSPORTE”
El incendio, una advertencia conocida

t.gif (862 bytes) No es la primera vez que un colectivo arde en forma presuntamente intencional. En los últimos años, al menos una veintena de micros fueron incendiados en circunstancias que hicieron pensar en atentados, e incluso, se llegó a hablar de la existencia de “mafias del transporte”, pero nunca se logró identificar a los supuestos autores de los hechos. Sin embargo, hasta ahora no se había incendiado ningún vehículo con pasajeros en su interior, provocando sus muertes, según señalaron a Página/12 fuentes del gremio de los choferes.
Cada vez que aparecieron colectivos carbonizados los supuestos atentados se relacionaron con conflictos gremiales o de competencia con servicios de transporte “truchos” con recorridos similares a los de la empresa afectada. Ayer, uno de los dueños de la compañía Almirante Brown, propietaria del micro incendiado en la madrugada en Fighiera, señaló que “no se puede descartar” ninguna hipótesis, aunque reconoció que existe una guerra por las tarifas de los pasajes con sus competidoras (ver aparte).
Por su parte, en la UTA, el sindicato que agrupa a los conductores, salieron a aclarar que en estos momentos “no tenemos ningún conflicto con la empresa” Almirante Brown. “Hay que ver si no fue una falla técnica la que desató el fuego. Se debería investigar la calidad de la carrocería y si el vehículo cumplía con las medidas de seguridad correspondientes. Algunos testigos dijeron que las llamas se extendieron a gran velocidad, lo que demostraría que no tenía los materiales ignífugos exigidos”, consideró el jefe de prensa de la Unión Tranviarios Automotor, Mario Caligari, quien destacó que es tarea de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) controlar la calidad de las carrocerías. Tanto el titular de este organismo, Roberto Ciapa, como el secretario de Transporte, Armando Canosa, prefirieron guardar silencio y se negaron a responder los reiterados llamados de Página/12.
La última vez que aparecieron colectivos incendiados fue el 20 de enero de 1998, a la madrugada, cuando siete micros ubicados en distintos lugares de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano se quemaron, con pocos minutos de diferencia, y quedaron total o parcialmente destruidos. Cinco pertenecían a la línea 15, de la empresa Sur-Nor, uno a la 52, de Transporte Automotor Luján y el otro a la 21, de la Teniente General Roca. El episodio sucedió diez días después de un aumento del boleto mínimo. “No se pudo saber qué pasó en aquella oportunidad. La causa judicial quedó en la nada”, confiaron ayer a este diario fuentes de la empresa Sur-Nor.
El 10 de junio de 1996 trece micros de la línea 98 –que hace el recorrido entre Quilmes y Plaza Miserere– quedaron convertidos en chatarra, a raíz de un incendio producido con bombas molotov, en uno de los talleres de la empresa, en Wilde. La compañía acababa de armar una cooperativa de choferes.

 

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