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PETER HAMMILL, POR QUINTA VEZ EN ARGENTINA
La música como patria

El legendario músico inglés, líder de Van der Graaf Generator y dueño de una exquisita carrera solista, cuenta por qué entiende que tiene en buena parte del mundo un público “fiel, pero demandante”.

Dueño de su propio estudio y sello, Hammill trabajó siempre en los márgenes de la industria.
“La música en Internet tiene un gran desarrollo, pero aún hay necesidad de tener un disco en la mano.”

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Por Eduardo Fabregat

t.gif (862 bytes) El comienzo de la historia artística de Peter Hammill, curiosamente, no lo tiene como protagonista. En el verano de 1967, el baterista Chris Judge-Smith hizo un viaje iniciático al San Francisco del amor, y allí hizo una lista de nombres para el grupo de rock que quería formar. De regreso en Inglaterra, Smith se juntó con el tecladista Nick Peame y el cantante y escritor Hammill, y los tres seleccionaron el nombre de un artefacto que genera electricidad estática: el Van der Graaf Generator. Curiosamente, de esa célula madre sólo quedó Hammill. Centro de una leyenda que se desvanece al establecer un diálogo con él, y descubrir que está lejos de los títulos nobiliarios, el músico inglés que ya superó los 50 inscribió con VdGG y su extensa carrera solista una página inspirada de la música inglesa. Una obra sin fronteras, con textos que denuncian su pasión por la literatura y el análisis de las relaciones humanas.
Dueño de una voz profunda y sugerente, generador de climas que sumergen a un auditorio en algo parecido a la hipnosis, Hammill está realizando su quinta visita al país, nuevamente sólo con piano y guitarra: mañana (a las 22) y el domingo (a las 20) en el Teatro del Globo (Marcelo T. de Alvear 1155), el lunes en Córdoba, el miércoles en Mendoza, el viernes 20 en Rosario y el 21 en Mar del Plata. “Aún me excita tocar, escribir, encontrar nuevas cosas para decir o nuevas formas de expresar ciertos temas desde otra perspectiva”, dice en una entrevista con Página/12. “Siento que básicamente sigo siendo el mismo. Quizá el momento en que me planteo la diferencia es cuando me paro frente al espejo del baño, veo mis canas y digo ‘Eh, sí, estoy envejeciendo’.”
–Usted actuó en lugares como Rusia, Israel, Polonia, Hungría, Estados Unidos, Canadá, Japón... y Argentina. ¿Qué une a públicos tan diversos?
–En cada lugar encuentro un público muy dedicado, pero a la vez muy demandante: no es ciegamente leal. Suele decirse que mi público es de culto, pero yo no lo veo así. Siempre hay alguien a quien no le gusta algo, pero me abre un crédito para otras cosas diferentes. Eso es muy saludable. En cada cultura, aunque sea opuesta, aparece algo que se aplica a ese público, de esa cultura determinada. Hablo en un sentido amplio: no hay una definición precisa. Pero puedo decir que el público latino conecta más por el costado emocional. En otros países esa conexión se puede dar por la fuerza. Repito, sin que eso sea definitivo: se dan ambas cosas en diferentes públicos, pero trato de hacer una apreciación balanceada.
–Su música parece demandar una sola cosa: atención. Lo cual, hoy en día, no parece fácil de conseguir. Internet, la televisión... hay demasiado ruido alrededor.
–Sí, el ritmo de la TV, que todo se resuelve en diez segundos, lo cual no se corresponde mucho con lo que yo hago. Es duro, y bastante exigente para la gente. Pero eso es también la razón por la que hay un público al que le interesa otra clase de relación. Es difícil, porque el rango de atención es más corto.
–Siempre trabajó en los márgenes del gran negocio. ¿Qué impresión le produce el desarrollo de Internet y cosas como el MP3, que permite a los músicos evitar a las grandes compañías?
–Es algo que será cada vez más interesante. Hablo desde un lugar de observador, porque ni siquiera tengo un sitio oficial, ni tengo nada en MP3. Pero es una alternativa creciente. La manera tradicional en que uno se acerca a las músicas nuevas tiene que ver con investigar, ir a los shows, escuchar algo por ahí, uno o dos artistas. Y en Internet es posible acercarse a muchos artistas en un solo lugar. Ese devaneo significa, por un lado, que la gente puede ir de un sitio a otro encontrando diferentes cosas. Por otro lado, puede llegar un momento en que uno se pierde... hay tantas cosas, y lugares donde alguien puso su foto con el perro. En cuanto al MP3, la industria está preocupada, porque es un problema muy grande para ellos. De cualquier modo, el acto de comprar un CD o un libro sigueteniendo encanto. Tener el objeto en las manos, algo palpable, sigue siendo diferente de bajar un MP3 o las letras. Quizá lo mejor es que los reproductores de MP3 se volvieron baratos, y que los músicos pueden poner lo suyo en Internet. Pero aún toma tiempo bajar un disco entero, y todavía puede comprarse un disco completo, con su diseño gráfico y arte de tapa.
–Todavía hay una generación para la cual leer en una pantalla no es satisfactorio: necesita el papel en sus manos.
–Permanece como característica humana. Tener el paquete completo produce una mayor sensación de compromiso, y por lo tanto uno le concede atención. Mientras se baja un archivo de Internet, uno puede ir hasta la puerta, hacer café, mirar a la pantalla y decir “uf, esto está tardando demasiado”, abandonar... es trabajo descartable, ése es el problema.
–En 1975 usted creó un alter ego, Rikki Nadir, un adolescente de 16 años que rompía guitarras y que fue definido como un “protopunk”. ¿Qué piensa de ese personaje, 25 años después?
–No es un personaje que me resulte tan sorprendente. Todavía mantengo cierta parte de ese personaje. Es como empecé, cómo quería hacer las cosas, tres acordes... Obviamente, a los 50 nada puede ni debe ser igual. Pero todavía hay un elemento en mí que ama hacer cosas con tres acordes.
–Su sello Fie! lanzó una remasterización de Aerosol grey machine, el primer disco de VdGG en 1968, para la cual escribió las liner notes. ¿Cómo fue su reencuentro con ese material?
–Me sorprendió descubrir que no era embarazoso, que no sonaba demasiado viejo. El sonido y la producción denuncian que fue hecho en doce horas, pero fue interesante descubrir al menos una canción no afectada por el tiempo. Teniendo en cuenta que era un mundo, y una música, tan diferentes.
–Hace tiempo dijo que “todo esto no debería ser exclusivamente sobre una cultura joven”, y en sus canciones hay una multitud de referencias al hecho de envejecer. ¿Cómo se siente en sus 50?
–Hay muchas canciones que hablan de lo nuevo y de lo viejo. Todavía creo que hay una forma en el medio, una forma creativa que permite decir cosas. En la literatura, en la pintura, en el cine, en la música clásica, lo que los artistas hacen es expresar cambios, no sólo lo que les pasa a ellos sino a todo el mundo. Es una responsabilidad de cualquier artista, más allá de las generaciones. Cualquier obra, una pintura, una canción, una película, es de un artista que tomó algo que flotaba en el aire y lo tradujo en algo para la gente. La gente reconoce allí algo que ya sabía, pero nunca había ubicado en ese lugar, con esa forma. Quizá yo comencé a hablar de la vejez muy tempranamente, en canciones escritas cuando aún estaba en mis veintipico. Pero... es un tema interesante.
–Desde Johnny Rotten y David Bowie en adelante, mucha gente lo ha citado a como influencia. ¿Y sus influencias?
–Mis influencias originales tuvieron que ver con grupos de soul, grupos ingleses, Jimi Hendrix, los Beatles, un montón de grupos. Esas influencias me dieron el empujón para hacer lo mío. En general seguí a artistas que tuvieron una fuerte inspiración, una visión, y se dedicaron a seguirla, e hicieron cosas en función de eso y no de lo que estaba o no de moda.
–Borges dijo que su patria era la literatura. ¿La música también es una patria?
–Sí, creo que sí, si no en lo físico en lo espiritual. Es un mundo en el que hay cosas familiares y en las que puedo sentirme en control, pero en el que también soy controlado, porque no puedo forzar conscientemente que las canciones caigan en mis manos. Está bien la idea: mi patria es la música. Una patria que llevo conmigo donde vaya. Definitivamente, la música es un lugar universal.

 

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