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PANORAMA ECONOMICO

Cómo será el machinazo

Por Julio Nudler

La secuencia de la política económica, a partir del 10 de diciembre, ya está bastante cantada. El primer paso será anunciar un superajuste como tributo hacia el establishment financiero internacional, confiando en que el repunte de la economía mundial (más demanda y mejores precios para las elementales exportaciones argentinas, mejor clima en los mercados de capitales) ayude a recuperar el crecimiento, aunque sea por un tiempo. Si, en cambio, el mundo vuelve a complicarse, ninguna señal argentina bastará. Se prolongaría la situación presente, en la que el país –según la opinión hoy dominante, incluso en los equipos económicos del duhaldismo y de la Alianza– no tiene alternativas de política económica fuera del ajuste fiscal rabioso. ¿Pero alguien cree realmente en éste?
A los grandes administradores de fondos y a los dealers, la recomendación de más ajuste para el país les sirve como actitud diplomática. Les evita recomendar un masivo desprendimiento de papeles argentinos, y les permite sentarse a mirar el partido desde las gradas. Cuando el nuevo gobierno haga una movida, podrán opinar que es insuficiente, y así seguir fuera de la cancha, en actitud reacia. Como Fernando de la Rúa/José Luis Machinea tendrán que conseguir en el 2000 entre 18 y 21 mil millones de dólares de financiación, la aprensión de los financistas les morderá los nervios. Ahora no es como en los ‘80, cuando el país podía asustar a los banqueros con la amenaza de no pagar. Hoy es al revés, porque la Argentina necesita sí o sí que le sigan prestando plata fresca.
En otros términos: no parece alocado deducir que los centros financieros ya le bajaron el pulgar a la convertibilidad (de ahí la dolarización, como fuga adelante). En todo caso, que existan alternativas mejores de política económica para la Argentina no es algo que les corresponda a ellos dilucidar. Lo que les importa es decidir si hoy conviene estar dentro o fuera de este riesgo, financieramente hablando. Si no entran, no es tanto por lo que muestran en su discurso público, que plantea el deterioro fiscal como eje. Lo que los mantiene lejos es un diagnóstico adverso sobre la competitividad. Una vez instalado el periscopio en la economía real, al déficit presupuestario se lo ve como una variable endógena, consecuencia de una desfavorable relación entre la productividad de la economía y el tipo de cambio. Comprendido esto, símbolos como la convertibilidad fiscal –que va camino de ser ley– se vuelven inútiles.
Hay buenas razones para suponer que tanto Machinea como Jorge Remes Lenicov también piensan que la convertibilidad es inviable porque la Argentina no encuentra forma de crecer sostenidamente con este tipo de cambio. Pero también saben que, por el momento, no les queda otra disyuntiva que reafirmar esta política. Una vez aceptada la premisa, lo que se torna más difícil de explicar es por qué querrá un economista asir con sus manos este hierro candente. Tal vez sólo sea porque a la ocasión la pintan calva. En cuanto a los políticos, ellos siempre recelan de lo que dicen los economistas y se aferran al voluntarismo.
Pero cuando ya esté instalado el nuevo gobierno y el ministro de Economía quiera imponer un superajuste, ¿cómo van a reaccionar esos políticos? ¿Lo aceptarán como un primer paso necesario y provisorio, endilgable a la herencia menemista? En todo caso, si Machinea va a estrenarse con esa política por imposibilidad de hacer otra (y también por su necesidad de compensar cierta imagen heterodoxa, industrialista, que le hará empezar el partido con un par de goles en contra), el perfil de su equipo deberá parecerse más al contorno facial de Ricardo López Murphy que al propio. Si no encuentra nadie adecuado en el radicalismo, podrá apelar a algún ortodoxo extrapartidario, además de convivir con Pedro Pou, por supuesto, que equivaldrá a otra señal de continuidad.
Suponiendo que pueda imponerse el superajuste y que, mientras tanto, la economía mundial ayude, Machinea conseguirá ir generándose cierto espaciopara ensayar políticas activas, en dosis muy moderadas, e ir pensando cómo escabullirse de la convertibilidad en el mediano/largo plazo. Desde luego, ningún economista de la Alianza se toma en serio la opción teórica de cambiar drásticamente la estrategia de entrada. Eso, con De la Rúa, está fuera de cuestión, no se sabe en qué medida por falta de arrojo político y cuánto por incredulidad.
La apuesta de los otros, de los anti–Machinea (tal vez López Murphy), es que el despegue fracase y De la Rúa deba cambiar de equipo, como Alfonsín tuvo que echar a Bernardo Grinspun (salvando las distancias). En una versión más extrema, incluso puedan jugarse a abortar la asunción de Machinea. Su designación como ministro está muy firme, pero no deja de depender de la curva que describa la crisis en los próximos meses, y especialmente a partir del 25 de octubre. Lo que en estos casos no puede precisarse es cuánto de esta crisis es un fenómeno genuino y cuánto un golpe de mercado prenatal. Algunos pueden no conformarse con condicionar al gobierno de la Alianza. También pueden aspirar a armarle el equipo económico.
Mientras tanto, en las usinas de FADE, la fundación aliancista que preside Machinea, siguen diseñándose las futuras acciones de gobierno, aunque sin interlocutores válidos a la vista, fuera del propio José Luis. Cuando los asuntos se derraman hacia otros dominios –trabajo, salud, previsión, educación, desarrollo social–, nadie sabe a ciencia cierta quién se ocupará de ellos desde el poder. De la Rúa sabe utilizar el silencio y la ambigüedad como arma política, pero teniendo en cuenta la gravedad de la situación a heredar, la demora en definir el equipo de gobierno tendrá un alto costo.
Las relaciones de FADE con el Instituto Programático de la Alianza, hoy bastante desactivado tras la redacción de la plataforma, nunca pasaron de una “recelosa convivencia”. Los economistas, que tienden a monopolizar la seriedad, la sensatez y el realismo, veían al IPA como “multitudinario y heterogéneo”, con algunos reductos ideológicos duros.

 

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