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ENTREVISTA CON CECILIA ROTH, ANTES DEL ESTRENO DE “TODO SOBRE MI MADRE”
“Es un film sobre el dolor”

Almodóvar, Aristarain, el exilio, la cultura judía, las familias biológicas y las adoptivas. De todo habla la protagonista de “Todo sobre mi madre”, una película que gira siempre alrededor de su personaje, una “mater dolorosa” signada por la tragedia pero también por el amor.

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Con el nuevo film de Almodóvar, Roth tiene su primer protagónico de proyección internacional.
La película ya se estrenó en casi toda Europa y el 24 de septiembre abre el Festival de Nueva York.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) La cita era en un bar tranquilo, frente al Jardín Botánico, en una ruidosa tarde porteña. A las seis en punto, tal como estaba acordado, Cecilia Roth apareció allí, pero con Martín, su hijo de dos meses y medio, el bebé que acaba de adoptar con Fito Páez. Venían de un paseo al sol. Cecilia prometió dejar al bebé en casa y bajar enseguida. Cumplió, pero para cuando volvió el bar ya no era el mejor lugar para conversar. Habían cortado el agua y no había forma de tomar un té o un café. El peregrinaje en busca de otra mesa apacible llevó una caminata de varias cuadras, pero fue una buena forma de empezar a charlar –de cine, sí, por supuesto, pero también de familias, exilios y raíces– con la protagonista de Todo sobre mi madre, la película que marcó su reencuentro con Pedro Almodóvar, después de haber compartido con él y su troupe algunos de los mejores momentos de la movida madrileña.
–¿Cómo fue tu vida en Madrid por esos años?
–Fue muy rápidamente española. Yo salí con mucha bronca de la Argentina, era una adolescente, me sentía condenada a tener que dejar el lugar que era mío y tenía mucha rabia. Cumplí 18 años al toque. Llegué a Madrid el 3 de agosto del ‘76 y cumplí años cinco días después. Es una época muy importante para vivir como para que te arranquen de un lugar donde venís entendiendo algo. Entonces fue llegar a un sitio que, por suerte, estaba en un momento de cambio muy importante. Había muerto Franco hacía muy poco tiempo, el año anterior. Lentamente se estaban empezando a respirar cosas diferentes. Y yo venía de un país en blanco y negro y en España empezaba el color. Era muy contrastante. Con Crecer de golpe y con la primera película que hice en Madrid, que se llamó De fresa, limón y menta, que filmé a los cinco meses de estar en España, fui al Festival de San Sebastián de 1977. Yo soy muy memoriosa, pero no puedo precisar si ya lo conocía a Pedro de Madrid o lo conocí en San Sebastián, porque de esa época hay cosas que se me escapan. Pedro en ese momento era un empleado de la Telefónica, no había hecho todavía ningún largo, pero supongo que estaría curioseando en San Sebastián, que era un festival muy familiero, muy casero por ese entonces, a pesar de haber tenido un enorme glamour en los años 50 y 60. Yo fui a San Sebastián con un novio y me acuerdo de que nos sentíamos tan importantes, nos habían dado un cuarto maravilloso en el Hotel María Cristina, junto con Carmen Maura, y dormíamos los tres ahí, como podíamos, él oculto. Pero estábamos impresionados, porque de pronto nos habíamos convertido en “actores”... Y bueno, Pedrito estaba por ahí, como mucha otra gente que no tenía una película, pero estaba curioseando... Había mucha gente joven, cinéfilos, que iban a San Sebastián a ver películas y a curtir. La primera imagen que recuerdo de Pedro es con él caminando por República Argentina, que es la avenida que está enfrente del hotel, con Iván Zulueta, con Javier que era mi novio y con un grupo de gente, todos de noche, en la playa, fumando canutos, pasándola bien, no queriendo volver.
–¿Y cómo fue ahora el reencuentro? Pedro ha hablado de una maduración de tu trabajo, pero él también ha madurado...
–Tengo claro que lo bueno de la maduración es poder madurar y no envejecer. La madurez mientras más se prolongue antes del deterioro y la decrepitud, bienvenida sea. Tengo muchos años de madurez por delante, así que más vale que los cuide. Pero es muy halagador lo que dice Pedro. A él también le pasaron cosas muy difíciles de incorporar, para quien era un chico de Calzada de Calatraba, que siempre tuvo ese brillo, esa luminosidad, esa autenticidad consigo mismo, pero que de ahí a Hollywood... Para cualquiera es muy vertiginoso y para él también lo fue, pero ahora lo veo mucho más relajado y Todo sobre mi madre lo confirma.
–¿Cómo fue la relación en el rodaje, con todas esa actrices juntas? Es todo un gineceo...
–Fue muy creativo, muy alegre. Fue genial el vínculo que se dio entre todas nosotras y entre todas nosotras con Pedro. Es un grupo de actrices muy diferentes entre sí, con registros muy diversos, que Pedro pudo afinar en un maravilloso coro, proveniendo nosotras de muy distintos tipos de trabajo. Y eso es una mano de maestra, de verdad.
–¿Lo encontraste muy diferente durante el rodaje de como era en tiempos de Laberintos de pasiones?
–Sabés que no. Pedro fue siempre una persona muy meticulosa, muy pendiente de todo: todo pasa por él, como debe ser, desde el color de tu pintalabios hasta el tipo de película que quiere. Todo lo que forma parte de la película le importa, no puede evitarlo. Esa es su mística. Es una persona muy intensa, por la que siempre están pasando cosas, con todos los riesgos de la intensidad: cuando son exabruptos lo son, cuando son alegrías son las mayores... Y siempre fue así. Lo que pasa es que creo que por ahí quien cambió más fui yo. Con el tiempo estoy, creo, más segura. Y también tenía más cosas para ofrecerle como actriz. Por eso esta vez la relación fue más pareja.
–¿El personaje de Manuela lo escribió pensando en vos? ¿Cuánto de Cecilia hay en Manuela?
–Pedro estuvo muy cerca mío cuando recibí el Goya, a él le gustó mucho Martín (Hache), nos enganchamos muy profundamente en relación con mi actuación en la película de Aristarain... El tenía un proyecto para hacer con hombres y tenía un esbozo de un guión, que había empezado a escribir en casa de Caetano Veloso, en el verano del ‘97 al ‘98, creo. Que era éste. Y como se calentó con hacer la película de mujeres, me llamó un día y yo pensé que era por un proyecto de teatro, que teníamos juntos. Pero no, era la película. Me dijo: “¿Tenés tiempo?”. Porque con Pedro son tres horas, hablando él todo el tiempo, bla, bla, bla, bla... Me senté y me contó que había cinco personajes femeninos muy importantes, pero que había una protagonista. Y yo pensé: me va a ofrecer uno de los otros. Pero no, me dijo que era Manuela y me empezó a contar el guión, plano por plano. Y fue un momento muy feliz. Muy feliz, claramente. Volviendo a tu pregunta, nunca lo hablamos de esta manera, pero yo creo que sí, que cuando escribió a Manuela pensó en mí, o que desarrolló más cosas vinculadas conmigo. Incluso él me llamó una vez, durante la escritura del guión, para hacerme una consulta. Era en relación con Lola, el travesti. Pedro quería saber si yo podía haberle dicho a mi hijo que su padre era un desaparecido. Y yo le dije que no, que una argentina en esa situación no le hubiera dicho nunca a su hijo que su padre era un desaparecido, para ocultarle su verdadera identidad. Entonces no se tocó el tema de los desaparecidos en la película. Apenas hay una sola mención a Videla en un momento. Pero me parecía que, si Manuela le decía eso a su hijo, distorsionaba mucho el alma del personaje. Nadie puede excusarse con eso, o me parece que no Manuela, en todo caso.
–¿Y hay algo que vos, como actriz, hayas incorporado al personaje de Manuela, que tenga que ver con tu historia personal?
–La historia de Manuela es tan dolorosa... es algo que ninguna mujer quiere imaginar. Y la verdad es que traté de apropiarme del personaje antes que aportarle cosas mías. A pesar de coincidencias geográficas y de edad, y de la “movida” en Barcelona y en Madrid, Manuela es también, en muchas cosas, un personaje muy lejano a mí, por estilos de personalidad. Entonces traté de incorporar algo que a mí me era ajeno hasta ese momento, que era mirar sin hablar, observar, no enviar desde mí sino lo contrario, recibir. Se cuenta a Manuela desde su vacío, que es la muerte de su hijo, y lo que hace Manuela es empezar a llenarse, como un vaso con agua. Me parecía importante encontrar esa mirada, esa forma que tiene Manuela deestar tan predispuesta a todo, desde su vacío. Pero era algo muy ajeno a mí.
–Almodóvar dice de Manuela que es un personaje que huye. ¿También lo ves así?
–Manuela siempre huye, pero hacia el encuentro de algo, hacia adelante. No huye de su pasado, sino todo lo contrario: va a buscarlo. Tal vez Manuela está tratando de paliar el dolor de su presente, buscando hacia adelante aquello que fue su pasado. Es muy curioso lo que Pedro entendió de la maternidad. ¿A dónde depositar el amor por el hijo muerto? ¿Dónde se pone eso? Bueno, allí aparece esa nueva familia solidaria que encuentra Manuela, esa familia que va constituyéndose. Y cada una de esas mujeres viene de distintos vacíos y de distintos dolores.
–Y ahora, con la llegada Martín, estás constituyendo tu propia familia...
–(Suspiro profundo.) Qué cosa, no. La verdad es que no hay mucha explicación a todo. Porque si uno tratara de encontrarles una razón a las casualidades o a las olas que te llevan en la vida a un lado o hacia el otro... No hay explicaciones, lo que hay es una enorme comodidad en la situación, muchas naturalidad en lo que va sucediendo, en lo que se va dando.
–¿Y tu familia se va a integrar a la familia de trabajo? ¿Tenés necesidad de viajar en clan, a donde los lleve el cine o la música?
–Sin duda, lo necesito. De hecho, empezamos la gira en Rosario todos juntos, tipo gitanos. Lo necesito, me gusta vivir de esa manera, soy muy nómade, necesito el movimiento, pero siempre viajando en familia. Y Fito es igual. Y Martincito tendrá que serlo. O no. Cuando decida no hacerlo, será su decisión. Pero por ahora va donde vamos nosotros. Es una mochilita.
–Quería remontar algo de lo que habíamos hablado antes, cuando se mencionó Martín (Hache): la relación entre Aristarian y Almodóvar. Cuesta pensar en dos directores más diferentes entre sí.
–No creas. Los dos tienen un olfato para la verdad en la actuación, un olfato desarrolladísimo. Son grandes directores de actores, los dos; son muy posesivos con los actores, establecen un vínculo de una intensidad y de una posesión durante el rodaje muy fuerte. Yo jamás he sufrido y he gozado tanto como con ellos dos. Nunca. Quizás con Iván Zulueta en Arrebato. Pero era otro momento de mi vida, era mucho más chica, más rebelde, todo era mucho más intuitivo. Pero tanto Adolfo como Pedro contactan de la misma manera con su equipo, con su gente. Son narradores muy diferentes, es verdad, eligen cosas para contar muy distintas, pero los dos gustan mucho de sus cines, mutuamente, y se respetan mucho. A mí me encanta verlos juntos, porque además son sordos los dos del mismo oído, entonces hablan como dos cigüeñas, girando el cuello, se van dando vueltas, es muy gracioso. Y los dos son muy intensos, muy pasionales, y eso los hace muy parecidos en un sentido. Y los dos creo que también son muy ovejas negras. A pesar de tener un consenso, siempre tienen un guiño de salvajismo y de rebeldía. Son muy salvajes. Los dos son muy auténticos en su cine, muy coherentes consigo mismos y para mí son dos personas muy cercanas, muy familiares, con las que puedo relacionarme muy bien.
–La semana pasada participaste del acto fundacional del Museo del Holocausto, ¿cómo fue?
–Para mí fue muy importante. Los sobrevivientes que viven en la Argentina no tenían ningún sitio donde estuvieran los nombres de los campos, el recordatorio concreto y físico de lo que fue aquello. Se puso la piedra fundamental y el museo será igual a todos los que hay en el mundo que recuerdan el Holocausto. Será el primero de América latina. Creo que dentro de tres o cuatro meses va estar la obra terminada y va a ser un sitio importante físicamente, que esté ahí, en el que se pueda recordar, como es un templo, como es una iglesia, como es una tumba. Yo conocí el Museo de Holocausto de Washington y es muy impresionante: hay muchísimo material y documentación. Aquí no habrá tanto, pero bienvenido sea lo que haya.
–¿Cómo es tu relación con la cultura judía?
–Vengo de una familia no religiosa, agnóstica absolutamente, muy argentina. Pero mi padre especialmente, y la familia de mi madre también, tienen un enorme esquema cultural de alianzas con sus herencias, con sus raíces, y creo que yo también lo tengo, lo he incorporado de una manera completamente natural, desde mi nacimiento. Siempre he estado en contacto con la cultura judía, o más bien con lo que podríamos llamar las “tangentes” de la cultura judía, desde Woody Allen hasta las canciones sefaradíes.
–Tu madre, Dina Rot, canta maravillosamente canciones sefaradíes...
–Pero la de mi madre no es una familia de origen sefaradí. Mi madre se fue a cantar canciones sefaradíes por un enganche, también muy fuerte, con España, mucho antes de que nos radicáramos allá. En el año ‘62, mi madre ya viajó a España para recopilar folklore sefaradí. Desde siempre, vaya a saber por qué, mi madre siempre tuvo una curiosidad, un interés y una sensibilidad por esa tangente. Además la cultura judía es muy amplia y abarca muchas cosas, desde lo psicoanalítico hasta lo físico (risas) y Buenos Aires es una ciudad que tiene –igual que Nueva York, quizás– una gran mixtura, en la cual lo judío está incorporado de una manera muy cosmopolita. Esa mezcla en Madrid no existe, porque en España echaron a los judíos muy temprano (risas). Ahí están los vascos, los catalanes y ya con eso tienen un quilombo tremendo..., pero son españoles. Y católicos. La cultura española es una cultura muy monolíticamente católica.

 


 

UN TEXTO DE ALMODOVAR SOBRE LA PROTAGONISTA DE SU PELICULA
Cecilia, el reencuentro y las lágrimas

Por Pedro Almodóvar

t.gif (862 bytes) La palabra madurez no tiene buena reputación, pero creo que así se llama al proceso vivido por Cecilia Roth en los trece años que no trabajábamos juntos. (Qué he hecho yo para merecer esto fue nuestra última colaboración). Cecilia Roth ha madurado, se ha agigantado. Su técnica se ha destilado sin que se note. Es lo que ocurre con la perfección, que no se nota. Desaparecen las aristas, todo fluye. Y uno lo encuentra natural aunque sepa que es un milagro.
Para mí no hay mayor espectáculo que ver llorar a una mujer. A una actriz, quiero decir. Reconozco haber tenido la suerte de que me llorasen las mejores: Carmen Maura, Marisa Paredes, Victoria Abril, Chus Lampreave, Penélope Cruz, Kiti Mánver, Verónica Forqué, Angela Molina, Julieta Serrano... Y cada una lo ha hecho de un modo distinto. No hay ruidos tan personales como los de la risa y el llanto.
En Todo sobre mi madre Cecilia también ha tenido sus dosis de lágrimas. Transparentes, torrenciales. La sacuden como vomitonas. Y cuando llegan tienen una cualidad catártica. Si existiera el término (sólo se adjudica a la comedia delirante, me refiero a la screwball comedy), podríamos definir Todo sobre mi madre como un screwball drama. Drama disparatado, barroco y con personajes extremos, vapuleados por el azar (sin que sean gran quiñol, o drama grotesco). Como contrapunto a su naturaleza desmesurada, durante los ensayos decidí que la actuación debía ser radicalmente sobria, incluso árida. Esa era la llave y el reto, que el magnífico grupo de actrices asumió enseguida. Para Cecilia el reto era mayor, su personaje está como carbonizado por la muerte de su hijo: súbita y demoledora como un rayo. Y está en todos los planos de la película.
No sé cómo, durante los tres meses que duró el rodaje ella supo contenerse y estar más allá del dolor, pero reflejándolo siempre. Manuela demuestra que Cecilia Roth está en su plenitud como actriz. Y siento algo muy extraño al decirlo. Como persona me recuerda mucho a la chica que conocí hace veinte años, ingeniosa, culta, con la misma capacidad de entusiasmo y excitación, ruidosa, inmadura y neurótica en su acepción más divertida, frágil, voluntariosa, de risa inmediata y emoción fulminante.
Sin embargo, para mí la actriz es un misterio. Trece años de misterio.
Cuando veo la película y la siento palpitar como Manuela, sé que estoy ante uno de los trabajos más escalofriantes de los que he sido testigo. Y no me recuerda a la Cecilia que yo conocí en los ochenta, sino a otra.

 

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