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El tiempo y el ocio
Por Sandra Russo


t.gif (862 bytes) Entretenerse es, de algún modo, dejar de tenerse por un tiempo. Un entretiempo en el tenerse. Entretenerse en esta época no es fácil, y la prueba es la existencia cada vez más consistente y sofisticada de la industria del entretenimiento, esas catedrales del ocio que crecen como hongos al costado de las autopistas, los complejos centrales o suburbanos en los que reina la ilusión de la diversión para toda la familia. Los días na32fo01.gif (23873 bytes)feriados son la apoteosis de esa ilusión: son días desabrigados de la rutina que se soporta o se inventa para defenderse de la intemperie del tiempo libre, y entonces la gente sale en masa a cualquier parte donde no tenga que dirigirse la palabra, donde el único lenguaje posible sea ése fragmentado e interrumpido por los chirridos de los juegos electrónicos, por el eco deforme de los patios de comidas, por el zumbido regular de las escaleras mecánicas y por el lloriqueo de los chicos que aprenden, en esas salidas familiares presuntamente entretenidas, el pozo inagotable de la insatisfacción.
Estamos teniendo una mala relación con el tiempo. Al desocupado el tiempo vacío le quema en el reloj. Al subocupado que busca otro empleo para completar ingresos el tiempo se le escurre. A la mujer que vuelve del trabajo y llega a su casa a seguir trabajando el tiempo se le angosta. Al padre o a la madre que no encuentran tiempo para ocuparse de los chicos la angustia los carcome.
El tiempo social se entrecruza con el tiempo personal, y los dos se aceleran. Los jóvenes deben sacarle al tiempo todo el jugo posible antes de los cuarenta, porque después ningún lugar estará disponible. Los que pasaron ese umbral deben sacarle al tiempo todo el jugo posible porque si no es ahora que la vida se vuelva aunque sea a veces una fiesta, cuándo. El psicoanalista británico Adam Phillips, en su libro Flirtear –que no trata sobre el flirteo sino sobre la relación que los sujetos establecen con el tiempo, las contingencias y sus propios recuerdos– cuenta que a raíz del caso de una paciente de 55 años que había iniciado una terapia mientras hacía el duelo por su madre, él advirtió que las personas no sólo hacen pactos entre ellas, sino también con el tiempo: querer determinar de antemano cómo serán las cosas es un modo de suprimir el tiempo y sus accidentes, los imprevistos. Sentir que el tiempo vacío de actividades es un tiempo que quema a veces demanda un pacto por el estilo.
Sus conversaciones con esa paciente dieron pie a Phillips para plantearse una serie de preguntas que intenta responder en el libro, pero flirteando con esas ideas: es decir, a sabiendas de que estas cuestiones no tienen respuestas acabadas, y que toda teoría respecto de ellas es provisoria y “poco seria”, pero profundamente fascinante. “¿Qué clase de aventura amorosa está teniendo una persona con el tiempo, y qué clase de objeto es el tiempo para ella? ¿Es, por ejemplo, algo que necesita ocuparse? ¿O es algo que tendemos a malgastar? ¿Nunca es suficiente o muchas veces hay que matarlo? ¿Qué es lo que nos hace sentir que tenemos tiempo de sobra o que se nos escapa? Si dedicamos mucho tiempo a planificar cómo lo empleamos, ¿cuál es el riesgo de dejar las cosas al azar?”
Entretenerse es dejar de tenerse por un tiempo, y entretenernos cada tanto se nos hace legítima y vitalmente necesario. Esta época nos regala formas industriales de entretenimiento porque de nuestras vidas la distracción no mana naturalmente, porque el ocio ya no es creativo sino un fardo vestido de tedio. Distraerse, entretenerse, no son cuestiones menores. Pessoa escribió alguna vez que “sentir es estar distraído”.

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