Por Cecilia Hopkins
Luego de la
premiada Salsipuedes, el director Ciro Zorzoli acaba de estrenar un nuevo trabajo,
producido mediante el subsidio a la creación artística instituido por la Fundación
Antorchas, que obtuvo en 1997. El espectáculo se llama Living, último paisaje y puede
verse en el Galpón del Abasto. Allí, una docena de actores se entrega de lleno a la
tarea de ironizar los códigos de las comedias de teléfono blanco, modulando sus voces
con afectación declamatoria. Conforme al título, el decorado reproduce una coqueta sala
de estar que en cada función pone en signo un clima y una visión determinada del mundo.
Se trata del resultado de muchos meses de investigación sobre diálogos sacados de
revistas, fragmentos de folletines y películas de las décadas del 40 y del 50.
Tratamos de encontrar un método de trabajo que, partiendo de la
imitación, nos permitiera producir un texto nuevo, afirma el director en diálogo
con Página/12. Construida como si se tratara de un rompecabezas que admite una gran
cantidad de variantes cada vez que se intenta su armado, también aparecen en la obra
textos del famoso noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos, junto a antiguas
publicidades que tienen el mismo lenguaje frívolo e ingenuo de los fragmentos de las
películas seleccionadas. En esos años todo parecía estar resuelto, comenta
el joven director acerca de la elección del material. Todas las preguntas parecían
tener una respuesta justa y había un cine que parecía hecho para satisfacer la necesidad
de trasladar a lo cotidiano una imagen de fantasía.
El caso es que Living ... no busca retratar aspectos de una época pasada para propiciar
sentimientos nostálgicos, precisamente. Dice Zorzoli: Algo que nos impulsó en este
trabajo fue preguntarnos ¿sobre cuántos muertos estamos parados?. Este
interrogante los llevó a consultar los más diversos textos sobre historia argentina de
todas las épocas. Finalmente, después del trabajo de selección y descarte, el grupo se
abocó por entero a ponerle el cuerpo al cruce resultante de todos los materiales
encontrados, y a establecer un juego de metáforas convincente sobre la violencia y la
represión. Así es como en la obra, los discursos optimistas se hacen a un lado
discretamente para que otro collage de textos encuentre su lugar en la urdimbre de los
hechos. Sólo que, esta vez, las palabras se refieren a situaciones de represión.
Entre otros datos precisos, los personajes sueltan textos alusivos a la guerrilla, que
parecen fragmentos de boletines informativos de los peores tiempos de la dictadura
militar. Hay otros, en cambio, que se remontan a las diatribas entre unitarios y
federales. A todo esto, los actores observan una actitud colectiva uniforme que no permite
distinguir personajes centrales y laterales. Salvando alguna situación inesperada, este
grupo de caballeros ceremoniosos y muchachas soñadoras sigue en su puesto, con la risa a
flor delabios: una de las mejores escenas transcurre durante una reunión social, en la
que un invitado cuenta una sesión de tortura como si se tratara de un chismorreo,
provocando en la platea un efecto demoledor. |