Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


UNA TRADICIONAL CONFITERIA SE TRAVISTE DE NOCHE
De la porcelana al rock

Para escapar del ahogo económico que experimentan todas las confiterías clásicas, la Ideal se convierte por las noches. Se sacan las mesas, se guarda la cristalería y llega la música.

na21fo01.jpg (14990 bytes)

De tarde, pocas mesas ocupadas y antiguos clientes.

na21fo02.jpg (13584 bytes)

De noche, pelos naranja invaden el lugar.


Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) La Ideal, sábado, 5 PM: una blonda, pelo carré, mirada sostenida, codos en el mantel rosado, aplaude al pianista. Sorbe el té con masas. El maestro acaba de ejecutar una pieza clásica, agradece el reconocimiento que llega de la rubia y de otras tres mesas. Nadie más. El gran salón victoriano, semidesierto, de a poco es arrasado. 10 PM: un comando, pelos rasta y gorros pipopescador, quita el mantel rosado de la mesa abandonada por la blonda. Los dueños de casa retroceden. El avance moderno deja el piano a un costado, los cristales franceses, envueltos en tules negros. 12 PM: la ocupación, consolidada, avanza. En la mesa –ya color mesa– de la blonda, hay una chica pelo naranja que apura un trago de birra. La Ideal belle époque es en sábado a la noche casa de fiestas tecno-electrónicas. El reciclado fue resultado obligado de la crisis que el año pasado envolvió a las confiterías tradicionales de la urbe. Los dueños no hablan de búsquedas estéticas: “Nos ofrecieron un negocio”, simplifican. Ahora, las fiestas dejan lugar a otra noche: la casa desarrollará un ciclo de strippers, bailarinas y cumbias.
La fiesta aún no comienza. Jorge Vieytes está encajado detrás de una máquina registradora. La caja llegó a la casa cuando lo hicieron los cristales biselados de los escaparates. “Traídos de Francia, especialmente hechos para la casa a comienzo del siglo pasado”, marca el gerente. La Ideal es eso. Una casa de té construida bajo la bonanza de 1912.
Una pérgola de cristal biselado es anfitriona del recibidor del primer piso. Está allí, impertubable. Vestida de dorado, reina solitaria en un piso marmóreo excesivamente desnudo. Bajo sus curvas vidriadas, los viejos galanes encantados por Orquestas de Señoritas solían comprar finos bombones. La pérgola ahora brilla, vacía.
Pero en la noche de sábado a la pérgola le cuelga un cartel: “guardarropas”. La Ideal manotea un cambio de ropas para evitar ahogarse como lo hicieron ya El Molino, Los Angelitos o Las Violetas. Esos pisos invadidos por la horda de pelos naranja fue la opción para salvarla de una crisis que el año pasado se hacía expansiva. La Legislatura la declaró sitio de Protección Histórico, modo de preservarla contra la aplanadora de los comercios pizza rápida de fin de siglo.
La Ideal está allí, como hace cuarenta y ocho inmutables años el hombre cuyo padre fue médico de Perón. Lo presenta el gerente y señala a otros tres, “vienen después del concierto en el Teatro Opera”. Se equivoca. Humberto Bruno, uno de los tres, recita al Dante y corrige: Gran Rex. El té en jarras de porcelana rueda y seguirá rondando con masas o tostados ante hombres y mujeres entrecanas, de capelina. Hasta las 22, no más.
Nunca antes. Todo será salón de calma aunque los organizadores electrónicos reclamen más tiempo para “armar”. Y, en vano, insistirles a los dueños más tiempo para poner luces. Pero no. La casa cierra a las 22. Entonces la mirada de Vieytes ve desarmarse la casa. Hay dos horas antes del inicio de la fiesta. Primero el salón de té. Levantan y amontonan mesas. Corren el piano hasta perderlo contra una pared. Forman pasillos con comics y grafitti para “que escribas lo que sentís”. Y alguien más tarde dice que siente “This is the way”.
La Ideal se oscurece. Medianoche. La toma se consolida.
–Lo de las fiestas vino solo, surgió –dice Vieytes–. Un día vino Maxi, el hijo de Edda Díaz. Nos dijo: “Yo quiero hacer una fiesta acá”.
Ellos respondieron:
–Pero estás loco. ¿Viste lo que es esto?
Hablaron de la cristalería francesa, de los mármoles y bronces ornados en los dos pisos. Maxi lo había visto. Sobre las huellas del viejo glamour y esos muebles arrastrados por el Atlántico, buscaba crear su escenografía. La Ideal insistió:
–Pero noo... estás loco. Después recurrieron a métodos menos modernos: “Lo investigamos, investigamos lo que hacía –va contando Vieytes– supimos que era coreógrafo, había trabajado en ATC y así... nos trajo el currículum y vimos que era muy bueno; la idea surgió sola”.
Sábado de madrugada. Furia de fiesta para mil personas. Fernando Hasse pide una cerveza ante una registradora antigua. “No pibe, en la esquina”, sugieren. La caja ampulosa es decorado. Ahí va Fernando ahora abriéndose espacio entre los que van por su trago. Una chica pasea su cabeza cubierta de siete conos de pelo enrollado.
Un vaivén de óvalos espejados, también biselados, habilita el ingreso al baño. Una mujer, cuarentilargos, transita rápida todas las gavetas. “Cuando hay tango es otra cosa... –suspira–: las señoras no hacen este desastre”. El tránsito continúa, enfurecido tras la puerta vaivén.
Vieytes se queja de las huellas, la mugre sobre el glamoroso mármol. “No, con baldes no terminaríamos más –dice– limpiamos con manguerazos. Una, dos o tres veces y todavía ves correr agua negra”. Especula: “Las latitas, la cerveza y los puchos”. Reconocimiento: “Es que la verdad, los pibes no tienen ceniceros”. La explicación: “Sacamos todo, porque los ceniceros serían como granadas de alto voltaje... te imaginás, terminarían todos rotos”.
Ahora los viejos de la Ideal vuelven a tomarla, las fiestas van a cambiar. El volante violeta está pegado en la puerta. No anuncia explosiones de arte moderno. Dice: “Ideal Noche: inauguramos. Strippers, bailarinas y cumbia”. Mujeres gratis, hombres cinco pesos.

OPINION

 

PRINCIPAL