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Peter Hammill, especialista enpiezas de electricidad estática

Esta noche en San Isidro, el músico inglés cerrará su quinta visita al país, con piano, guitarra y canciones de extraña belleza.

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Efecto: El aire de “misa” de los shows de Hammill no es forzado, sino provocado por las mismas canciones, que generan una especie de campana aislante.

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Las funciones del Auditorio San Isidro se agregaron sobre la marcha.
Hammill tiene aquí un público de alta fidelidad, y a la vez crítico.


Por Eduardo Fabregat

t.gif (862 bytes) La anécdota sirve para dar una adecuada semblanza del personaje. Sobre el escenario, un hombre alto, delgado, de pelo casi enteramente blanco, acaba de cerrar un bloque de canciones ejecutadas al piano, y toma su guitarra. Presenta una canción llamada “Tenderness”. A pesar de la ternura del título, el hombre se tuerce sobre su instrumento en una pieza de alta intensidad. Tanto, que finalmente hace saltar una cuerda y debe terminar el tema abruptamente. El hombre toma la guitarra y le pide a un asistente técnico del teatro que le preste un destornillador. Mientras cambia la cuerda, cuenta una historia: “Hace mucho tiempo fui a ver a Jimi Hendrix, y le sucedió exactamente lo mismo que a mí. Entonces le pidió una cuerda a un asistente, y siguió haciendo su solo mientras la cambiaba”, dice mientras termina de tensar y afinar la cuerda. Entonces rasguea un acorde, levanta la vista y remata: “Obviamente, yo no soy Jimi Hendrix”. El público estalla, y Peter Hammill vuelve a concentrarse en el oficio de buscar las perlas más raras del océano del alma.
Hace ya tiempo que el ex líder de Van Der Graaf Generator dejó de ser una rareza para el público argentino. Lo fue para los fanáticos que lograron asomarse a su obra en el desarrollo de la década del 70, pero la última década del siglo recompensó tanto a los veteranos como a quienes se fueron sumando en los años más recientes: en siete años, Hammill hizo cinco visitas a Argentina, para encontrarse siempre con un público que él definió para Página/12 como “leal, pero exigente”. A pesar de esa exigencia (que la hay, porque al público no le gustan necesariamente todas las canciones), los shows del inglés conservan ese cierto aire ritual que también campeó en la ya mítica reunión de King Crimson en 1994, grupo con el que Hammill tiene más de un vínculo.
Ese aire de “misa”, sin embargo, no es forzado, sino provocado por las mismas canciones. Al piano y a través de obritas como “Unrehearsed”, el casi vodevilesco “Just good friends” o “Summer song (in the autumn)” (de Fools mate, el disco que realizó en 1971 junto a los ex VdGG y Robert Fripp), Hammill va generando una especie de campana aislante que encierra al escenario y al público en una atmósfera suspendida, con la música como principal protagonista. Sobre el escenario hay poco que ver, y en el extraño tramado de melodías y armonías que propone Hammill su imagen termina convirtiéndose en apenas una referencia. Hasta que una nota inesperada, un mínimo gesto, ponen el broche, y siempre se imponen un par de segundos de silencio hasta que la gente reacciona. Esa magia adopta modos más directos cuando la base es la guitarra y suenan títulos como “Shingle song”, del disco protopunk Nadir’s big chance, de 1975. Como haciendo honor al nombre de su vieja banda, Hammill utiliza un instrumento desenchufado para generar electricidad estática, y entonces sus canciones no van envolviendo al oyente, sino que lo sacuden de los hombros.
En la gira que lo paseó por la Capital, San Isidro y algunas localidades del interior, Hammill mantuvo su costumbre de ir variando el repertorio noche a noche... lo cual resulta bastante sencillo al contemplar una discografía de más de cincuenta discos. Pese a ello, el músico siempre reserva un lugar a clásicos necesarios como “Sign” (“Firmá el cuadro y salí del marco; firmá el cuadro y tiralo lejos”) “Stranger still”, “Easy to slip away” o “Too many of my yesterdays” (“No trates de decirme quenada ha cambiado. No trates de decirme que no hay nada nuevo. Demasiados de mis ayeres están perdidos en vos”), o perlas más recientes como “Nothing comes” y “Since the kids”, una pieza que conmueve fibras íntimas aun en quienes no entienden el inglés.
Se trata precisamente de eso, sobre todo cuando Hammill adopta el formato solista (una sola vez estuvo aquí con una banda, para presentar el poderoso The Noise en 1993) y el escenario queda despojado de todo. Reducido a la mínima expresión de un hombre que traduce los dictados de su sensibilidad en canciones, Peter Hammill le da forma al milagro de la música sin edad, sin reglas ni fronteras. La oferta es generosa. Y la recompensa significa mucho más que un buen recuerdo de un teatro a oscuras.

 

“Fripp es muy valiente”

En la entrevista realizada con Página/12 a su llegada, Hammill analizó los últimos movimientos de Robert Fripp, con quien tiene una larga relación profesional y de amistad.
–Fripp y usted tienen mucho en común, pero en general la prensa inglesa suele ser mucho más dura con Fripp que con usted.
–Somos similares, en una manera particular de encarar nuestro trabajo. Quizá la prensa está algo confusa con respecto de lo que está tratando de hacer de Robert con los Projeckts en los que dividió ahora a KC. Que según mi punto de vista es simplemente continuar su propio trabajo, los soundscapes y esa clase de sonido. En el caso de King Crimson, él trata de que ese proyecto avance. Robert no es la clase de persona que hace algo y se detiene, que dice “bueno, listo”, y se dedica a hacer eso para siempre. Yo creo –y en esto no quiero hacer un juicio del estilo “esto es bueno, aquello es malo”, sino algo referido a la mecánica interna de trabajo– que es necesario reinventarse. Parte de esa reinvención tiene lugar en el ensayo, en la composición, con los cambios de personal. Y al llevar a cabo esos proyectos los pone en la arena pública, que es una cosa interesante y valiente de hacer. Teniendo en cuenta eso, todo toma mucho más sentido que ateniéndose exclusivamente a las grabaciones de KC. Es muy valiente poner en la arena pública un trabajo en progreso, algo entendido para encajar dentro de otra cosa. Pero, claro, cuando uno se expone en público tiene que aceptar lo que se diga de su trabajo.

 

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