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Por Horacio Bernades Desde Montreal amor imposible del italiano Giuseppe
Piccioni, compartieron el Premio Especial del Jurado. La canadiense Post Mortem, lograda
love story fúnebre, se llevó un merecido Premio a la Mejor Dirección, recibiendo
además una mención del jurado de la crítica.El Goya en Burdeos de Carlos Saura, que por
su pictoricismo de superlujo más parecería dirigida por el siempre ostentoso Vittorio
Storaro, obtuvo un previsible y apenas consolador premio a la Mejor Contribución
Artística. Más grande fue el castigo para otros pesos-pesado, como Ettore Scola (que
presentó La cena, algo así como El baile más La familia) y el español Mario Camus, que
trajo a Montreal la novelesca La ciudad de los prodigios. Ambos se volvieron a Europa con
las manos vacías. Del resto de las premiaciones, no dejó de sorprender la del jurado de
la crítica que, contrariando pactos no escritos, no ungió como mejor película un largo,
sino un cortometraje, el magnífico La aldea de los idiotas, de Eugene Fedorenko y Rose
Newlove, que ya habían ganado un Oscar en 1979. Y otorgó, sí, una mención a Post
Mortem. Decisión que permite una doble lectura: o los cortos exhibidos a lo largo del
festival fueron muy buenos, o los largos, muy malos. Lo primero es seguro, ya que podrían
nombrarse una buena media docena de cortos originales, estimulantes o sorprendentes. En
cuanto a lo segundo... es sabido que Montreal juega en desventaja respecto de otros
festivales (Venecia, San Sebastián, la vecina Toronto), con los que coincide en el tiempo
y que suelen llevarse las mejores películas. Pero el descarte no es el único problema.
El claro predominio, en la competencia oficial, de films-novela sumamente académicos,
habla, también, de una cuestión de gusto por parte de los seleccionadores. La fórmula
cantidad & variedad, con la que Montreal tiende a combatir la superioridad
de los otros, dejó poco, este año, en términos de calidad. El cinéfilo consecuente,
que mantuvo un promedio de tres o cuatro películas por día, llegó al final del festival
con apenas un puñado de títulos rescatables. Este rubro incluye algunas venidas de
Cannes (LHumanite o As bodas de Deus, del genial portugués Joao Cesar Monteiro),
pero también algunos descubrimientos locales. Entre ellas, la coproducción Las huellas
borradas, del argentino radicado en España Enrique Gabriel (cuya anterior En la puta
calle espera estreno en Buenos Aires), un relato clásico y solidísimo, con el
protagónico de Federico Luppi y un notable Héctor Alterio.
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