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“EL VIENTO NOS LLEVARA”, LO NUEVO DE ABBAS KIAROSTAMI
El sabor de la novedad iraní

 


Después de haber obtenido uno de los grandespremios en Venecia, el film fue exhibido enel Festival de Toronto, con gran repercusión.

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Por Luciano Monteagudo
      Desde Toronto

t.gif (862 bytes)  Un camino árido y serpenteante, que aparece y desaparece entre las montañas, y una camioneta que deja una estela de polvo a su paso, como si fueran momentos de una vida que van quedando definitivamente atrás. Así, de manera inconfundible –como las infinitas idas y vueltas de los personajes de A través de los olivos y El sabor de la cereza– se inicia el nuevo film del gran cineasta iraní Abbas Kiarostami, El viento nos llevará, que ya ha comenzado, a su vez, a recorrer el camino de los festivales internacionales. El sábado pasado se llevó de la Mostra de Venecia el Gran Premio Especial del Jurado, y apenas un par de días después ya sedujo aquí al público y la crítica que colman todas las funciones del Festival de Toronto. El director no pudo estar presente en Canadá –él mismo declaró en Venecia que las autoridades de su país discutieron su participación en la Mostra– pero su película habla por sí sola, con una inteligencia y una sabiduría que confirman a Kiarostami como uno de los grandes creadores del cine contemporáneo, un director capaz de seguir explorando las infinitas posibilidades de su medio de expresión sin resignar por ello su profundo humanismo.Como siempre, la simplicidad de la historia que Kiarostami tiene para contar –y la economía de sus medios expresivos– esconden una rica complejidad formal y conceptual, que el film irá revelando muy paulatinamente, en el transcurso de su desarrollo. En esa camioneta que atraviesa las escarpadas tierras del Kurdistán –reveladas en toda su belleza por una fotografía siempre austera, nunca pictórica ni preciosista– viajan tres hombres provenientes de Teherán, en dirección a una aldea remota, aislada en las montañas. Qué van a hacer realmente allí, además de esperar como buitres la muerte de una anciana, es algo que a lo largo del film el espectador apenas podrá inferir, a través de datos dispersos, que Kiarostami deliberadamente oculta tanto de los habitantes del pueblo como de su público. “Si alguien te pregunta, deciles que estamos buscando un tesoro”, le dice irónicamente uno de esos tres hombres –el único de ellos al que la cámara enfoca en toda la película– a un niño que les sirve de guía. De hecho, todo el principio de construcción de El viento nos llevará se basa en la ausencia de imágenes e informaciones en apariencia esenciales, en el fuera de campo, en la exclusión como regla a partir de la cual cada espectador es invitado a participar muy activamente en la elaboración del sentido final del film.Hay un misterio, es cierto, en el centro de El viento nos llevará, pero ese misterio tiene cierto carácter lúdico, como si con esta película Kiarostami hubiera querido llevar hasta las últimas consecuencias aquello que ya venía practicando en sus films anteriores, y que él mismo resumió en un breve artículo teórico denominado “Por un cine inconcluso”, escrito en ocasión del centenario del cine. Allí Kiarostami abogaba por un tipo de cine que le diera más tiempo y más posibilidades de reflexión a su público, “por un cine a medias, un cine inconcluso que pueda ser completado por el espíritu creativo de los espectadores”. En este sentido, El viento nos llevará pone radicalmente en práctica ese principio, confronta a la sala oscura y le pide que le ayude a echar luz sobre la pantalla.Escrita, producida y editada por el propio Kiarostami, El viento nos llevará es un film incondicionalmente fiel a las constantes de su obra, reconocibles en todos y cada uno de sus planos, pero también una película nueva en más de un sentido en la obra del director. La primera novedad evidente que el flamante film de Kiarostami tiene para ofrecer es el humor, un humor seco, pudoroso pero al mismo tiempo franco cuando se refiere incluso a alguna situación de orden sexual, como cuando una vieja habitante del pueblo se queja de que una mujer tiene siempre más trabajo que el hombre: el suyo propio, el de los quehaceres domésticos y a la noche en la cama. Hay humor también en la manera absurda en que “elingeniero” (como se hace llamar el enigmático protagonista) debe recorrer a toda prisa un largo camino antes de poder recibir en la colina más alta del pueblo –donde está el cementerio– la señal que le permita hablar por su teléfono celular. Pero cuando esa situación se repite una y otra vez, el humor va dejando paso a cierta idea del mal, un mal que no es solamente el de la brutal intrusión del mundo moderno en un ambiente arcaico (algo que por otra parte no hace sino reflejar el conflicto que seguramente vivió el equipo de Kiarostami durante el rodaje).Esa noción del mal, también nueva en el universo Kiarostami, tiene que ver más bien con la irrupción de cierto desasosiego, de ciertas pulsiones profanas –la codicia, el egoísmo– evidenciadas de pronto frente al momento sagrado de la muerte. Nada de eso hace, sin embargo, de El viento nos llevará un film religioso. Por el contrario, pocas películas pueden considerarse más terrenales. Tomando la palabra a la poesía persa (el título del film proviene de unos sensuales versos de la poeta contemporánea Forough Farrokhzad, que iluminan uno de los momentos más extraños y arrebatadores de la película), Kiarostami no hace sino celebrar las bondades de este mundo, el valor de estar vivo frente a las promesas de futuros paraísos de los que nadie hasta ahora pudo dar cuenta. Es muy probable que los integristas de su país –que demoraron durante más de dos años el estreno en Irán de El sabor de la cereza– vuelvan a poner el grito en el cielo, pero para entonces la nueva película de Kiarostami seguirá recorriendo su arduo camino y dejando tras de sí las huellas de su belleza.

 

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