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Duda Mendonça no previó ni a Zulema ni a Ramallo

La denuncia de Zulema Yoma desnudó la hipocresía del Presidente y también el doble discurso de casi toda la clase política. Ramallo, una masacre con la marca de fábrica de la Bonaerense. Lorenzo y Bussi piden salida.

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OPINION
Por Mario Wainfeld

t.gif (862 bytes)  No debe haber televidente, por adicto que sea, que haya visto todos los spots publicitarios que lanzan con envidiable productividad el peronismo y la Alianza. Pero no hay espectador que permanezca del todo ajeno a ese juego vertiginoso. Una propaganda alude a otra, aquella interpela a la clientela cautiva, una tercera piropea a los cautivos del adversario. No hay ciencia humana que pueda medir cuánto influye ese bombardeo en las decisiones finales de los ciudadanos pero sin duda enriquece mucho su conversación cotidiana. Vistas en perspectiva, las dos campañas ahistóricas, desprovistas de Yrigoyen, de Perón y de cualquier otro dato de identificación y pertenencia, podrían suceder en cualquier lugar del orbe. Virtuales al mango, transcurren en una galaxia propia. Hasta que, de pronto, la realidad irrumpe y cambia el juego, a menudo en tono de tragedia. La ardua semana que hoy termina –y que por su intensidad parece haber empezado en el período paleolítico– produjo dos shocks de realidad: la confesión-denuncia de Zulema Yoma y la masacre de Villa Ramallo. En términos inmediatos, gallináceos, le pegaron dos golpes tremendos a la ya raquítica chance de Eduardo Duhalde. Mirados con un ápice de atención aluden a problemas que tendrá que enfrentar el próximo gobierno y que trascienden largamente al alma en pena que es hoy el candidato del peronismo.Zulema Yoma –un personaje trágico del menemismo a quien la muerte de su hijo transformó en una víctima sui generis, pero víctima al fin de los desaguisados del poder– le contó a Página/12 que había abortado deliberadamente, con la anuencia y el apoyo del muy cristiano, practicante y “defensor de la vida”, el converso (también en ese terreno) Carlos Saúl Menem. El Presidente, un experto en la ciencia y el arte de la desmentida, no la desmintió. No es la primera vez que su hipocresía queda patente a la vista de todos, pero esta fue de las más crueles.Menem usa el tema para lubricar su acercamiento a uno de los más anquilosados poderes que existen en la Argentina: la jerarquía de la Santa Madre Iglesia de Roma, cuya versión local bendijo las armas de los genocidas, les dio comunión y los sigue contando en su grey. Y que, poco cómoda en la sociedad democrática, busca imponer sus criterios sobre educación, usos sexuales o planificación familiar (ciertamente respetables y a veces loables) a todos los habitantes del país, rictus autoritario que evoca tiempos idos.Menem, ese es su sino, sobreactúa –a veces con garbo y alegría y casi siempre con desaprensión– lo que muchos de sus colegas hacen sin estrépito. Pero no es el único que manipula un tema sensible o que es sumiso ante los poderes fácticos. Sus compañeros duhaldistas, por ejemplo, sacaron a relucir esta semana “el issue aborto” no por mandato divino sino por sugerencia de Eduardo Cavalcanti de Mendonça, Duda para los amigos. El objetivo, dividir a la Alianza, generarle contradicciones. La decisión fue tan chocante que la propia esposa del gobernador Hilda “Chiche” González eludió participar en una conferencia de prensa de las mujeres duhaldistas de “denuncia a Graciela Fernández Meijide” por haber firmado en conjunto un proyecto de ley sobre el tema hace un lustro. A su turno, la Alianza elige postergar el debate por razones, de tan tácticas, banales. Muchos de sus dirigentes explican que la despenalización del aborto “no debe ser un tema de campaña” pues tiende a dividir a la sociedad. Simplismo que evade asumir que la sociedad está naturalmente dividida en este tema y en cualquiera y la finalidad de la política es arbitrar el conflicto, no esquivarlo, ni negarlo. Y que las campañas son momentos óptimos para el debate público. Los conflictos no asumidos en sociedades complejas no quedan en un limbo de paz sino en declive a favor del más fuerte. La falta de regulación de los derechos no es la panacea que pretenden liberales abstractos distraídos de laexistencia del poder, sino una implícita apuesta a la imposición de las reglas por el más poderoso (en este caso si nadie hace nada, todos bailan el son que propone la Iglesia). La paz social basada en la abolición de conflictos fue bandera de todas las dictaduras que han asolado este suelo y no debería ser un serio argumento democrático.Otro razonamiento socorrido es que “el tema no interesa a la gente”, poco consistente si se tabula que cientos de miles de mujeres argentinas abortan cada año. Lo que se quiere expresar en puridad es que no está ranqueado entre las principales demandas que exhiben las encuestas que son, claro, empleo, seguridad y educación. Estirando, un poquito nomás, ese razonamiento contable podría decidirse en que tampoco es necesario ocuparse en campaña de la industria del caucho, de cualquier provincia chica, ni qué decir de la totalidad de los habitantes de Villa Ramallo que representan una cifra infinitesimal de la población argentina.En suma, en función del rédito electoral y de no zaherir al poder eclesial, unos bastardean y otros eluden un tema grave que ciertamente -como todo– es más cruel y cobra más víctimas entre los mujeres más pobres que, a despecho de lo que digan las leyes y la Iglesia, abortan en condiciones sórdidas y sin asepsia. Las clases sociales no existen, explican en surtidas cátedras, pero las diferencias entre ellas se obstinan en aparecer y a veces son la diferencia entre la vida y la muerte.Villa Ramallo Pulularon y pululan teorías conspirativas sobre la masacre de Villa Ramallo y es prematuro desecharlas antes de que se investigue. Sin embargo, lo que ocurrió podría ser simplemente la consecuencia natural de cómo funcionan la Maldita Policía y más en general el poder y el Estado en nuestra sociedad.Una descripción virgen de complots concluiría que la Bonaerense hizo lo que siempre hace: tiró antes de preguntar, baleó a inocentes, obró con nula profesionalidad y toda prepotencia. Y casi seguro disfrazó de suicidio la muerte del asaltante preso en una versión estática de la clásica “ley de fuga”.El problema es que, por una vez, tamaños manejos se hicieron a la vista de todos sin posibilidades de destruir pruebas, fraguar testimonios o atribuir a los asaltantes la muerte de los rehenes que es la forma en que se disimulan los “errores y excesos” de los uniformados. Como dice con más garbo Eugenio Raúl Zaffaroni (ver página 4) se acusa a los garantistas de sobreproteger a los delincuentes en detrimento de sus víctimas pero en Ramallo los “duros” mataron más inocentes que asaltantes. Metieron bala, como pedía el candidato peronista Carlos Ruckauf, que debería pensar en moderar más sus dichos en lo sucesivo. Su pollo Osvaldo Lorenzo duró lo que un lirio, el único mérito de su gestión es haber dejado vacante su juzgado aunque tal vez haya estado ahí cuando se produjo la balacera. En el lugar de los hechos, brillaba por su ausencia.A Eduardo Duhalde la mejor policía del mundo le ha sido un salvavidas de plomo peor que Alberto Pierri multiplicado por Osvaldo Mércuri. Las encuestas –incluidas las de Analogías (ver página 17)– pre Ramallo demostraban que ya Fernando de la Rúa pasa el 45 por ciento y si las elecciones fueran hoy ganaría en la primera vuelta. Nada indica que tras esta semana le vaya a ir mejor.Intensos rumores rondaban ayer las tiendas de duhaldistas y aliancistas. Se llegó a hablar de la renuncia del gobernador a su candidatura presidencial, una hipótesis casi descabellada, pero expresiva del estado de ánimo que cunde en derredor de Duhalde. Su gente hasta habla de “mala suerte” porque el avión de LAPA se estrelló cuando Duda había inventado lajugada de la concertación, Zulema emergió para abortar otra operación y Ramallo “pasó justo ahora”. Es más sensato pensar que el candidato (y antes que él su partido) cosecha su siembra. Zulema no lo hubiera herido tanto si él no hubiera optado por acercarse a Menem en el tramo final de la campaña y se hubiese travestido detrás de una de las banderas más hipócritas de su compañeroenemigo. Y el descontrol, factor común entre el accidente aéreo y la masacre policial, no brotó de gajo: es secuela de una política de desregulación salvaje, desmantelamiento del Estado, corrupción y debilitamiento de sus cuadros, que alumbró “el modelo”. Sumado, en el caso de la Bonaerense, a una serie de transas entre poder político y los uniformados que se traduce en total ineptitud. Para muestra basta un botón: Lorenzo.Los “duros” mataron inocentes y fueron –en el mejor de los casos– perversamente incompetentes, recuperando en democracia la tradición castrense de Leopoldo Fortunato Galtieri. En democracia las herramientas son más sutiles y arduas, los controles más estrechos, y no basta con vociferar y sacar patente de guapo. Que lo diga si no Antonio Domingo Bussi que, con su partido fracturado y derrotado en las elecciones, se apresta para pasar a cuarteles de invierno, desprestigiado por su fracaso como gobernante y acorralado por sus delitos por las justicias española y argentina. Es mucho menos de lo que se merece pero, quién sabe, posiblemente sea más de lo que pueda soportar.

 

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