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OPINION
El misterio y la histeria
Por Fernando D’Addario

Hay un acto de contrición solapado en el disco que los rockeros argentinos le tributaron a Sandro. Una suerte de pedido de disculpas, por haberlo entendido tarde. No extraña, entonces, que una aproximación forzada a un fenómeno lejano haya dado como resultado un disco innecesario. Que refuerza la idea de que Sandro es el único intérprete posible para ese puñado de canciones ajenas al imaginario rockero. Es que la atracción que provoca Sandro entre los artistas de rock no tiene que ver con la música (aun cuando el alter ego de Roberto Sánchez haya instalado más de un tic del género en el inconsciente de todos ellos), a la que históricamente consideraron grasa, complaciente y pasatista. El rock, hoy que es socialmente aceptado, y que institucionalizó su rebeldía, encuentra en Sandro dos componentes que hacen (o hicieron) a su naturaleza: el misterio y la histeria. Intuye, en su nostalgia contracultural, que el recluimiento de este hombre responde a una actitud refractaria a los códigos del show business, cuando, en realidad Sandro inventó los códigos del show business. Sólo que se los guardó para él. Inventó una imagen pública desde arriba del escenario y potenció las fantasías ajenas guardando su vida privada en una caja de cristal, que todos (público, prensa, managers, etc.) quisieron penetrar, sin éxito. El rock, que desprecia pero también envidia la relación histérica que se establece entre Sandro y sus mujeres del público, siempre buscó fortalecerse en la otra faceta, la del misterio. En algunos casos con cierta torpeza (músicos que escriben letras criticando al stablishment y luego se quejan cuando los fotografían a la salida de un boliche de moda) y en otros con impecable lógica empresarial. En este sentido, los Redondos son los mejores alumnos de Sandro. Y, por supuesto, no grabaron ningún tema para este disco tributo.Este pretendido homenaje, que en algún punto deja entrever la idea de “bueno, en casa lo escuchaba la mucama, pero es un grande de verdad...”, difícilmente pase alguna vez por la compactera de Roberto Sánchez. Que -efectivamente– es grande de verdad y no necesita que Diego Frenkel, en un lapsus de populismo snob, le cante “Penumbras”. Habrá que sentarse a esperar el año 2020, un buen momento para que alguien se arriesgue a una versión electrónica de “A don Ata”. Un merecidísimo tributo a Natalia, la más rebelde y rockera de las hermanas Pastorutti.

 

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