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    DECLARO LA ESPOSA DEL GERENTE
ASESINADO EN EL ASALTO AL BANCO DE RAMALLO
“Decía que iban a matar a uno”

El juez Villafuerte Ruzo se trasladó hasta Lincoln para tomarle declaración a Flora Lacave. La mujer contó que en el banco los asaltantes amenazaban con volar todo y uno de ellos propuso: “Matemos un rehén y tirémoslo afuera”. Luego en el auto se tiró sobre su marido y se desmayó.

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Por Raúl Kollmann

t.gif (862 bytes) “Matemos un rehén y tirémoslo afuera”. El grito de Cristian, es decir de Martín Saldaña, retumbó en el Banco Nación de Ramallo. La esposa del gerente asesinado, Flora Lacave, le relató ayer la dramática escena al juez Carlos Villafuerte Ruzo y le contó que a partir de ese momento la pelea entre los delincuentes se hizo feroz, al punto que Saldaña le apuntó a Hernández y accidentalmente se disparó un tiro. “Los tipos se mo-vían de un lado al otro, tomaban vino todo el tiempo, tragaban sedantes como si fueran caramelos y se la pasaban amenazando con que iban a volar todo. Decían que eran seis, pero yo no vi más que tres. Se comunicaban con alguien a través de un aparatito. No sé si era un handy, porque no los conozco”, describió la mujer entre sollozos. El testimonio de la señora de Chaves no aportó elementos clave a la investigación: precisó que en el auto ella iba adelante, encima de Carlos Martínez, el único delincuente que sobrevive; le parece que no hubo disparos desde el auto y, además, le indicó al magistrado que a las cuatro de la mañana Saldaña resolvió cortar la negociación y decidió que todos salieran en el coche.
“La entereza de la mujer fue increíble. El relato la quebraba emocionalmente, lloraba, pero a los pocos segundos se rehacía y quería seguir declarando. Obviamente sigue muy confundida, shockeada y no fue muy precisa. No se acuerda muy bien de los detalles y sobre todo tiene pocos recuerdos de los últimos segundos, después de que el auto salió de adentro del banco”, relató una fuente que presenció la declaración.
“Yo abrí la puerta del garaje –testimonió la señora Lacave–. Es mentira que alguien haya tratado de empujar la camioneta que estaba cruzada. No fue así. Abrí y de inmediato Martínez me obligó a ponerme encima de él en el asiento de adelante. Lo que más recuerdo era la oscuridad. Cuando vi que todo estaba oscuro presentí que las cosas iban a salir mal. El coche avanzó y a los pocos metros todo fue un infierno. El que estaba abajo mío seguro que no disparó, porque yo trataba desesperadamente de abrir la ventanilla para que vieran que nosotros estábamos adentro. Después sólo traté de cubrir el pecho de mi esposo para evitar que le pegaran un balazo al explosivo que le colgaba en el pecho. Y al final, ya no me acuerdo nada, me desmayé.”
“El más agresivo era ese Cristian. Pegó varios culatazos y algunas patadas. Uno de ellos tenía un aparatito en la mano y hablaba con alguien de afuera.”
–¿Era un handy?
–No sé, no sé qué es un handy –contestó la mujer.
En verdad, el aparato de radio, con frecuencia policial, sigue siendo uno de los grandes misterios del caso. Está probado que los delincuentes se comunicaban con alguien –al principio fue un oficial de la Bonaerense- a través de ese handy, pero el aparato desapareció. Ayer, al juez le llegó un dato: el aparato estaba en el coche Polo después del fatal desenlace. Sin embargo, nunca fue secuestrado y el juez lo da por desaparecido. Se trata de un elemento importante: indicaría que los delincuentes tenían algún nivel de contacto con policías antes y en los primeros momentos del asalto al banco.
“Ese Cristian se puso loco –le contó la señora de Chaves al juez–. Miguel (Javier Hernández) propuso terminar con todo, entregarse. Pero Cristian empezó a los gritos matemos un rehén y tirémoslo afuera, decía. Ese fue el peor momento. Ellos discutían a los alaridos. Ya habían tomado muchísimo alcohol y se tragaban una pastilla de sedantes detrás de otra. Entonces Cristian decidió que había que salir. Yo vi que dejó el teléfono y hasta escuchaba que alguien le seguía diciendo algo. Pero ya estaba enloquecido y sólo quería salir. Ahí fue cuando me obligó a abrir la puerta”. La señora no pudo aportar más datos. No sabe con quién se comunicaban los delincuentes, aunque le parece que hablaban a través de dos celulares y ese “aparatito”. En algún momento, un integrante de la banda le dijo que conocían bien el lugar, que lo habían estado observando durante varios días y que el golpe estaba bien planeado. La señora Lacave no pudo precisar tampoco si había otros integrantes de la banda afuera del banco ni cómo se hizo la planificación del asalto.
El magistrado volvió desde la clínica de Lincoln a su despacho en San Nicolás con pocos elementos nuevos. Sabe que no obtuvo respuestas a la mayor incógnita que tiene: quién estuvo detrás de la banda que asaltó el banco, cuáles eran sus conexiones y quienes son los demás integrantes. Villafuerte Ruzo cree que hay una conexión policial del caso, pero le faltan bastantes piezas del rompecabezas.

 


 

DIJO QUE ENCONTRO “UN MAGISTRADO INTEGRO”
Soria visitó a Villafuerte

Por Horacio Cecchi
Desde San Nicolás

t.gif (862 bytes) Durante nueve días, desde que asumió como ministro de Justicia y Seguridad en reemplazo de Osvaldo Lorenzo, Carlos Soria disparó con munición gruesa contra el juez Carlos Villafuerte Ruzo. “No puede ser juez y parte” dijo y repitió. “Debe apartarse de la investigación”. También: “No estuvo a la altura de los acontecimientos”. Se refería, por supuesto, a la masacre de Villa Ramallo que lo ubicó a él en el ministerio y a Villafuerte en su mira. Ayer, después de mantener una extensa reunión con el juez –casi una hora y media–, en San Nicolás, Soria parecía haber ingresado en una tregua cuando dijo: “Me encontré con un magistrado íntegro, con convicción, y me anticipó que es su voluntad seguir interviniendo. En ese caso le vamos a dar todo nuestro apoyo para avanzar en la investigación”. Soria no recorrió 300 kilómetros con las manos vacías: entró en el juzgado con el decreto de disolución de los GEO ya firmado por Eduardo Duhalde (ver aparte), y aportó el sistema Excalibur para cruzar las llamadas que se hubieran realizado hacia el banco, una de las obsesiones de Villafuerte Ruzo.
El encuentro tuvo lugar en Ameghino 387, el juzgado federal 2 de San Nicolás donde, desde la masacre de Villa Ramallo, las puertas permanecen cerradas bajo llave y con custodia policial cada vez que se espera una presencia importante. Ayer fue la de Carlos Soria. La reunión ya se venía anunciando en las primeras horas de la tarde, mientras Villafuerte se encontraba en Lincoln tomando declaración a Flora Lacave, la única rehén sobreviviente y, como tal, testigo clave en la investigación.
El juez llegó a las 17.30, después de que el avión de la Prefectura que lo transportaba desde Lincoln se posó en el Aeroclub de San Nicolás, y Soria seis minutos más tarde, tras aterrizar en el mismo aeroclub.
Fue el primer encuentro personal entre los dos polos de la álgida investigación por la masacre de Villa Ramallo. Media hora después se incorporó a la reunión el fiscal federal local, Luciano González Valle. Recién a las 18.55 Soria asomó por la puerta del juzgado. Fue entonces cuando reveló haberse encontrado frente a un magistrado “íntegro y con convicción de seguir en la causa”.
“Ante esta respuesta –agregó Soria– le vamos a dar todos los elementos de que dispone el ministerio a mi cargo para que pueda avanzar rápido en la investigación”. Uno de esos elementos es el sistema Excalibur que permitirá cruzar todas las llamadas realizadas al banco durante las 20 horas que vivió Villa Ramallo previas a la masacre. El mismo sistema utilizado durante la investigación por el asesinato de José Luis Cabezas. De todos modos, el ministro no abandonó su deseo de que Villafuerte se apartara de la investigación y citó jurisprudencia: el caso Penjerek, un crimen que conmocionó a la sociedad en la década del 60 y que Soria se encargó de recordar como una recusación del juez a cargo de aquella causa, en una decisión avalada por la Corte Suprema.
También entregó “datos para investigar la hipótesis de una confabulación policial contra Duhalde”, una línea que el propio gobernador había asumido para explicar la masacre cruzada en su camino al sillón presidencial. Por la mañana, Soria había avanzado en esa dirección: “El ultraje a las tumbas judías de La Tablada y Ramallo están vinculadas”, había asegurado. “Son demasiadas casualidades juntas”. Aunque al retirarse Soria de la reunión, la confabulación empezaba a perderse entre las sombras. “No contamos con elementos contundentes para avalar la hipótesis. No hay una Maldita policía –dijo–. Hay policías malditos”.

 

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