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OPINION
Titanic
Por Eduardo Aliverti

El Titanic menemista está a menos de un mes de estrellarse contra el témpano. Pero hay una enorme diferencia entre el segundo hundimiento del barco y la destrucción de la flota. Entre una cosa y la otra media la distancia que va de un gobierno a un modelo.
En estos días pareció concentrarse como nunca la difusión de algunos de los hechos y personajes que mejor caracterizan el festín corrupto de los últimos diez años. María Julia encabeza la nómina por la fortaleza de las pruebas en su contra, que hicieron trastabillar su pérfida inteligencia frente a los diputados (“no me sorprendió que la fiesta de casamiento de Naón fuese en Alaska, porque eso lo suele pagar el padre de la novia...”: el desideratum de quien se siente impune a cualquier costa). Pero el resto de la lista no es menor. Elsa Serrano es otro icono derrumbado de la pizza y el champán, como lo es la cara de piedra de Pico al revelar que sólo posee doce departamentos. Más aún, la desopilante excusa de Oviedo para evitar su traslado al sur es también un producto genuino de la cepa menemista. Nada diferencia proteger lifting e implantes capilares del frío patagónico de haber vuelto de la Patagonia arguyendo que un lifting fue en realidad la picadura de una avispa. Todas impunidades de diferente tenor pero igual calaña.
Conteste de ello, la Alianza no perdió un minuto y ganó los medios con su idea de avanzar sobre los corruptos “emblemáticos”. Una lista fácil de pronosticar, donde la hija del ingeniero, Víctor Alderete y otros próceres del califato pagan dos con cincuenta. Surge entonces la primera duda. ¿Los corruptos se dividen entre “emblemáticos” y anónimos? ¿Debe deducirse que solamente en torno de los conocidos más burdos caerá todo el peso de las investigaciones futuras? ¿Cómo interpretar que por lo tanto se trataría de una mera maniobra de propaganda? ¿Por qué no pensar, en consecuencia, que hay también los “emblemáticos intocables”? El contrabando de armas a Ecuador y Croacia es en ese sentido una hipótesis inmejorable. Es el caso institucionalmente más grave de la Argentina menemista, y sus emblemas son hasta ahora Antonio Erman González y Oscar Camilión. Pero apenas se cruza la raya de esos nombres aparecen los del Presidente y el jefe del Ejército. ¿No se los investigará porque los “emblemáticos” son otros o, más bien, porque son emblemáticos demasiado significativos? Y de propina: ¿por qué no se habla de los emblemáticos del poder económico?
Si la corrupción empieza a tener calificativos, significará que hay hijos y entenados. Y además, y por eso mismo, querrá decir que se tratará de disimular, bajo el impacto mediático de perseguir a algunos nombres, la nula vocación de corregir la injusticia social.

 

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