Es
necesario ubicar el escenario, los tiempos y los personajes. Esto es Argentina, fin de
siglo XX y el nuevo presidente es el radical Fernando De la Rúa. En este país, en estas
épocas, el deporte no es un problema prioritario para el futuro gobierno. Son tantas las
urgencias y las necesidades que a cualquier otro candidato que se hubiera impuesto en las
elecciones de ayer también se le permitiría hacer la vista gorda.La Argentina no es un
país con tradición deportista, no engañarse. Este es un país futbolero, en primer
lugar. Y si algunos deportes tuvieron su momento de gloria fue porque aparecieron
estrellas importantes generando un interés subsidiario a su actividad. Así, Guillermo
Vilas descubrió el tenis para los argentinos como Los Pumas acaba de transformar en
especialistas en scrums y tackles a casi todo el padrón. Sucedió con la
fiebre del voley durante el Mundial 82 jugado en el Luna Park y mucho
más cerca en el tiempo con los canotistas y remeros que se lucieron en los Panamericanos
de Winnipeg. Pero son entusiasmos espasmódicos, calenturas del momento por la figura de
moda. Es en ese punto donde la política deportiva debería meter la cuchara y aprovechar
las circunstancias exitosas para hacer explotar la actividad. Sin embargo, una línea en
ese sentido suele ser insuficiente y de vuelo corto.Una cultura deportiva se
crea en años. Y nace de una planificación. Para el alto rendimiento, la elite pero sobre
todo para la base creando la bola de nieve: Más gente haciendo deportes dará más
atletas y mayor cantidad de atletas, más competitividad y en la competencia más
posibilidades de éxito que provoquen ejemplos y recursos para alimentar la cadena. Sin
embargo, esto sólo es posible en los países con la mayor parte de su población con las
necesidades básicas satisfechas. Con sólo mirar los últimos índices de desocupación
resulta muy sencillo augurar que De la Rúa o Duhalde, si hubiera ganado no
está para estos trotes.No es posible pensar un vuelco masivo de la población al deporte
si es necesario trabajar 12 o 14 horas diarias para arrimarse a un salario de
sobreviviente. No es posible pensar en un país con cultura deportiva si
asustan la cantidad de chicos que van a la escuela para asegurarse la comida diaria. No es
posible pensar en un país alegre y feliz en los gimnasios o trotando en el verde césped
con el sistema de salud quebrado e inaccesible para el grueso de la población. Como el
cuadro es tan evidente y dramático, como el país no es sólo Buenos Aires, exigir
políticas deportivas es una tontería.Las actividades amateurs podrán esperar más
prolijidad y tino en las asignaciones de un presupuesto que continuará siendo mínimo,
habrá que seguir esperando el aporte privado con cuentagotas y a discreción para tener
presencia en Juegos Olímpicos o Mundiales. Pero no es en los deportes varios,
en los menos populares y en los amateurs donde habrá más movimiento sino en el fútbol
que siempre ha tenido autonomía y ahora es parte de la industria del espectáculo. Un
reparto discutible de las ganancias, personajes de dudosa honestidad, intereses personales
o sectoriales han puesto al fútbol al borde del colapso. Casi como un espejo del país
que recibe De la Rúa. |