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OPINION
Sin milagros

Por Daniel Lagares

Es necesario ubicar el escenario, los tiempos y los personajes. Esto es Argentina, fin de siglo XX y el nuevo presidente es el radical Fernando De la Rúa. En este país, en estas épocas, el deporte no es un problema prioritario para el futuro gobierno. Son tantas las urgencias y las necesidades que a cualquier otro candidato que se hubiera impuesto en las elecciones de ayer también se le permitiría hacer la vista gorda.La Argentina no es un país con tradición deportista, no engañarse. Este es un país futbolero, en primer lugar. Y si algunos deportes tuvieron su momento de gloria fue porque aparecieron estrellas importantes generando un interés subsidiario a su actividad. Así, Guillermo Vilas descubrió el tenis para los argentinos como Los Pumas acaba de transformar en especialistas en scrums y tackles a casi todo el padrón. Sucedió con la “fiebre” del voley durante el Mundial ‘82 jugado en el Luna Park y mucho más cerca en el tiempo con los canotistas y remeros que se lucieron en los Panamericanos de Winnipeg. Pero son entusiasmos espasmódicos, calenturas del momento por la figura de moda. Es en ese punto donde la política deportiva debería meter la cuchara y aprovechar las circunstancias exitosas para hacer explotar la actividad. Sin embargo, una línea en ese sentido suele ser insuficiente y de vuelo corto.Una “cultura” deportiva se crea en años. Y nace de una planificación. Para el alto rendimiento, la elite pero sobre todo para la base creando la bola de nieve: Más gente haciendo deportes dará más atletas y mayor cantidad de atletas, más competitividad y en la competencia más posibilidades de éxito que provoquen ejemplos y recursos para alimentar la cadena. Sin embargo, esto sólo es posible en los países con la mayor parte de su población con las necesidades básicas satisfechas. Con sólo mirar los últimos índices de desocupación resulta muy sencillo augurar que De la Rúa –o Duhalde, si hubiera ganado– no está para estos trotes.No es posible pensar un vuelco masivo de la población al deporte si es necesario trabajar 12 o 14 horas diarias para arrimarse a un salario de sobreviviente. No es posible pensar en un país con “cultura” deportiva si asustan la cantidad de chicos que van a la escuela para asegurarse la comida diaria. No es posible pensar en un país alegre y feliz en los gimnasios o trotando en el verde césped con el sistema de salud quebrado e inaccesible para el grueso de la población. Como el cuadro es tan evidente y dramático, como el país no es sólo Buenos Aires, exigir políticas deportivas es una tontería.Las actividades amateurs podrán esperar más prolijidad y tino en las asignaciones de un presupuesto que continuará siendo mínimo, habrá que seguir esperando el aporte privado con cuentagotas y a discreción para tener presencia en Juegos Olímpicos o Mundiales. Pero no es en los “deportes varios”, en los menos populares y en los amateurs donde habrá más movimiento sino en el fútbol que siempre ha tenido autonomía y ahora es parte de la industria del espectáculo. Un reparto discutible de las ganancias, personajes de dudosa honestidad, intereses personales o sectoriales han puesto al fútbol al borde del colapso. Casi como un espejo del país que recibe De la Rúa.

 

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