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ORACULO
Por Ernesto Tiffenberg

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Ya todos conocen el oráculo, llegó la hora de interpretarlo. En la antigua Grecia las pitonisas, después de recibir por un rato el humo alucinógeno, destilaban extrañas palabras que los sacerdotes se encargaban de transformar en la indubitable verdad de los dioses. Las cosas han mejorado. Ahora la verdad surge de las urnas y no hace falta ser sacerdote para interpretarla. Alcanza con creerse político o periodista o, más sencillamente, tomarse a pecho la credencial de ciudadano. El único problema es que cada interpretación ya no es indubitable. Fernando De la Rúa puede interpretar que su holgado triunfo le pertenece en exclusividad. Después de todo, su nariz radical demostró ser más atractiva a todo lo largo y ancho de la patria que la cabeza peronista de Duhalde y los ojazos liberales de Cavallo. No solo eso. Su encanto también sirvió de locomotora para arrastrar los remolones vagones del Frepaso.
Pero si alejase por unos instantes su nariz radical del humo alucinógeno del éxito podría percibir que la impresionante ola que lo coronó admite interpretaciones menos atractivas para su ego (digámoslo de una vez, merecido ego para alguien tan criticado de aburrido) aunque seguramente más útiles para su cercana presidencia.

1. Quizás la fuente más importante de sus votos, y en todo caso seguro su mínimo común denominador, resultó la ambición de un cambio o, más exactamente, la masiva decisión de decir “Basta” a diez años de sacrificios humanos en el altar del dios mercado. Muchos de los que en los últimos días aseguraron que era indiferente el voto a cualquiera de los dos “partidos del ajuste” no tuvieron en cuenta que un sonoro “No” a las políticas de ajuste efectivamente implementadas resultará fundamental para definir los temas, y la forma de resolverlos, que se planteará el país en el futuro.

2. La fugacidad de los “No” populares no reduce en lo más mínimo su importancia política. En primer lugar, porque nadie debe subestimar la alegría de poder decir, aunque sea por un día, “hicieron lo que hicieron, pero perdieron”. En segundo lugar, porque cada “No” instala un mojón desde el que se discutirá en el futuro cercano y deja atrás parte del sentido común hasta ese día. El triunfo de Gerhard Schroeder en Alemania representó un sonoro “No” al cuasieterno liberalismo derechista de Helmut Kohl. Los que entonces se preocupaban por las concesiones que el nuevo canciller había hecho, y obviamente seguiría haciendo, tuvieron su confirmación y su alivio a los pocos meses. Schroeder se dedicó a conceder y los alemanes a castigarlo con otros sonoros “No” en cuanta elección se presentó. Pero la Alemania de Schroeder discute sobre seres humanos, costos humanos y traiciones humanas cuando la Alemania de Kohl discutía sobre números, balances y mercados. No es poca diferencia.

3. De la Rúa fue capaz de convertirse en el catalizador de ese “No” porque no representó a los ojos de la mayoría al partido radical, ni a su sumatoria con la precaria estructura del Frepaso. La fórmula de la Alianza, más allá de lo que piensen sus creadores, se convirtió en unfenómeno inédito donde radicales, frepasistas, independientes y no pocos peronistas abrieron ayer un pequeño crédito de expectativas. Por primera vez una coalición electoral no se formó alrededor de un gran partido, que recibe a sus aliados como satélites, sino con dos fuerzas comparables que, más allá de sus diferentes tradiciones, pueden anularse mutuamente en caso de divergencias profundas. Esta novedad quizás explique buena parte de los resultados. La fatídica impresión de la hiperinflación alfonsinista solo podía ser contrarrestada en el imaginario nacional por la todavía igualmente fuerte imagen de la renovación frepasista.

4. Al Frepaso se lo puede acusar de muchas cosas. Desde haber ido dejando sus más coloridas banderas a los costados del camino recorrido, hasta de su incapacidad de crear una estructura nacional que acompañe con alguna hidalguía su bastión porteño. Pero su ruptura del bipartidismo, su oposición al pacto de Olivos (o, en otras palabras, a la defección radical, un punto en que coincidieron por vez primera con De la Rúa) y su decisión de apostar a la Alianza, la única vía para hacer posible el “No” que acabó con el oficialismo, permiten asegurar que dependerá de su convicción por mantener las propias posiciones, además obviamente de las comunes, que ese antiguo bipartidismo no regrese más. Nada fácil por cierto, pero ya Heráclito decía que “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”.

No fue un oráculo, sino la diosa Atenea en persona quien se apareció ante Telémaco y le susurró “Haz cuanto te dije y acuérdate de mis consejos” (por lo menos así lo cuenta Homero en La Odisea). También en esto las cosas han mejorado. No hace falta que dios alguno se aparezca para que la voz del pueblo pueda reclamar la satisfacción de sus expectativas antes de las próximas elecciones. Además del voto, nuestra incipiente democracia deja abiertos infinidad de canales para que la gente proteste, participe, se haga cargo de plantear y de llevar adelante las soluciones que prefiera a sus problemas. El nuevo presidente haría bien en recordarlo.

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