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Un triunfo que se fabricó en sólo dos años

Por Mario Wainfeld

Una coalición encabezada por la Unión Cívica Radical (UCR) –un partido históricamente alérgico a las coaliciones– gobernará el país plebiscitada por una mayoría de las que sabe acumular el peronismo. El PJ –históricamente ducho a la hora de formar frentes y sumar aliados– fue una diáspora (fue desangrado electoralmente por Domingo Cavallo y en menor medida por Luis Patti y no pudo sumar a Gustavo Beliz) y cosechó un caudal de votos indigno de su tradición. Acción por la República obtuvo un buen resultado y se instala como tercer partido nacional.
El voto popular hizo alborear un esquema bien distinto del de la hegemonía peronista–radical urdida por los ex presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem. No es casual que los ganadores nacionales de ayer, los integrantes de la fórmula presidencial electa, el radical Fernando de la Rúa y el frepasista Carlos “Chacho” Alvarez hayan cimentado su carrera a la Rosada a partir de su oposición a ese paquete atado por dos políticos a quienes se atribuye ser los peso pesados de la política nacional, pero que fueron ayer uno (el peronista de Olivos) el principal derrotado y otro (el radical de Olivos) el gran ausente.
La Alianza es un hijo no deseado del Pacto de Olivos que encerraba al Frepaso y la UCR en una inocua lucha por el segundo puesto. La primera gran sagacidad de la Alianza fue su creación, la oferta de una batalla propicia contra el peronismo. Propuesta tan a tono con los anhelos de los votantes que no necesitó ser sazonada casi con ningún condimento más (diríase movilización, propuestas, discursos) para ganar dos elecciones cruciales, en 1997 y 1999 logrando así llegar desde la gestación al poder en un par de añitos, lo que por su celeridad y potencia sólo es comparable con el acceso de Juan Domingo Perón a su primer mandato en 1946.
El candidato
Cuando frepasistas y radicales tironeaban, regateaban y se histeriquiaban dudando acerca de si formar o no una coalición, Carlos “Chacho” Alvarez tuvo un diálogo con Fernando de la Rúa y le deslizó una frase profética que ambos suelen recordar: “No te equivoqués, Fernando, este acuerdo puede permitir que vos llegues a presidente”. Y así fue, la segunda sagacidad política que enhebró la Alianza fue parir una candidatura adecuada a los humores medios del electorado, consagrarlo a través de una interna ejemplar y evitar toda tentación de división. Los dos integrantes de la fórmula presidencial fueron puntales de esa sagacidad.
De la Rúa confió plenamente en su perfil y se consagró a hacer de sí mismo todo el tiempo: en la interna y en la competencia nacional, que terminó ganando en forma similar. Pero además supo ser generoso con el Frepaso en un momento esencial: a la hora de resolverse la interna cuando –contrariando a más de un radical le sugería aniquilar al aliado–, bancó la candidatura de Graciela Fernández Meijide a gobernadora.
Alvarez, a su vez, se jugó entero cuando –groggy por la goleada en la interna– tuvo el reflejo de sumarse a la fórmula presidencial asegurando no tener ningún drenaje numéricamente significativo de votos progresistas o de izquierda. Movida que “condenó” al peronismo a tener que crecer por derecha, destino al que Eduardo Duhalde nunca se resignó del todo.
Nadie tiró del mantel
“El peronismo –se preocupaba un importante economista de la Alianza que años ha militó en la JP– nunca se fue de la mesa sin tirar del mantel”. Su metáfora ilustraba un lugar común de los dos últimos años: alertar sobre las tropelías que podrían cometer los dirigentes del PJ para evitar ser desplazados por la oposición. El lugar común viene siendo, felizmente, desmentido por los hechos. La espada de Damocles de la victoria de la Alianza obró sus efectos en el PJ, pero no desencadenó aventuras golpistaso disparates autoritarios. Y era lógico porque la inmensa mayoría de los dirigentes justicialistas tenía inmensos intereses que conservar y atesorar en el sistema institucional.
Lo que sí pasó es que el PJ funcionó como una confederación de partidos provinciales que apoyó a su candidato presidencial a la hora de la verdad, pero priorizó en cada momento sus intereses locales. La jugada más letal para Duhalde fue el escalonamiento de elecciones provinciales.
Duhalde no tuvo el apoyo de sus compañeros gobernadores ni el del compañero presidente. Cometió variados errores en su campaña, agravando una situación que era entre dificílisma e imposible, pero tampoco tiró del mantel. Hizo zigzags, transitó desde el viaje al Vaticano al compre nacional, del progresismo de Calafate al know how importado de Duda Mendonça, pero jamás pateó el tablero institucional. Pagará muy cara su derrota. Los presidenciables que fracasaron en elecciones anteriores –el peronista Italo Luder y José Octavio Bordón, los radicales Eduardo Angeloz y Horacio Massaccesi– quedaron muy escorados. Nada indica que sea mejor la suerte del gobernador bonaerense a quien debe reconocérsele que –ni aun en la pesadilla que deben haber sido los últimos tres meses en que su suerte estaba virtualmente sellada– transgredió las reglas del juego democrático.
La ola y la provincia
No puede decirse lo mismo del candidato a gobernador bonaerense, Carlos Ruckauf, quien –en pos de su éxito– produjo dos de los hechos más lamentables y preocupantes de la campaña: forzó la renuncia de León Arslanian, afectando así una de las más rescatables políticas de Estado de los últimos años y lanzó una macartista serie de diatribas contra su adversaria, Graciela Fernández Meijide.
Al momento de concluirse estas líneas, los cómputos son parciales y las boca de urna arrojan márgenes de diferencia estrechos. No se puede saber si el único candidato de primera línea que –como lección de ética democrática– merecía perder, esta vez morderá el polvo de la derrota o se alzará con la gobernación lo que le permitiría integrar con Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota la troika de gobernadores peronistas que irán en pos de ser presidentes en el 2003.
Ese resultado, el de más suspenso de ayer, sigue abierto y de él dependen la distribución de poder dentro del PJ y de la Alianza. Si, en definitiva, Graciela gana, el Frepaso quedará en una situación equilibrada dentro de la Alianza pues podrá intentar sumar el año que viene la Capital Federal a la provincia. Si es elegido Ruckauf, la jornada terminará más agria que dulce para los frepasistas que no quedarán al mando de ninguna provincia y para la Alianza que –de los cuatro territorios más importantes del país– sólo controlará uno.
La Alianza también se perjudicó por el escalonamiento de elecciones. Sus dirigentes provinciales constelaron muy por debajo de De la Rúa quien, es obvio, fue el gestor de la ola que ayer permitió a su fuerza ganar Entre Ríos y arrebatar Mendoza del buche del demócrata Carlos Balter.
La asimetría entre los candidatos locales y las fórmulas presidenciales permitió al PJ quedarse con buena parte del poder distrital vigente hasta el 2003 y obligará a la Alianza a replantearse cómo reformular sus ofertas electorales de cara al año 2001 cuando se pondrá en juego media Cámara de Diputados y toda la de senadores.
Duhalde vencido, De la Rúa más serio que nunca en su día más soñado, Fernández Meijide y Ruckauf esperando ansiosos cómputos finales son las imágenes más fuertes de una jornada electoral que será memorable porque marcó el fin de una era que llegó a parecer interminable. Carlos Menem también se esmeró en hacer de sí mismo y en ser el primer peronista en felicitar a De la Rúa. Pero, aunque se esfuerce en negarlo, si algo expresó el voto popular, es que una inmensa mayoría de los argentinosquiere verlo lejos, muy lejos del poder que ejerció con desaprensión y soberbia por casi diez años.

 

 

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