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LAS CONSECUENCIAS DE LA DERROTA DE GRACIELA

Con olor a bipartidismo

La caída de la Alianza en la provincia de Buenos Aires abrió un debate sobre el difícil futuro de la coalición entre los radicales y el Frepaso. José P. Feinmann asegura que ayer se perdió “la posibilidad de introducir un matiz de diferenciación en la política argentina”.

Por José Pablo Feinmann

t.gif (862 bytes)  La derrota de Graciela Fernández Meijide en la provincia de Buenos Aires determina más cosas de las que así, en caliente, uno puede vislumbrar. Ante todo, es la consagración del bipartidismo y un debilitamiento tal vez definitivo del Frepaso. Si la Alianza mostraba algo interesante era ese carácter imprevisible y creador de su composición rica y compleja. Una alianza nunca es algo fácil. Se trata, siempre, de un intento en el que muchos logran dejar de lado aristas antes irrenunciables y se lanzan a una aventura conjunta. La aventura no es “conjunta” si un sector de esa alianza busca devorar a los otros y convertirse no sólo en hegemónico sino en dominante y absoluto. Esta fue siempre la tendencia del aparatismo radical.
El Frepaso le sumó a la Alianza los votos de un amplio sector progresista, que buscaba algo más que las habituales políticas del “otro” gran partido tradicional de la Argentina. Era (con todas sus limitaciones y defectos) la posibilidad de introducir un matiz de diferenciación en la política argentina. Un triunfo de Meijide hubiera hecho posible esa diferenciación. Digamos: con Meijide en la provincia, con Alvarez en la vicepresidencia y con Ibarra en el Gobierno de la Ciudad la dominación radical se hubiera atenuado. Ya no. Se cumple la consigna preferida de los radicales durante la campaña: “Otra vez como en el ‘83”. Esta consigna es detestable porque refleja la convicción del aparato radical de capitalizar el triunfo. El triunfo es de ellos y ellos gobernarán. Dialogando o negociando –según es habitual en la política argentina– con el otro gigante: el justicialismo.
Pareciera que los votantes de este país no alcanzan a salir de los moldes tradicionalmente establecidos. Además, la derrota de Meijide no sólo intranquiliza por la consagración del viejo bipartidismo, sino por la elección de un político que había llamado a “meter bala” y ahora gobierna a la Policía Bonaerense. Se eligió otra vez la dureza. La dureza es peronista. La dureza es de los hombres. Meijide es mujer, no es peronista y proviene de esa zona que el pueblo que pide seguridad a cualquier costo prefiere olvidar: los derechos humanos.
Resulta, bajo estas consideraciones, asombrosa la elección que hizo Meijide. La provincia de Buenos Aires es la de la policía brava, la de los votantes de Patti, la de los custodios particulares, las rejas y una marginalidad social tan hundida que escasamente accede a votar racionalmente y lo hace por inercia. Y la inercia es el peronismo. (Hoy, ser pobre no tiene nada que ver con la concepción de la pobreza en que se incurría en los sesenta y en los setenta. Las clases excluidas, los desechos sociales son materia fácil de la manipulación autoritaria y de la tradición populista. Y, en esta elección, del machismo. Entre otras causas, Meijide perdió por ser mujer. Porque la provincia de Buenos Aires quiere mano dura y balas certeras, y eso es cosa de machos. Como si fuera poco, Meijide es una política que no tiene un hombre detrás, bancándola. Isabel lo tuvo a Perón y después lo tuvo a López Rega. La Alsogaray lo tuvo a su padre y luego, siempre a Menem. Meijide no tiene a nadie. Vale por sí misma. Es una mujer sin un hombre que la sostenga. Por decirlo claro: sin un macho que la banque. Parece que este país todavía no tolera semejante cosa. Lástima.)
En suma: la derrota de la Alianza en la provincia determina la muerte de la Alianza. O, al menos, un desequilibrio mortal. Los radicales se asumirán como los únicos vencedores. Los justicialistas exhibirán una y otra vez al vencedor Ruckauf para decir “no perdimos”. Y entre ellos, como siempre, volverán a entenderse. Lo cual no significa que gobernarán dentro del respeto de las reglas democráticas y de la colaboración en la gobernabilidad, como declararon luego de los cómputos, en ese momento en que todos hacen gala de su grandeza y vocación democrática. No, significa que si hay que votar una ley de Punto Final para la corrupción –tal comoantes se la votó para la criminalidad represiva– saldrá con fritas, sin que exista poder alguno para matizar, amainar o impedir ese tipo de acuerdos. Los acuerdos de los gobernantes victoriosos.

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