¿Cuál
co-habitación?
Por
Atilio A. Borón
Desde ayer a la noche se habla
de la co-habitación. Desde el punto de vista estrictamente
institucional nada podría ser más errado. En Francia, la
co-habitación alude al delicado equilibrio que se establece
entre un presidente debilitado (Chirac) y un primer ministro muy poderoso
y respaldado por la mayoría de la Asamblea Nacional, Jospin. De
la Rúa, en cambio, retendrá en sus manos la doble condición
de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno y, frente a sí tendrá
un Congreso comparativamente débil y una Corte Suprema que ha comenzado
a demostrar cierta voluntad de despegarse del menemismo y
establecer buenas relaciones con los futuros gobernantes. Si bien el resultado
adverso en Buenos Aires puede reducir en algo el margen de maniobra presidencial,
no es menos cierto que, en un país tan centralista y presidencialista
como la Argentina, ningún gobernador puede soñar con hacer
un buen gobierno si no cuenta con el beneplácito, o al menos la
permisividad, de la Casa Rosada. En síntesis: si lo quisiera el
nuevo gobierno estaría en condiciones de honrar sus promesas electorales
y producir los cambios que espera la sociedad. Claro está que,
para decirlo con benevolencia, existen muy serias dudas acerca de los
afanes reformistas de la Alianza. Su solidaridad con los fundamentos del
modelo económico neoliberal ha sido manifestada hasta el cansancio,
y en los marcos del mismo es ilusorio pensar en una mejora de las condiciones
de vida de las clases populares. De caerse en esta suerte de menemismo
sin Menem, los días de la Alianza estarían contados
y los próximos cuatro años no serían sino el penoso
prolegómeno del retorno de la coalición menemista al poder,
bajo el comando de su jefe natural o de su eventual sucesor.
Que esto ocurra o no dependerá, en grandísima medida, de
las iniciativas que tome el nuevo gobierno y no de las restricciones que
impondría una supuesta cohabitación.
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