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Cuidado
con el espejo
Por
Eduardo Aliverti
La derrota de Fernández
Meijide es, por muy lejos, el dato sobresaliente de ayer. Pero no porque
las encuestas auguraran otra cosa, incluso a boca de urna. Para el gobierno
nacional de la Alianza, el resultado en la provincia de Buenos Aires constituye,
probablemente sus recuerdos del futuro.
El deseo de cambio se expresó en Fernando de la Rúa con
la contundencia prevista, en tanto y en cuanto no se mezcle la fuerza
de los números con la profundidad del deseo: un cambio de hombre
y de estilo, y punto. Que se robe menos y que en el mejor de los casos
desaparezca la impudicia pública; esa pornográfica exhibición
fiestera que es el menemismo, entre otras cosas. Una ínfima minoría
habrá votado con la esperanza de variaciones sustanciales en su
calidad de vida, lo cual tampoco fue prometido por la Alianza a menos
que se computen las frases y pavadas publicitarias. Para expresarlo en
términos convencionales de rápida comprensión, ganó
la derecha del centro. Y por afuera de De la Rúa lo
ratifican la caída de Graciela como la muy buena elección
de Cavallo.
Casi todos los analistas hablan por estas horas de un futuro gobierno
cercado. Desde lo institucional es cierto: Senado en contra; carencia
de mayoría propia en Diputados; más de una decena de provincias
adversas y entre ellas nada menos que la de Buenos Aires, por primera
vez en la historia. Algunos, inclusive, sugieren que la figura de De la
Rúa podría parecerse más a la de un rey que a la
de un presidente. Esto es, una suerte de supramediador, que dé
garantías de continuidad democrática y se presente como
la reserva moral de la Nación, pero carente de fuerza política
en el sentido ejecutivo de la palabra. Ese escenario, de gobierno preso,
no necesariamente debe darse. Pero si ocurre, el motivo habrá que
encontrarlo en las mismas fuentes que condujeron a Meijide a la derrota
y a evaluar a ésta como el dato principal de las elecciones.
Si la gestión de De la Rúa fuera a caracterizarse por la
búsqueda de satisfacer los reclamos populares básicos en
materia de economía, no hay cerco institucional ni ocho cuartos
y mucho menos en un país con la tradición presidencialista
de éste. Por muy consignista que resuene, sería la fuerza
del pueblo contra las zancadillas de aparatos desprestigiados. No es entonces
la geografía política que quedó dibujada ayer lo
que arrinconará a la Alianza, sino la falta de determinación
para encarar con tendencia progresista las urgencias sociales. Una cosa
es que no se la haya votado con esa expectativa y otra muy distinta que
en la acción de gobierno reproduzca ese hacer la plancha
que le sirvió a su candidato, en la presunción de que ausencia
de esperanza es igual a ausencia de protesta.
Graciela o en verdad el Frepaso, como lo previno Horacio Verbitsky
en su columna de ayer pagó las consecuencias de haber transformado
aquella imagen de bocanada de aire fresco, contra la saturación
por las prácticas del bipartidismo, en una hibridez que llevó
a la mayoría de los bonaerenses a desechar la copia y optar por
el original. Aunque parezca un contrasentido, el perfil extremo de moderación
que le sirvió a De la Rúa para alzarse con la mitad de los
votos, a Meijide le costó los comicios. Porque no es lo mismo lo
que se espera de un radical que lo que se espera(ba) de una figura y una
fuerza que no nacieron a la política para mimetizarse con lo que
ya se conocía, sino para fundar algo nuevo que se pretendía
desde la izquierda. Al no haberlo hecho fueron captados por la UCR. Y
vencidos en la provincia.
Esa factura por no ser ni chicha ni limonada es la que le aguarda al gobierno
de De la Rúa si no da muestras de querer ser por lo menos algo
de una cosa o de la otra. O dicho de otro modo, y aunque visto hoy parezca
absurdo, las características que ayer lo llevaron a ganar la presidencia
pueden ser exactamente las mismas que mañana lo demuelan.
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