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LA VIDA DE RAFAEL ALBERTI CRUZÓ TODO EL SIGLO XX
La esperanza es lo último que se pierde

El mundo de la literatura en castellano lucía ayer conmovido y emocionado por la muerte del último poeta de la gran Generación del 27, en que se codeó con Federico García Lorca y Rafael Hernández, entre otros. De todos ellos, Alberti fue el gran militante.

Vida: La vida de Alberti llenó un siglo, y un siglo desastroso, que permitió a cada persona ver sus esperanzas y la muerte de sus esperanzas.

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El País de Madrid
Por Eduardo Haro Tecglen Desde Madrid

t.gif (862 bytes) Llegaban en el siglo pasado a Jerez gentes de toda Europa para hacer el vino, que ya era famoso en tiempos de Shakespeare, que lo cantó. Llegaban los Domecq y los Delage de Francia, los Byass de Inglaterra y con ellos llegaron los Alberti desde Génova. Los abuelos: “Grandes cosecheros de vinos, grandes burgueses, propietarios de viñas y bodegas, católicos hasta la más estrafalaria locura y la más violenta tiranía”. Los amos de El Puerto, decían, al empezar el siglo. Su prima Rosa “tocaba, pensativa, el arpa”, ya en el cielo, cuando el niño Rafael Alberti estudiaba en el colegio de los jesuitas de El Puerto de Santa María –el de Villalón, el de Juan Ramón: un nido de poetas, pero también el de la religión “fea, sucia, rígida y desagradable”– y no quería: “Nadie bebe el latín a los diez años. El álgebra ¡quién sabe lo que era! La física y la química, Dios mío, ¡si ya el sol se cazaba en hidroplano!”.
Había nacido casi con el siglo, en 1902, y viene a morir cuando se acaba. El último libro en que trabajó acaba de llegarme por el correo: una nueva versión de La arboleda perdida. En el libro anterior –Canción de canciones, con María Asunción Mateo, su última compañera, una antología de poesías de amor– él mismo está representado por el “Diálogo entre Venus y Príapo” (“¿Quién persigue mis óleos seminales?”, dice Venus; “¿quién mi gruta de sombra / y navegar oculto mis canales?”). Alberti como un español universal. Es decir, lleno de esperanzas y ruinas. A los 15 años ya estaba en Madrid; y había guerra en Europa, y aquí se discutía entre germanófilos y aliadófilos; y él pintaba. Iba al Prado y copiaba. Fue la salud la que le llevó a las sierras –Guadarrama– y el reposo lo que le condujo a la poesía (“Pintar la poesía / con el pincel de la pintura”). Los primeros poemas que escribió hicieron Marinero en tierra –el niño de El Puerto haciéndose adolescente en el Madrid de la sierra– y le dieron el Premio Nacional de Literatura en 1924-1925. Ya era el tiempo del primer dictador de su vida, Primo de Rivera, y de sus primeras conspiraciones contra la dictadura. Empezó a ser “el poeta en la calle”. Y el joven comunista: estuvo tres meses en la joven Unión Soviética, de la que otros volvían decepcionados, y que a él le llevaría, más tarde, a militar en el partido. Nunca lo abandonó. No renunció al Premio Lenin de la paz y por eso, sí se va sin el Nobel. Se puede ir bien sin él por la vida cuando ya se es Rafael Alberti, un escritor que está por encima de todo.
En esto, los Alberti antes ricos se habían hecho pobres, o casi pobres, y él estaba becado por la Junta de Ampliación de Estudios. Entonces, en los años 30, la apadrinó la República, y esas becas le dieron los viajes. Y ese republicanismo, ese comunismo, quizás ese libertarismo oculto de siempre, le dio a su esposa y compañera, María Teresa León, divorciada. Ella era de esa artistocracia roja de la que se hicieron los Hidalgo de Cisneros, algunos Mauras, ciertos Semprunes, algunas De la Mora. Era el tiempo de los poetas que empezaban a llamarse “del veintisiete”, del amor a Góngora, del primer homenaje a Bécquer. Estamos ahora diciendo, en esta muerte, que era el último de la generación.
Cuando esta república “de trabajadores de todas clases” (según su Constitución; algunos dijeron “de intelectuales de todas clases”, y era verdad) fue combatida, el poeta salió a la calle otra vez. Suya fue la operación de protección de los cuadros del Prado (Noche de guerra en el Museo del Prado es la obra de teatro en que lo cuenta). Estaba, además, en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Los otros le criticaban porque la Alianza, que se quedó con el palacio de Medinaceli, ya no existe; deniño, el hijo del cocinero de los duques aprendió salsas y buena escritura, y fue el periodista Francisco Lucientes. El mono azul, que utilizaba, uniforme del miliciano, le dio nombre a la revista de la Alianza. Salió el 7 de noviembre de 1936 Alberti al balcón de Unión Radio –Radio Madrid, la SER de hoy; ahí está el balcón en la Gran Vía; “la avenida del quince y medio”, por el calibre de los proyectiles de los generales de Santa Bárbara– a recitar su romancero de guerra, su llamada a la resistencia: “...Porque si, Madrid, te duermes / querrás despertar un día / y el alba no vendrá a verte”.
Llegó ese día sin alba: Franco al poder. Alberti y María Teresa se fueron a Francia: “Cuando apenas comenzaba a comprender de nuevo lo que es el caminar tranquilo por una ciudad encendida, he aquí que Francia se apaga de pronto, sonando las sirenas de alarma en París y los primeros cañonazos de la Línea Maginot”. Otra guerra perdida. Y otro exilio. Buenos Aires, Roma, otra vez Buenos Aires... No era tan fácil vivir: había que volver a la pintura, al dibujo, al grabado: a las exposiciones. Y a los artículos, suyos y de María Teresa. Tuvo que esperar la muerte de Francisco Franco en 1975, y aún tardó en volver. Vino antes su teatro, el homenaje nacional: La Noche de guerra en el María Guerrero, cuando aún era UCD la que gobernaba, El adefesio, en el Reina Victoria, dirigida por José Luis Alonso. Y aun cuando vino llevaba siempre en el bolsillo una radio para oír las noticias: no estaba seguro de que el fascismo no regresara. Aquí y en Europa. ¿Quién está nunca seguro?
Perdió a su compañera antes de que muriese: María Teresa extravió la razón, disuelta en el Alzheimer. Y Rafael encontró una última compañera que le ayudó. En la decadencia física encontró mucha gente que lo estimuló, que le ayudó “a volver a ser”: a Nuria Espert, con la que daba recitales por los teatros de España; un régimen que le dio el Premio Nacional de Teatro; un Puerto de Santa María donde todavía están los grandes nombres de los bodegueros, los nietos y los biznietos de los que llegaron con los primeros Alberti, de los cuales era el penúltimo (queda su hija, Aitana: el nombre de la blanca sierra levantina de la que se despidió en el barco cuando iba hacia el exilio de América).
Todavía estaba en vísperas de un homenaje. Todavía estaba dibujando (apenas hace unos meses me envió su última litografía: la 67 de una serie de 100, dedicada a Galatea. ¿Se veía él a sí mismo como Pigmalión?) cuando le llegó esta muerte. Su vida llenó un siglo, y un siglo desastroso, que permitió a cada persona ver sus esperanzas y la muerte de sus esperanzas. Alberti: con la jardinera azul, con la gorra de marinero en tierra, con la chaqueta extravagante con que entró en el primer Congreso como diputado del partido comunista, Alberti –que llegó a la cena de los Premios Cavia de ABC la noche en que, por la tarde, había enterrado con lágrimas a Pasionaria, que presidió ese primer Congreso como decana de edad– no sentía jamás tener contradicciones. No, estaba por encima de las contradicciones. No traicionó a nadie ni a nada nunca: a veces, calló por no traicionar. Fue el siglo el que lo traicionó a él.

 


 

EN LA CIUDAD DE SUS SUEÑOS, EL PUERTO DE SANTA MARIA
Hasta el cielo se puso a llorar

Por Santiago Belausteguigoitía
Desde El Puerto de Santa María

t.gif (862 bytes) El último poeta de la Generación del ‘27, donde quería: junto al mar de su infancia. El enorme Rafael Alberti falleció a primera hora de la madrugada en su ciudad natal, El Puerto de Santa María. Tenía 96 años. Junto a él estaba su mujer, María Asunción Mateo. El corazón dejó de latir poco después de las 0.30. “Ha muerto bien, sin ningún sufrimiento, atendido por su compañera”, comentó su viejo amigo comunista y también poeta Marcos Ana. Un coche fúnebre trasladó hacia las 4.30 sus restos al cementerio de Chiclana de la Frontera. El cadáver será incinerado hoy. Dos ingresos hospitalarios por insuficiencia respiratoria, en enero y diciembre de 1996, despertaron la preocupación por la salud de Alberti. El primer ingreso duró ocho días y el segundo rebasó las dos semanas. Desde entonces apenas salía de su casa. La casa donde vivía estaba ayer sólo abierta a los amigos del poeta y su mujer. El día era desapacible: lloviznaba.
La muerte llenó de tristeza El Puerto de Santa María. El alcalde, el independiente Hernán Díaz Cortés, y el concejal de Cultura, Juan José Gómez, acudieron al domicilio del poeta, situado en la urbanización de Las Villas, apenas se enteraron la noticia. El Ayuntamiento convocó un pleno para homenajear al poeta que difundió por el mundo la belleza del mar de El Puerto. El pleno municipal, en reunión de urgencia, decretó tres días de luto en El Puerto. El Ayuntamiento colocó la bandera de la ciudad con un crespón negro en el balcón consistorial. Un gran busto del poeta fue trasladado al salón de plenos. El busto era una réplica del colocado junto al Ayuntamiento en la plaza del Polvorista. La melena de león generoso del poeta flameaba sobre un gran libro en el que los portuenses dejaban su pésame. Sobre el libro, prendido en una sábana roja, destacaba la vara de mando de alcalde de Alberti. No en vano el poeta era alcalde honorario de El Puerto desde 1996. Dos libros de Alberti, La arboleda perdida y Marinero en tierra, brillaban con la nobleza de las viejas ediciones muy usadas, bajo una vitrina.
Ramón Bayo, un jubilado de 78 años, acudió al Ayuntamiento a dejar su condolencia. Bayo conserva una carta que le envió Alberti desde su exilio argentino. “Mi madre estuvo en el colegio con él. Alberti fue una gran personalidad del pueblo”, explicó Bayo. Con todo, el jubilado no dejó de recordar el rechazo que suscitaba su figura entre muchas personas durante el franquismo en su localidad natal. Jesús, un estudiante de Trabajo Social de 19, también estampó su firma. “He venido por admiración hacia él. Me gustaba su poesía. Hice un trabajo sobre Alberti en el instituto. Se nos ha ido una parte de la poesía”, comentó Jesús. A ninguno de estos actos asistieron familiares del poeta por expreso deseo suyo y sólo participarán en una ceremonia privada para esparcir sus cenizas en las aguas de la Bahía de Cádiz, en una fecha que aún no se ha determinado.

 

Congoja  y elogios

ron2.gif (93 bytes)  Ernesto Sabato: “La ausencia de Rafael Alberti acongoja a todos los que tuvimos en él un símbolo de coraje, de fidelidad auténtica entre la vida y la palabra. Con enorme tristeza supe la noticia del fallecimiento de Rafael, uno de esos seres excepcionales, capaz de mantener el corazón vital, la mano tendida, siempre dispuesto para el compromiso. Seguirá alentando a quienes luchen por los ideales de la libertad y la justicia en un mundo cada vez más sediento de esa raza de hombres a la que perteneció Rafael”.

ron2.gif (93 bytes)  Hebe de Bonafini: “Alberti fue un poeta comprometido con su tiempo. Era ético y no negociaba los principios. Lo conocí en un recital de poesía que él hizo en honor a las Madres en España, a principios de los años ochenta. Y después vino a Buenos Aires donde firmó todo lo que le pedíamos. Leí la poesía de Alberti, y siempre me gustó como decía las cosas. Fue muy fuerte perderlo físicamente, aunque como nuestros hijos nunca morirá”.

ron2.gif (93 bytes)  Mario Benedetti: “Es el último superviviente de la ‘Generación del 27’. He leído varias veces su obra poética y, además de la calidad literaria, tenía una cualidad muy particular y es que su poesía no era difícil de captar, era una poesía clara, sencilla y luminosa, y por eso tuvo tantos lectores, porque su poesía era captable en primera instancia. Yo tuve una relación bastante amistosa con Alberti, sobre todo en España, lo visité en varias ocasiones en su casa de Madrid y en el Puerto de Santa María. Alberti tiene una significación muy especial para Uruguay, porque vivió un tiempo en mi país, y su hija Aitana, que ahora vive en Cuba, nació en Uruguay. Era un tipo muy amable, muy afable y generoso, siempre dispuesto a ayudar y a participar en actos de solidaridad por una u otra causa, por supuesto que siempre por causas progresistas”.

ron2.gif (93 bytes)  Antonio Gala: “Leerlo será como resucitarlo. Ha desaparecido... el poeta de la calle, el testigo de la guerra terrible y de la posible reconciliación tardía”.

ron2.gif (93 bytes)  “Recibimos con gran pena la triste noticia. Fue un insigne poeta que a lo largo de su extensa vida ha desgranado una obra llena de inspiración, compromiso y belleza.” (Telegrama enviado por los reyes de España a los familiares del poeta.)


Por Manuel Vázquez Montalbán.
El poeta comprometido

En la que fue década prodigiosa para la cultura en el Moscú de la revolución (1918-1928), los principales creadores europeos acudieron a aquella meca en busca de sí mismos. Si Kandinsky acepta inicialmente dirigir la política artística o Le Corbusier o Benjamin viajan a la que consideraban plataforma de lanzamiento de un profundo cambio mundial, no lo hacen para hacer turismo revolucionario o para demostrar su solidaridad beneficiente como intelectuales pertenecientes a la cultura burguesa, sino porque han soñado un nuevo destinatario social, el proletariado; un nuevo cliente que les permitirá realizar todos sus sueños, los que no les permitía el cliente burgués filisteo. No es de extrañar que la vanguardia cultural europea se hiciera comunista o se sintiera atraída por el comunismo, llevada por el impulso dialéctico de sumarse a la antítesis del sistema capitalista y sucederse a sí misma en una nueva síntesis.
Vanguardia cultural y vanguardia política, interrelacionadas en momentos pasajeros, como en los tiempos inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa en la primera década soviética o castrista y que siempre tuvieron su reacción Thermidor, en todos los casos representada por una apropiación indebida del impulso revolucionario más generoso y total. Relación que hemos de tener en cuenta al valorar a Rafael Alberti como poeta comprometido, lanzado a ese compromiso a partir de 1931, en coincidencia con los profetas del surrealismo que, a pesar de sus fundamentales talantes anarquistas, se hicieron comunistas porque aspiraban a una racionalidad con capacidad transformadora de las condiciones materiales esenciales de una nueva libertad total, a la medida de un supuesto hombre total.
Alberti fue propagandista del Frente Popular ante las elecciones de febrero de 1936, como luego fue destacado dirigente del Batallón del Talento, tan mimado por Líster en el seno del V Regimiento, porque a Líster le gustaban los poetas y a los poetas les gustaba Líster, incluso a Hemingway, que le lanzó cien mil flores, y no sólo durante la guerra civil, sino diez años después, según consta por escrito. El poeta surrealista que había sido Alberti hasta convertirse en “Poeta en la calle” siguió siéndolo en la base de su visión del mundo, como una óptica de subversión que vio en los mártires del partido comunista durante la resistencia contra el franquismo, en el V Regimiento, en Dolores Ibárruri, materia de poesía porque cantaba a una vanguardia, lo más lógico para un vanguardista. Durante la guerra, junto a muchos e inmejorables poetas y artistas, animó la causa republicana como propagandista poético y la sirvió como director del Museo Romántico, en una evidente prueba de romanticismo.
Y en el análisis de su obra exiliada se percibe la alternancia entre las odas, la pintura y las coplas a Juan Panadero, entre una poesía dentro de la historia y otra dentro de la cotidianidad que nunca pudo huir a la historia, desde un mismo propósito de cambio, de esa necesidad del futuro como esperanza a construir que animaba la teoría de la esperanza, nada teologal, de Bloch. Y al volver a España, el escándalo producido por el poeta alegremente septuagenario cantando a la Virgen de Triana como tributo a la reconciliación nacional entre los comunistas y las vírgenes más sagradas, hay que colocarlo en el capítulo de las intransigencias más sobadas. Alberti ha escrito, al menos desde 1931, sabiéndose privilegiada parte dentro de una división del trabajo que a él le ha dado las palabras y a los demás la posibilidad de leerlas o escucharlas. De ahí ha derivado un sentimiento de la responsabilidad del poeta con las palabras.
El gran poeta pagó el precio de un intento de rebajarle en el mercado de lo selecto que tuvo entre otros efectos que no se le diera el Nobel y sí se le diera a Aleixandre como un recurso que ni Alberti ni Aleixandre se merecían, sin duda desconocedor el jurado sueco de que el joven Aleixandre había tenido veleidades criptocomunistas en el Madrid sitiado y habíaescrito tan sorprendentes versos como éstos: “Madrid, a su espalda, la alienta,/ Madrid entero le sostiene!/ Un cuerpo, un alma, una vida,/ como un gigante se yerguen/ a las puertas de Madrid/ del miliciano valiente!/ ¿Es alto rubio, delgado? ¿Moreno, apretado fuerte?/ Es como todos. ¿Es todos?/ Se llama sólo/ ¡Pueblo invicto para siempre!”.

OPINION

 

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