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REPORTAJE A HECTOR ALTERIO
"Una película no puede hacer una revolución"

El actor argentino, radicado en España desde que la Triple A lo hizo huir del país, está de visita en Argentina, involucrado en tres proyectos cinematográficos diferentes. "Ya son 25 años, y a Buenos Aires ya lo estoy sintiendo como un barrio alejado de Madrid", dice Alterio, que forma parte del elenco de "Plata quemada" como "un falsificador casi surrealista".

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Por Luis Vívori
t.gif (862 bytes)  Héctor Alterio ha ido de mendigo a príncipe. Con sólo sexto grado cumplido, Alterio diagramó su adolescencia entre pintores, contrabandistas de cigarrillos y vendedores ambulantes. Eran tiempos en los que se ilusionaba con imitar a Sandrini, para luego tomar otro camino, dejar el conventillo de Chacarita y convertirse en referencia ineludible del cine argentino. Tal vez por eso Buenos Aires lo espera con una tripleta laboral: Plata quemada, en la que Alterio se probará la piel de Losardo, "un falsificador simpático y culto, casi surrealista"; una participación en los cuentos de Borges que prepara Tristán Bauer y un papel protagónico en una coproducción dirigida por Luis Burman.

El actor, que se fue España por un exilio forzado por la Triple A, eligió continuar allí luego del retorno de la democracia en 1983. En ese tire y afloje por pegar la vuelta ganó, por lo menos por ahora, el "ni". "Ya son 25 pirulos allá y a Buenos Aires ya lo estoy sintiendo como un barrio alejado de Madrid", explica. Es que por otro lado la nostalgia va perdiendo terreno ante la tecnología y la tan mentada globalización que acerca las distancias. De hecho, lo único que extraña de lo cotidiano, confiesa a Página/12, "es la radicheta, porque el resto lo consigo. Incluso hasta están haciendo sandwiches de miga".

--Por tener que adaptarse todo el tiempo a lenguajes y culturas diferentes, ¿el actor que vive en el exterior es más actor?

--Suceden dos cosas al mismo tiempo. Me pasó de trabajar en una película yugoslava y cada actor actuaba con su idioma de origen, pero en general para entendernos nos manejábamos con el italiano. Mientras rodábamos yo le pedía al actor yugoslavo que me acompañaba que me dijera el final de su frase para poder incorporarlo, una especie de yuguki o algo así. Entonces lo miraba como muy interesado, pero yo en realidad estaba esperando el yuguki y nada más. Eso hace que a veces trabajar afuera te pueda dar una gran experiencia o bien caigas en cierta comodidad para actuar. En este sentido, sólo me quedo tranquilo y confiado aquí en mi país.

--Sin embargo debe haber incorporado en su pensamiento cotidiano algunas problemáticas más "europeas".

--Las incorporo por necesidad, por la cosa habitual. Ahora pienso que Europa se está convirtiendo en un mausoleo de lujo. Sabés que tenés una seguridad y practicidad que aquí no hay. No hay batalla cotidiana, se aprieta un botón y está todo resuelto, entonces la cabeza va para otro lado. ¿Con quién me peleo? es la pregunta que uno se hace.

--¿Qué códigos o costumbres extraña del mundo del espectáculo argentino?

--Fundamentalmente el lenguaje y las historias. Son cosas que me pertenecen por derecho propio y que, de pronto, me tengo que inventar un acento o un lenguaje que no son míos. Me ha ocurrido hace poco con una película, Las huellas borradas, en la cual participamos Luppi y yo. El personaje de Federico es un español que vivió mucho tiempo en Argentina, y al cruzarse conmigo pasaba algo muy particular. Su presencia y nuestros códigos hacían que mi acento para esa película, es decir el español, se me fuera a la mierda y aparecieran los argentinismos.

--Habiendo trabajado en más de 120 películas, ¿ha podido mantenerse fiel a su forma de pensar?

--Una película no puede hacer una revolución ni cambiar a un país. Pero sé que estoy incorporado a una propuesta en la que absorbo la atención de una persona por dos horas y es parte del entretenimiento. Si es sólo eso, no me perjudica. Si leo un libro de Marx se va a aburrir, ahora si dentro del entretenimiento lo logro movilizar o alertar sobre algo que le pasa en su país, yo ya me siento cumplimentado con mi ideología. Nunca hablé a favor de los militares ni de los curas. Y nunca fui funcionario de nadie. --¿Por qué después de tanto tiempo nunca pensó en dirigir?

--No lo pensé porque perdería la poca alegría de trabajo que me queda, además de cobardía. Que el riesgo lo tenga otro, yo hago lo que sé hacer, que es actuar. Cuando un director empieza en esto, lo hace con una cara radiante como un sol y termina asediado por los productores que lo apuran con el tiempo y demás.

--Una vez dijo, que si hubiera sido tan buen mozo como Federico Luppi, no lo paraba nadie. ¿Ni Hollywood?

--No, ya tengo bastantes problemas con el español. Pensar que tengo que hablar en inglés me asusta y las pocas veces que lo tuve que hacer fue fatal. Y lo que dije intentó ser un elogio a Luppi.

--¿El idioma es la única traba que tiene un actor argentino para trabajar en los grandes estudios?

--No es la única. Lo otro que hace falta es el tesón. En España hay varios que lo han logrado, como Antonio Banderas y Victoria Abril. Pero lo fundamental es adaptarse a una batalla, a un ambiente de guerra de competencia. Yo ya no quiero eso.

--¿Eso significa que no hay diferencias entre los actores hispanoparlantes y la raza de Al Pacino, Robert De Niro y Dustin Hoffman, por ejemplo?

--Existen las mismas diferencias que hay entre una industria y otra. Aquí tenés que arriesgar como si fuera tu vida por un trabajo. Ellos hacen una película tras otra. Los actores tienen una cobertura que les permite desarrollar su trabajo en las mejores condiciones. Además, EE.UU. fagocitó a los mejores directores europeos. Igual aclaro que no estoy para nada de acuerdo con la política gangsteril que tienen estos tipos con respecto de la exhibición. Han hecho una política monopólica y se cagan en la identidad de los países. España, Italia y Francia están peleando en Europa como gato panza arriba para lograr un espacio un poco más grande. Incluso todas las grandes revistas de cine están compradas por los estadounidenses. No importa si es bueno o malo el cine que producen, el tema es que lo imponen de prepo.

 

El fútbol de la Madre Patria

Su lugar de origen, el barrio de Chacarita, le otorgó a Alterio una cédula de identidad futbolera. Durante un tiempo El Gráfico y en la actualidad Internet le permiten tener la suficiente información de su club, tanto como para no errar casi nunca ante el juego de preguntas y respuestas. Las figuras: "los hermanos Capria". El último resultado: "Ganamos 2 a 0". El goleador: "Ah, ahí me mataron". Pero es sabido también que Chacarita disfruta del gozo dominguero desde hace muy poco. Años de ostracismo para un exiliado fanático, paliados a fuerza de creatividad y empeño. "Cuando llegué a Madrid, mi fervorosa necesidad de hacerme hincha de un club me hizo descubrir que no tengo historia en ese país y que me la tengo que inventar. Entonces busqué a partir de las antipatías, y como el club del régimen era el Real Madrid era natural que me hiciera de la contra, es decir del Barcelona. Está claro que también tiene mucho que ver con el poder y que por ejemplo luchó mucho tiempo por sacarles a los merengues a Di Stéfano y les ganó Franco, pero bueno, enseguida vino Menotti y después Maradona y en fin, me agarré del Barsa. Luego de un tiempo se armó un gran Tenerife con Valdano, Cappa y Redondo: les ganaron a todos, incluyendo los grandes, lo que desde ya despertó mis simpatías y la de otros tantos compatriotas. Pero como era lógico y con su característica habitual, se lo chupó el Madrid y entonces todos los argentinos nos preguntamos ¿y ahora qué hacemos?. Estábamos en bolas, pero cerramos los ojos y dijimos: bueno, habrá que hacerse del Madrid."



La frialdad electoral

t.gif (862 bytes) Hablar del país estando lejos le resulta algo incómodo, pero a Alterio el triunfo de Fernando de la Rúa en las elecciones presidenciales no le despertó gran entusiasmo: "Me llamó la atención el lenguaje de De la Rúa, el discurso. Como si fuera anticuado, vetusto. Más allá de que diga que va a arreglar todo y se muestra con chicos en las fotos, lo que en definitiva hacen todos. Pero me sorprendió la falta de criterio de estadista, aquellos que no necesitan leer el discurso, que lo improvisan. Menem me resulta más simpático, sin ser menemista ni mucho menos. Para ser presidente hace falta un carisma, una cosa de maldad, que me parece que De la Rúa no tiene aún. De todas formas, debo dejar claro que prefería un cambio, que ganara la Alianza, como ocurrió". El subraya que lo dejó perplejo la sensación térmica de frialdad luego de los comicios: "El día de las elecciones estaba viajando hacia aquí y no sabía el resultado hasta que bajé del avión. Y la verdad es que me llamó la atención encontrarme con un país en el que no había ningún entusiasmo. Había, para mí, una enorme pasividad, de modo tal que llegué a pensar que la cosa hubiese estado más convulsionada con un Boca-River que con las elecciones. Creo que la gente las tomó como si fueran una rutina, una cosa obligatoria, fría. Pienso que tanta indiferencia algo debe querer decir."

 

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