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OPINION
Primero viene la política
Por Julio Nudler

El presupuesto nacional es la foto carnet de la política económica. Dice quién deberá poner el dinero a través de los impuestos, y en qué cosas se gastará, todo ello dentro de un marco de previsiones macroeconómicas, que predicen cuánto crecerá la economía, qué motores la impulsarán (¿el consumo, la inversión, las exportaciones?) y cómo será la relación con otras economías (el llamado balance de pagos y, dentro de éste, importaciones y exportaciones, remesas de intereses y ganancias, etcétera). En otras palabras: es muy difícil tener presupuesto antes de tener una política económica. Esto es lo que le pasa a Fernando de la Rúa, que todavía ni siquiera confirmó a José Luis Machinea como ministro de Economía, y tampoco definió la estructura del Gobierno y mucho menos el reparto de competencias. Tampoco está oficializado el jefe de Gabinete, que es quien tiene atribuciones constitucionales respecto del presupuesto.Cada uno de los consejos que recibe el presidente electo en esta cuestión está envuelto en un papel de regalo que se llama ideología. Quienes por ejemplo le recomiendan, en nombre del pragmatismo, dar por bueno el proyecto que preparó Roque Fernández están defendiendo implícitamente la continuidad: seguir con la misma estrategia de la era menemista. En todo caso, proponen sobreimprimirle luego un mayor ajuste (más recorte de gastos y mayores impuestos) para bajar el déficit hasta los 4500 millones que admite como máximo la ley de Convertibilidad Fiscal.En realidad, la Alianza tuvo a un grupo de economistas trabajando durante meses para diseñar una política tras la conquista del poder, de modo que a esta altura no deberían tener problemas en decir lo que quieren, y luego pelearlo en el Parlamento. Sin embargo, lo que no está claro es precisamente eso: qué quieren. A quién escucha De la Rúa. Cuánto hay de señal para los mercados, y cuánto de verdadera convicción en las propuestas que trascendieron.La impresión es que los aliancistas tomaron como punto de partida dos parámetros básicos: primero, la relativa rigidez del monto del gasto público; segundo, la meta de déficit. A partir de esto, idearon un corte posible para el gasto y un aumento de recursos tal que el desbalance baje hasta el número deseado. Además, en el ingrediente tributario de ese aumento de recursos pisan con la cautela del pragmático. Las promesas de un auténtico cambio de orientación quedan para las calendas griegas.

 

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