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Un cuento de hadas en la época del pop glamoroso

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El film de Todd Haynes cuenta el ascenso y caída de Brian Slade.Para ello, el director hace uso de una amplia libertad narrativa.

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Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes)  Un adolescente entra en una tienda de discos a comienzos de los años setenta en Inglaterra. Luego de pasearse entre flamantes vinilos de Bob Dylan, Gilbert O’Sullivan y The Carpenters, encuentra uno que llama su atención: el nuevo álbum de un tal Brian Slade. Lo compra con algo de vergüenza, ya que el cantante aparece desnudo en la tapa, posando como para las páginas centrales de Playboy. Con el disco en una bolsa de papel y el último número del periódico musical inglés Melody Maker en sus manos, llega hasta su hogar y va directo a encerrarse en su cuarto. Una vez allí, se prepara a escuchar por primera vez su flamante adquisición, desplegando el arte de tapa del disco y leyendo sus últimas declaraciones. Saca al vinilo de su funda, lo pone en el tocadiscos y Todd Haynes se ocupa de que se escuche claramente el ruido de la púa antes de dejar sonar la primera canción. Al recrear con tal precisión la excitación del fanático de la música pop al comprar un nuevo disco –y al recordar con puntillosidad de fan el perdido rito del vinilo–, Haynes deja en claro desde esta pequeña escena ubicada al comienzo de Velvet Goldmine de qué va su film. Lejos de ser la adolescente celebración musical que bien se puede esperar de un film de sus características, su magistral cuarto opus como realizador es una desafiante, melancólica y madura reflexión sobre la música pop, y –más específicamente– sobre una música pop que ya no está. Un verdadero festival de cine de primera calidad, obra de un director en plenitud creativa, que hace uso y abuso de todo tipo de recursos cinematográficos para contar la historia del ascenso, éxito y caída de una estrella que encarna un mito transgresor cuyos brillos parecen llegados de otro mundo para colorear el gris de la vida cotidiana. Basada en la historia de David Bowie, Lou Reed e Iggy Pop, iconos de la provocativa sexualidad del más atrevido y transgresor rock de los años setenta, lo que cuenta Velvet Goldmine en realidad es un cuento de hadas del rock gay, que abreva en iconografía e historias de aquellos años, pero llevándolas un poco más lejos. No es casualidad que su metraje se inicie con un plato volador, dejando en claro que lo que se está por ver no es un documental sobre los artistas antes mencionados, sino algo mucho más ambicioso, atrevido y auténticamente transgresor. Obra de un verdadero erudito y fanático en la materia, Velvet... es un film de rock que deja la excitación para el cerebro, y se planta ante un público que tal vez quiera sólo saltar ante la música entregándole en cambio la historia de una música que efectivamente los hará saltar, pero comenzando a contarla desde su entierro artístico e invitándolos a dejarse llevar por –a no olvidarse– un cuento de hadas que se toma todo el tiempo del mundo para ser contado como hace falta. Moldeado con El ciudadano como modelo, el film de Haynes acompaña a Arthur (Christian Bale) –un reportero al que le han encargado una notasobre Brian Slade– en su investigación sobre la carrera del ídolo caído diez años atrás (representado magistralmente por Jonathan Rhys Meyer). A través de los testimonios de su primer manager y de su esposa, de la renuencia a hablar de su ídolo/amante (un por momentos sobreactuado, pero siempre en papel Ewan MacGregor), y –especialmente– de todo tipo de libertades narrativas, Haynes reconstruye la historia de Slade evitando crear una figura mítica, sino más bien excitante y controvertida. En su historia hay originales y recreadores, hay perdedores y triunfadores, y también hay una realidad –a diez años del fracaso del Glam, el mundo desde el que Arthur investiga en la historia y en sus recuerdos– gris y resignada, que no casualmente está fechada en 1984: el año del hermano mayor de Orwell, a cuyo servicio ahora trabaja el rock de la nueva estrella Tommy Stone. En el esplendor y la generosidad de sus imágenes, Velvet Goldmine aparece como un clásico cinematográfico, capaz de llenar los ojos de cine y los oídos de música, y de fascinar, inquietar y seducir en cada uno de sus movimientos. En él, Haynes juega libremente con todo tipo de mitos y lugares comunes del rock, pero usándolos en su provecho, dejando en claro la representación de los mismos de manera festiva y cómplice, sin alejar al espectador de la trama, sino convocándolo a compartir la inevitable caída del ídolo. En ese recorrido, sin embargo, el mayor logro de Haynes es no permitirse olvidar en ningún momento –pese a la lucidez de su retrato del mundo pop– la genuina excitación y la liberación que ese mundo puede generar.

 

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