Impertérritos, muchos no han hecho caso de los presuntos obligatorios preparativos, acaso por aquello que advertía Durkheim: que la depresión guarda un ajustado correlato con las expectativas, y que no hay manera más efectiva de batallar contra la desilusión que evitando ilusionarse. Todos los fines de año son, para la gente de neurosis comunes, problemáticos. Normalmente, muchos de los que logran zafar de la melancolía innata de esa noche, que supuestamente hay que pasarla joya, es porque empinan el codo desde temprano, se empastillan o, como un mantra consciente o inconsciente, se repiten: "Es un día como cualquier otro, es un día como cualquier otro". Pero nadar contra la corriente en semejante fin de año será una tarea titánica para estas almas simples que no disfrutan las desabridas rodajas de pavita con salsa golf compartidas con los tíos que fueron retirados tres horas antes del geriátrico, ni con los sobrinos que tienen sueño y chillan porque el 31 ni siquiera hay regalos, como en Navidad, o porque la actual sensatez de la opinión pública ha puesto a la gente a economizar en materia de cañitas voladoras y petardos, aunque siempre se puede recurrir al subterfugio de mostrarse interesado en no perder un ojo por los corchos, y dejar pasar el rato viendo quién será el próximo en casarse, según reza la tradición en materia de corchos rebotando en el techo. Desde hace por lo menos un lustro nos hemos tenido que bancar la expresión "fin de siglo" para acompañar noticias, fenómenos sociales, ropa de moda, estilo de pareja, tendencias en decoración, colores de sábanas, conflictos armados, secuestros extorsivos, modalidades delictivas y ajustes económicos. Millones de títulos de diarios de todo el mundo, de artículos periodísticos y de reflexiones sesudas o insensatas han decretado que tal o cual cosa era propia del "fin de siglo". La fiebre finisecular concluirá dentro de apenas cuarenta y cinco días, pero para eso habrá que pasar la prueba de fuego del 31 a la noche, cuando algo tan vago, inabarcable, incomprensible e interminable como un milenio finalice y empiece otro del que apenas veremos la puntita. Los que no han reservado cuartos en hoteles de lujo en grandes capitales ni han planeado visitar a los primos en Canadá ni se compraron en Home Cinema para ver en directo la gran transmisión mundial para sentirse globalizados en ese preciso instante ni gestionaron un chárter para irse con toda la familia a algún Med y perderse en ese confortable anonimato animado por expertos, es decir, los que hasta ahora han visto pasar el año impávidos y tratando de no pensar que el 31 deben ser muy felices, ya empezaron a preocuparse. Hordas de gente desajustada con la algarabía colectiva promete arrinconarse en livings propios o ajenos, con algún pollo de rotisería a mano, y alguna oreja amiga para escuchar que el rollo del tercer milenio ya los tiene hartos a tan poco de empezar. |