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"A veces pensamos que nuestro trabajo está lindando con la locura"

Los actores Luis Machín y Fernando Llosa se refieren a las diferencias de infraestructura con el teatro europeo. Vienen de recorrer festivales con "El pecado que no se puede nombrar", que se repuso recientemente en Buenos Aires.

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Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes)  Los siete personajes que conforman esa rara orquesta que aparece en El pecado que no se puede nombrar son desahuciados que deliran con tomar el poder. En la trastienda de un club, maquinan instalar una cadena de prostíbulos para obtener el dinero que necesitan y producir un gas con el que piensan destruir a quienes se les opongan. Especie de juego exasperado y perverso, basado fundamentalmente en dos novelas de Roberto Arlt, Los siete locos y Los lanzallamas, El pecado... es uno de los espectáculos argentinos mejor conceptuados en los festivales a los que fue invitado. La obra que interpreta el Sportivo Teatral, dirigido por Ricardo Bartís, participó en 1998 de los festivales de Cádiz, Madrid y Porto Alegre, y este año de los realizados en Berlín y Avignon. "Una experiencia reveladora", según cuentan a Página/12 Fernando Llosa y el rosarino Luis Machín, actores de un elenco que completan Luis Herrera, Sergio Boris, Alfredo Ramos, Gabriel Feldman y Alejandro Catalán, intérpretes todos de la música que se escucha durante la representación, creada por Carmen Baliero. Este trabajo se repuso en Buenos Aires, pero sólo por cuatro funciones. Las próximas serán este viernes y sábado a las 22 en el Sportivo (Thames 1426).

Aunque "maltratada un poco en los viajes", como dice Llosa, a propósito de los reacomodamientos que sufre la pieza al ser llevada de un país a otro, El pecado... seguirá viajando en el 2000. Ha sido invitada a los festivales de Bruselas y Quebec, y realizará funciones en el Teatro Bobigny, de Francia. "Lo notable es la recepción impresionante que tuvo en Berlín y Avignon -–apunta Machín, actualmente en cartel con otro montaje, Teatro proletario de cámara, sobre textos de Osvaldo Lamborghini--. Nos sorprendió el interés del público por Roberto Arlt. Para nosotros fue un descubrimiento ver cómo en países que conocen poco o nada de nuestro teatro se prestaba tanta atención al texto (traducido en un visor) y a la manera en que había sido adaptado a la escena." Uno de los miedos del equipo era que no se entendieran los localismos. Pero el temor se disipó cuando, según observa Llosa, "las reacciones del público coincidían con las que percibimos acá y se establecía una relación diáfana".

--¿Qué pasa dentro del grupo cuando participa en festivales como aquéllos?

Llosa --Se producen emociones extra, sobre todo cuando uno cree estar más allá de todas esas cosas que se dicen de la pertenencia. Sentir que el grupo se está probando como argentino en lugares donde se supone están las expresiones teatrales de avanzada produce grandes emociones. Todo se potencia, uno está de estreno en estreno, y tiene claro que eso es un privilegio.

--¿Les interesó lo que vieron?

Machín --En los festivales queda poco tiempo para ver el trabajo de los otros. Se nos otorga el necesario para montar, desmontar y hacer las funciones y los viajes intermedios.

Llosa --Diría que el teatro europeo es, en general, previsible. Quizás arriesga más en la puesta, pero basándose en la tecnología. Sin embargo, era muy notoria la percepción que directores, autores y actores extranjeros tenían sobre el riesgo que asumimos en El pecado... Les asombraba, por ejemplo, que hubiéramos ensayado esta obra durante un año y medio, y que en ese tiempo completáramos nuestro trabajo con el estudio de instrumentos complicados, como el violín y el violoncello, sólo porque era necesario para el montaje. Ellos entendían que para eso estaban los músicos.

--¿Un teatro institucional, quizá?

Machín --La mayoría de los teatristas europeos no pueden pensar el teatro si no es subvencionado por el Estado o por las empresas privadas. Nosotros hemos tenido algunos apoyos institucionales, muy austeros, pero el trabajo de base ha sido siempre a riesgo propio. Y no me parece mal. En los países subdesarrollados como el nuestro se hace teatro por la necesidad de crear, más allá de que el Estado o los particulares hagan algún aporte.

Llosa --Es cierto que esas deficiencias nos llevan a pensar a veces que nuestro trabajo está lindando con la locura. Uno tiene que darse ánimo todos los días. Ayuda en nuestro caso la confianza plena que tenemos en nuestros compañeros actores y en el director, con el que compartimos su manera de ver el teatro. En países como Francia y Alemania los actores están en general muy aburguesados, como no queriendo salir de una estructura muy cerrada.

--Pero esa opción por el riesgo debe producirles angustia...

Llosa --Sí, claro, sabemos que en nuestro país no se está produciendo de una manera ideal, pero el riesgo es necesario en el teatro. De lo contrario uno se siente un monigote, aunque también es cierto que un fracaso se vive como un golpe en la cabeza.

 

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