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UN BALANCE DEL ULTIMO FESTIVAL DE MAR DEL PLATA DE LA ERA MENEM
Caos, desorganización y desgano

En las ediciones anteriores, luego de que Julio Mahárbiz resucitara la Muestra, solía repetirse que las ganas del público justificaban una cita caracterizada por los errores y horrores organizativos. Esta vez ni eso ocurrió, como si la gente finalmente se hubiese cansado de desatinos.

Veloz: El empresario Aldrey Iglesias anunció la realización de Mar del Plata 2000, entre el 16 y el 25 de noviembre, con Mahárbiz de director general.

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Catherine Deneuve, diva otoñal del estilo que Julio Mahárbiz impuso, junto a Leonardo Favio, jurado.
El argentino, que se repone de una operación, vió todas las películas en un hotel, en video.


Por Martín Pérez
Desde Mar del Plata

t.gif (862 bytes)  Sucedió el jueves pasado, por la noche. Era la segunda y última pasada de Nueva Aurora, el film debut de Emile Deleuze –hija del filósofo francés Gilles Deleuze–, que había merecido buenos comentarios en el boca a boca. En otras ediciones del Festival de Mar del Plata, tales referencias hubieran bastado para generar entusiasmo y sala llena, así como preocupación por conseguir entradas. Esta vez, en cambio, los cronistas que se acercaron al Provincial media hora antes de la función con su acreditación en la mano se encontraron ante un hall desierto. Recién sobre el comienzo de la función, apenas una treintena de personas ocupó sus lugares. Sin colas ni apretujones, y ante una sala virtualmente desierta, Nueva Aurora confirmó las buenas referencias. Así como el hecho de que, si el balance final del caos de cada Festival de Mar del Plata siempre era salvado por la respuesta de la gente y la pasión por el cine, esta vez ni siquiera eso. A las desprolijidades se sumó la indiferencia, con una llamativa ausencia no sólo de público sino también de películas, estudiantes y hasta gente de cine. Un vacío que el año pasado respondió a un publicitado boicot, mientras que este año apenas si reflejó un año de virtual parálisis de las actividades del Instituto de Cinematografía y la desaparición de sus circunstanciales aliados. Con tales antecedentes, en Mar del Plata sucedió lo que tenía que pasar. Poco y nada. La única razón por la que a esta versión del Festival Mahárbiz no se puede resumir con el título de “Crónica de una muerte anunciada”, es simplemente porque el empresario Aldrey Iglesias –responsable privado de la organización de este festival– anunció muy orondo la realización de Mar del Plata 2000 en la gala de cierre del sábado por la noche. Con fecha y todo: entre el 16 y el 25 de noviembre próximos, y con Mahárbiz como director general. Semejante entusiasmo ante el paupérrimo balance que deja esta primera edición privatizada parece confirmar el hecho de que para el empresario Iglesias –que ha confesado varias veces lo poco que sabe de cine– el Festival es apenas una nueva joya de su imperio marplatense. Y para regocijarse con su devenir diario, siempre puede leer las noticias a medida publicadas por el periódico La Capital –de su propiedad– que fue capaz de titular sin ruborizarse sobre el “gran éxito” del Festival incluso en los primeros días, cuando las entradas vendidas no llegaban al 50 por ciento de las cifras del año pasado. Extraño empresario es Iglesias, sin embargo, que le pagó 30 mil dólares a Jeremy Irons para que estuviera presente en una gala de cierre raleada de público –cuyo programa incluía show de Eleonora Cassano, entrega de estatuillas a premiados ausentes y preestreno de una película de Bernardo Bertolucci, Cautivos de Amor–, cuyas entradas valían la friolera de 25 dólares.Aún corriendo el riesgo de agotar al lector, realizar una enumeración de las desidias organizativas de Mar del Plata sirve para dar una idea cabal de los que significó para el espectador común intentar ver las películas del Festival. Además de títulos que aparecían y desaparecían de las grillas de exhibición sin mayores explicaciones, la ausencia de invitados derivó en presentaciones inútiles y vacías. Al presentar SLC Punk en competencia con apenas la presencia de su flamante distribuidor local, por ejemplo, el director y seleccionador Juan Carlos Desanzo dijo muy orondo: “La elegí porque es una película muy zarpada”. Pero la presentación que mejor representa el desorganizado desparpajo del festival fue la que Sabina Sigler –directora operativa– hizo de la norteamericana Los muchachos no lloran: “Esta película ingresó a última hora así que no la vi, pero seguramente pasarán un buen momento”, dijo de un film que cuentala brutal violación y asesinato de una joven que se hace pasar por un muchacho. Sin embargo, el peor efecto de una privatización que pareció más bien una entrega sin condiciones fue la calidad de las salas y las exhibiciones. Parecería que, con el traspaso a manos de Iglesias, el Festival ha dejado de ser de Mar del Plata sino de su feudo personal. Y como dicho feudo no incluye las mayoría de las salas comerciales de la ciudad, el hecho de no llegar a un acuerdo con ellas obligó a improvisar salas aquí y allá. La disputa llegó al punto de que los otros cines programaron festivales paralelos –con films de Todd Solondz y demás–, lo que motivó una sencilla respuesta de Iglesias: durante la toda la semana pasada, su diario no informó sobre las programaciones de las salas ajenas a su evento. El efecto de semejante disputa para los resignados espectadores del Festival fue tener que sufrir las exhibiciones más bochornosas. Cortinas que nunca se cerraban al sol marplatense como las de la sala Colón o la Neptuno, proyecciones con permanentes problemas de encuadre como las del Provincial, e incluso ciclos como el de los clásicos seleccionados por el homenajeado director francés Jean-Paul Rappeneau decididamente condenados por la falta de un adaptador de los nuevos proyectores a las viejas medidas. En este último caso, lo increíble es que una vez constatado el problema –sólo es posible ver el film con sus correspondientes subtitulados resignando la parte superior del cuadro– las funciones se continuaron durante toda la semana, sin avisar a los inocentes espectadores que compraban su entrada para ver, por ejemplo, Un día en el campo de Jean Renoir con sus protagonistas permanentemente decapitados. El del Provincial es un caso aparte, ya que la sala fue habilitada provisionalmente para funcionar como cine sólo durante el mes de noviembre. Ver una película allí resultó un suplicio, algo que sufrieron en carne propia los directores del film argentino Cien años de perdón. Cuando comenzó la exhibición del mismo, comenzaron los silbidos porque el proyectorista había enrollado al revés la película. Una vez en la cabina, los directores se dieron cuenta que todos los rollos estaban igual, y pidieron disculpas al público por la demora. “Esto es Mar del Plata: films que se enrollan de cualquier manera, y sólo se dan cuenta que están al revés a la hora de pasarlos”, dijeron sus directores, Juan Ameijeiras y Toti Glusman. Ante semejante panorama diario, si esta edición de Mar del Plata no fue un lamento continuo es porque nadie pareció preocuparse de nada. Lo más importante ya se sabía antes de comenzar el Festival: Mahárbiz deja el Incaa en quince días, y la privatización que ostenta Iglesias incluye la edición del año que viene. El cine, como corresponde a un Festival cuyo organizador mira de lejos al séptimo arte, fue lo de menos. Con los elogiados ciclos Contracampo y La Mujer y el cine ausentes sin aviso, la única sección que dio seguras alegrías fue la de Operas Primas, donde -entre otros– aparecieron films como el ya mencionado Nueva Aurora, La Zona de Guerra de Tim Roth; o Cazador de Ratas, la sorpresa del Festival. Pero la organización no ayudó demasiado a que el mejor cine –que siempre aparece, aquí o allá– tuviese su público: problemas de salas mediante, los títulos más interesantes –salvo excepciones– fueron los menos repetidos. Como muestra baste un botón: cuando llegó la hora de diagramar la programación del domingo, luego de los premios, dicen que Sabina Sigler decidió no pasar Las bodas de Dios, merecida ganadora del Ombú de Oro. Y no se pasó. ¿La explicación? “A la gente no le gustó”, aseguran que dijo la directora operativa de un Festival al que ni siquiera lo podía salvar el buen nivel de su jurado oficial.

 

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