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MURIO EN RIO EL CINEASTA CARLOS HUGO CHRISTENSEN
El pionero de la transgresión

En los años ‘40, con “El angel desnudo” y “Safo,historia de una pasión” introdujo el erotismo enel cine local, para cuya historia era un prócer.

Carlos Hugo Christensen posando para una entrevista con Página/12.
Tenía 85 años y dejó un film sin estrenar, “La casa de azúcar”.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes)  Si la realidad se dejara llevar ligeramente por los prejuicios, habría que imaginar que un padre dinamarqués y una madre santiagueña fueron determinantes en la construcción de dos características esenciales en Carlos Hugo Christensen: el sentido de la libertad y la paciencia. El primer don le sirvió, entre otras cosas, para constituirse en un cineasta adelantado a su tiempo. La segunda cualidad lo ayudó a sobrellevar el dolor que en los últimos años le producía la demora en el estreno de su último film, La casa de azúcar, basado en un cuento de Silvina Ocampo. Entre una y otra se le coló la muerte, que lo sorprendió a los 85 años con un ataque al corazón en su casa de Río de Janeiro. Para finalizar su película sólo restaba la mezcla de la música (que compuso Jacques Morelenbaum, el habitual compañero de tareas de Caetano Veloso), y el doblaje al castellano, pero la partida de dinero del INCAA se demoró más de la cuenta.Como en realidad los prejuicios le hacen mal a la realidad, habrá que agregar que su sentido de la libertad también contribuyó a que perdiera la paciencia. En los años ‘40 fue un pionero en la incorporación del erotismo al cine argentino. En Safo, historia de una pasión (1943) con Mecha Ortiz y Roberto Escalada, y en El ángel desnudo (1946), con Olga Zubarry y Guillermo Battaglia, se tomó ciertas atribuciones que muchos años después él mismo consideraría como “juegos de niños”, pero que en ese momento provocaron más de un escándalo. La espalda de Zubarry al desnudo, por ejemplo, era demasiado para la época. Christensen se defendía con el imbatible argumento de la ironía: decía que una de las cosas que lo habían animado era el estupor que le producía escuchar las risas de los espectadores cada vez que los personajes de una película se besaban o se decían “te quiero”. Era la época de oro del cine nacional. A pesar de que la 2da. Guerra Mundial provocaba limitaciones para conseguir material fílmico, las películas argentinas marcaban una clara hegemonía en toda Latinoamérica. Se estrenaba un promedio de 50 películas por año, y Christensen, un declarado admirador de John Ford y Torre Nilsson, se codeaba con directores como Lucas Demare y Mario Soffici, entre otros. Como buen producto de su época, su llegada al cine estuvo ligada al tango y a la radio. En El Mundo conducía un popular programa radial, que terminó siendo su carta de presentación en los estudios Lumiton (la Meca cinematográfica de Buenos Aires), donde empezó con buen pie, trabajando como asistente de dirección en Así es la vida. A los 23 años dirigió El inglés de los güesos (con Arturo García Buhr, basada en la novela de Benito Lynch), y luego su carrera fluctuó entre las comedias dramáticas (Los chicos crecen), los ya citados trabajos con “fuerte” contenido erótico y algunos policiales más que interesantes, como La muerte camina en la lluvia (1948), Si muero antes de despertar y No abras nunca esa puerta (1951).La osadía de varios de sus films y su temperamento fueron motivo de cortocircuitos con los organismos fiscalizadores de la moral y las buenas costumbres. En 1954 decidió irse del país. Lo esperaban en México, pero en el camino, el productor Roberto Acacio lo convenció para que hicieran una película juntos en Brasil. Trabajaron juntos en Manos sangrientas y fue un éxito. Se quedó entonces en Río, donde basó su filmografía en la adaptación de textos de autores brasileños, desde Guimaraes Rosa hasta Drummond de Andrade. También incursionó en el universo borgeano, con una acertada versión de La intrusa. En los últimos tiempos, la tonada portuguesa daba cuenta de su largo y voluntario exilio, que engañaba con esporádicas visitas a Buenos Aires. Anteayer había recibido en Brasil un premio a su trayectoria. Llegó a su casa de Río, y se acostó a dormir, sin siquiera desarmar la valija. Puede que haya soñado con La casa de azúcar.

 

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