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LAS ELECCIONES URUGUAYAS

TE ESCUCHO
Por Sandra Russo

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 t.gif (862 bytes) La lingüista norteamericana Deborah Tannen, una de las primeras voces de aura académica que se alzaron para satisfacer la multitudinaria y heterosexual necesidad de comprender por qué los hombres buscan mujeres y las mujeres buscan hombres y sin embargo nadie encuentra nada, comprobó en una de sus investigaciones --que se vendieron en Estados Unidos durante meses y meses como agua bendita-- que las mujeres inician y mantienen conversaciones con más frecuencia que los hombres, pero que son los hombres los que controlan el ritmo de la conversación, interrumpiéndola regular y sistemáticamente mediante diversos ardides (preguntas, repreguntas, bostezos, cambios de tema, desorientación, llamados telefónicos, silencios, etc.).

En su Manual de instrucciones para comprender a los hombres (Circe), el columnista francés Gilles D`Ambra afirma que el dato de Tannen es refrendado por numerosos analistas de parejas: las mujeres hablan más porque tienen más para decir y para pedir. Los hombres, por su parte, se especializan en desertar, al menos en materia de diálogo (hacen que escuchan y piensan en otra cosa, o dicen a todo que sí, sin que eso signifique nada, o se recuestan en los temas neutros). Por eso, afirma D`Ambra en su Manual, "en una relación afectiva lo que un hombre no dice suele ser mucho más importante que lo que dice". Puede que sea verdad y acaso la razón por la cual las mujeres se vuelcan en masa --confesa o disimulada-- al esoterismo, la adivinación y la astrología, intentando que piedras, astros o yuyos revelen de qué gusto él prefiere el helado o si su mutismo obedece a un exceso de fascinación o a que no ve la hora de irse.

Entre las diferencias de los sexos, la del lenguaje no es banal. Los hombres y las mujeres no designan las mismas cosas con las mismas palabras ni afirman o niegan simplemente negando o afirmando. Muchos caminos conducen a Roma, que además de ser amor al revés equivale, en estas líneas, a lo que él o ella "quieren decir" cuando dicen cualquier cosa. De qué hablamos cuando hablamos de amor, o qué ves cuando me ves son otros giros para dar con el mismo fenómeno: los encuentros verdaderos son escasos, y la gente suele pasarse largos años de su vida apenas acompañada por su propio fantasma.

Otra lingüista, la suiza Edith Slembeck, encontró que las mujeres utilizan el condicional dos veces más que los hombres y usan cinco veces más que ellos expresiones del tipo "podría ser", "a lo mejor" o "depende". Además, en el transcurso de una conversación, ellas preguntan tres veces más que ellos, piden excusas como recurso coloquial y dejan más frases inconclusas. Todo esto llevó a Slembeck a concluir que las mujeres suelen encarar el diálogo sobre "nosotros" como una negociación extremadamente indirecta, muchas veces sin ir directamente al punto, y en los casos más drásticos sin rozarlo jamás. Estos rodeos irritan a los hombres, que hacen del lenguaje un uso más literal aunque muchísimo más escaso.

No es soplar y hacer botellas que un hombre y una mujer se entiendan, al menos cuando hablan. Aunque después de todo, tal vez sea esa distancia --a veces un puente, a veces un abismo-- lo que sigue convirtiendo en magnético a alguien --o en insoportable--. Una buena charla es un arte delicado y con pocos devotos, en el que los participantes deben estar tan interesados en saber como en ignorar. No hay nada tan devastador para una relación amorosa como saberlo todo: ésa es una meta coronada no con el aplauso sino con el bostezo. En su libro, D`Ambra cita, glorioso, a Mark Twain: "La verdad es lo más precioso que tenemos. No la malgastemos".


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