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OPINION
En el 1900 lo sabían
Por Gabriel Antonio Rivas *

El 31 de diciembre de 1900 fue lunes. Y en la Argentina fue feriado nacional por disposición del entonces presidente Julio A. Roca. El decreto, firmado el viernes 28, establecía que “en todas las fortalezas, buques de guerra y edificios públicos de la nación permanecerá enarbolada la bandera nacional...” y “a la salida y a la puesta del sol se hará una salva de cientoún cañonazos”. Por su parte, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Espinosa, dispuso celebrar la mañana del lunes una solemne misa, ordenándose también que las campanas de las iglesias fueran echadas a vuelo durante tres cuartos de hora, a la salida y puesta del sol del 31 “procurando que los repiques coincidan con las salvas de ordenanza...”. Pero el acuerdo era mucho más extenso, global: En Nueva York –por ejemplo– se había resuelto –informaba La Nación del sábado 29– celebrar “con fiestas populares, figurando en el programa a más de lujosas iluminaciones, una carrera de vehículos desde City Hall a Harlem [...] Tomarían “parte automóviles, coches, caballos, tranvías eléctricos y trenes elevados...”. El celebérrimo Times de Londres publicaba notas conmemorativas. En San Pedro, en el Vaticano, se preparaban ceremonias especiales... Y así. El motivo de tantos actos era festejar el fin del siglo XIX y el comienzo del XX y lo hacían, como correspondía, el último día del año 1900, no de 1899. Obedecían a la sensatez de las matemáticas y respetaban las convenciones de la cronología. Las fechas son resultado de convenciones. Los distintos pueblos han medido el tiempo desde diferentes puntos de partida, relativamente arbitrarios. Los antiguos romanos lo hicieron a partir de la fecha supuesta de la fundación de su capital; los musulmanes desde la Hégira. Cada uno puede medir el tiempo desde el punto de partida que quiera, real o imaginario. De ahí que los judíos se permitan andar por el sexto milenio. La clave del cómputo reside en el establecimiento de un punto de referencia desde el que se mide. Y el punto de referencia para el calendario occidental y cristiano en uso es, desde el medioevo, el nacimiento de Cristo. Que al calcular el momento exacto de ese evento se haya cometido probablemente un error, carece de importancia para la cuestión que nos ocupa. Las cosas funcionan así: los doce meses posteriores al nacimiento del Mesías constituyen el año 1 de la Era Cristiana. No hay año 0. El siglo I d.C. incluyó los años 1 a 100 (un siglo son 100 años, no 99) y el siglo II d.C. empezó con el año 101. Y así sucesivamente. Siga la cuenta el lector –a menos que tenga otras urgencias que atender– y verá que el primer año del siglo XX fue el 1901, como todos lo entendieron y Roca lo hizo festejar hace 99 años. Cuando termine este año, obviamente, habrán pasado 1999 años –y no 2000– desde el comienzo de la era cristiana. Cuando llegue el 2 de enero del 2000 habrán transcurrido 1999 años y 2 días, etcétera. Podemos hacer muchas cosas con las fechas, como festejar el aniversario o el día que se nos antoje, de hecho hemos inventado las Bodas de Oro o el Día del Odontólogo. Lo que no es legítimo es usar un sistema de referencia basado en siglos de 100 años y milenios de 1000 y en el camino alterarlo para hacer que los números sumen lo que no suman. Simplemente porque nos fascinó la cifra redonda del 2000, porque ya vendimos reservas y pasajes a buen precio para festejos milenaristas o porque se nos ocurre alegremente. Hemos inventado el aniversario trucho. Novedad, significativa por cierto. Innovación claramente posmoderna. ¿Qué hará el presidente electo el 24 de octubre? ¿Será menos racional que Roca? ¿Se dejará llevar por el marketing del festejo anticipado coincidiendo con los planes de las empresas de viajes? ¿Hará caso a su evidenciada prudencia? ¿O seguirá intentando despegarse de su injusta imagen de “aburrido” dando un golpe de audacia cronológica, siguiendo loque parece ser la tendencia predominante en los medios? Estemos a atentos: puede ser un indicio. Proponemos ampliar el test: podría preguntar su posición al respecto a los líderes políticos, a los destinados por las urnas a desempeñar funciones o a los que la ciudadanía condenó a incordiar desde la oposición. Puede ser un ejercicio amable en medio de tantas rispideces: les gustará seguramente más que tener que definirse sobre lo que les espera a los jubilados sobrevivientes, como van a encarar el gravísimo problema de la seguridad o que van a hacer con la mal llevada reforma educativa... ¿Dejará el presidente saliente un decreto de necesidad y urgencia anticipado disponiendo el cambio de siglo o lo hará el entrante? ¿Cuál de ellos gritará triunfalmente “¡Lo hice!, ¡triunfé sobre el calendario!”? Como sea, el siglo y el milenio terminarán en diciembre del año que viene. “La única verdad es la realidad”. * Profesor de Historia del Colegio Nacional de Buenos Aires.

 

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