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OPINION
Una rebelión reaccionaria

Por Claudio Uriarte

Proteccionismo en los países industrializados significa recesión y desempleo en los países en vías de desarrollo. Es tan simple como eso, porque estos últimos países dependen para su supervivencia de la apertura de los mercados de los primeros. Por ese solo motivo, el Halloween fuera de fecha que ha reunido en Seattle a los despojos sesentistas de los campus de Berkeley, de Woodstock y de mayo del ‘68 junto a los sindicalistas red-neck de la AFL-CIO y expresiones más chic y posmodernas como los defensores del medio ambiente, los propulsores de la independencia del Tibet, los salvadores de ballenas y cuanta causa biempensante haya dando vueltas por el mundo merece calificarse como una revolución reaccionaria y como un espasmo irracional en defensa del nacionalismo, el localismo y el particularismo y en contra de la tendencia históricamente más progresiva de la época: ese fantasma hecho de depósitos de pánico que 54.000 bien alimentados militantes autoconvocados en Seattle no entienden, y ponen bajo el nebuloso concepto de “globalización”.La movilización se ha dotado de vistosas apariencias izquierdistas y recibió la bendición de todos los contestatarios del Hemisferio Norte, pero su fondo no es demasiado distinto al fermento que alimenta a los neonazis telegénicos de Jörg Haider en Austria o la cerrada avaricia de los campesinos franceses; tampoco están lejos de los rebeldes ludditas de la Revolución Industrial, que destruían las máquinas que venían a sacarles sus ocupaciones artesanales. Detrás de sus piadosas protestas contra el empleo infantil y la explotación “salvaje” de las maquiladoras en el Tercer Mundo se esconde la realidad de que, si estas tempranas etapas de modernización no estuvieran presentes, los países atrasados serían mucho más atrasados, y el desempleo y el hambre incalculablemente mayores, como ocurre en Africa (donde, por cierto, la “globalización” no ha llegado). Esta movilización no puede ni remotamente calificarse como de “izquierda”: Marx –un temprano entusiasta de la globalización, con todo lo que el capitalismo tenía de históricamente progresivo– los hubiera desdeñado como meros “socialistas feudales” –como ya desdeñó a los que en su época enarbolaban consignas equivalentes–.No se trata de afirmar que el libre mercado mundial –que en rigor todavía no existe– lo es todo, o que es una panacea, pero sí que su exacto opuesto es el cierre de fronteras, las guerras comerciales y quizá las militares. Exactamente lo que este siglo empezaba a querer abandonar.

 

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