Por Horacio Bernades Dos cosas
identifican el cine del francés Robert Guédiguian: su carácter territorial y su aire de
familia. Todos sus films transcurren en Marsella; más precisamente, en el barrio de
LEstaque. Así ocurría ya en Marius y Jeanette, su séptima película y la primera
en conocerse aquí, en 1998. El aire de familia lo dan los actores con quienes Guédiguian
trabaja, y cuya reaparición de film en film permite relacionarse con ellos como si fueran
un grupo de amigos. Ariane Ascaride (esposa del realizador, además), Jean Pierre
Darroussin y Gérard Meylan, entre otros, aparecían en Marius y Jeanette y reaparecen,
ahora, en A todo corazón. Esta vez, para llegar a Marsella, el realizador dio una vuelta
de lo más curiosa. A todo corazón adapta una novela del escritor negro James Baldwin, If
Beale Street could talk, que transcurría en Nueva York en los años 60. Un poco a la
manera de lo que su compatriota Tavernier hiciera en su momento con Más allá de la
justicia (al trasladar una novela de Jim Thompson, del Deep South al Africa colonial),
Guédiguian logra readaptar el texto de Baldwin, haciéndolo suyo. Hay un implícito toque
de advertencia en el paralelismo entre la América racista de fines de los 50/principios
de los 60 y la aparentemente tolerante Francia de fin de milenio. La historia es tan
sencilla como en la novela: un policía racista urde una falsa acusación de violación y
lleva a la cárcel a Bebé, un joven escultor negro (Alexandre Ogou), dejando a su mujer
Clim (la debutante Laure Raoust) en espera de un niño. El único modo de liberar a Bebé
es convencer a la víctima de su error. Pero para ello será necesario viajar a Sarajevo,
de donde es oriunda y donde ha vuelto tras la guerra. Eso es todo. Pero eso no es la
película. Como saben quienes han visto Marius y Jeanette, lo de Guédiguian no pasa por
el argumento. La estructura elegida para narrar la historia, con tiempos yuxtapuestos,
acentúa el carácter fragmentario y obliga a concentrarse no tanto en la zigzagueante
línea del relato como en los rostros, gestos y actitudes de los personajes. Lo
entiendo porque lo amo, se oye en algún momento: Guédiguian hace un cine de
personajes a los que ama. Como en Marius..., su cámara parece tener una dedicación
exclusiva, a Bebé, Clim, Marianne, Joël, Franck y los demás. Los sigue, los cuida, los
acaricia. De clima más melancólico que Marius y Jeanette, A todo... es un film entre
susurros, y hasta las borracheras y pequeñas rebeliones contra la autoridad parecen estar
en sordina. Es significativo que las miradas (entre Clim y Bebé cuando ella va a
visitarlo a la cárcel; de Marianne hacia Clim cuando ésta le dice que espera un niño;
de Marianne a su marido Joël y de Joël hacia su compadre Franck en una reunión) digan
más que laspalabras. A Guédiguian parece importarle más el cariño depositado en las
palabras que las palabras en sí. Habrá quien le reproche cierto carácter naïf, una
disposición a ver sólo lo bueno en sus personajes. Pero conviene no olvidar que la
historia está contada desde el punto de vista de Clim, adolescente de ojos abiertos e
ingenuos. Es cierto que, a la hora de pintar personajes malos, el realizador
cae en esquematismos. Pero basta que se entregue a una borrachera, la voz de Louis
Armstrong saliendo de algún lado y un baile etílico entre amigos, para que los
esquematismos pasen a segundo plano.
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